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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Una mala noticia

EL RENACIMIENTO de las tensiones inflacionistas en Estados Unidos durante el mes de julio (los precios al consumo subieron un 1,2%) es un jarro de agua fría sobre las esperanzas acumuladas en Europa de un inminente cambio en la presión monetaria que practica la Reserva Federal nortearnericana y que se traduce en unos tipos de interés superiores al 20%.Aunque el presidente Reagan se ha apresurado a ratificar que su intención es permitir un deslizamiento de estos tipos hacia unos niveles mas aceptables,(quizá el 15% a finales de año), no cabe duda de que algo no está muy claro en la estrategia económica que sigue el heterodoxo grupo de monetaristas y nuevos economistas que aconseja a la nueva Administración norteamericana.

Reagan, gracias en cierta medida a los pasos adoptados por su predecesor en la Casa Blanca, había conseguido contener la inflación en cifras inferiores al 10% en el primer semestre del año, al tiempo que parecía haber colocado a la economía norteamericana en la senda de la recuperación.

Los datos correspondientes al segundo trimestre, sin embargo, han alejado la esperanza de que las cifras de la primera mitad sean válidas para todo el año. El PNB norteamericano ha experimentado un fuerte retroceso en el segundo trimestre (un 2,4%), después de un incremento del 8,6% en el primero. La inflación se ha desatado en julio, después de unos datos relativamente optimistas en la primera mitad del año.

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Cuando todo el mundo esperaba que, una vez aprobado su drástico recorte fiscal por el Congreso, Reagan suavizara su política monetaria (a la que algunos responsabilizan de los resultados del primer semestre), la mala noticia del aumento de la inflación en julio ¡lo es más que un síntoma de algo más profundo latente en la actual situación económica estadounidense.

La insistencia de Paul Volcker, presidente de la Reserva Federal, en controlar la inflación por la vía de la vigilancia semanal del crecimiento de la oferta monetaria parece convertirse en un vía crucis que banqueros e inversores esperan cada viernes con más temor que confianza. Sólo la noticia de un crecimiento semanal en la oferta monetaria de 800 millones de dólares, como sucedió el pasado viernes, es capaz de dar un giro de ciento ochenta grados a unas favorables expectativas en Wall Street y desencadenar una presión al alza incontenible en el valor del dólar.

El impacto sobre las dependientes economías europeas de este contradictorio panorama en Estados Unidos se deja sentir, muy especialmente, en el coste económico y social que está representando para Europa la insistencia de Washington en recuperar sus clásicos niveles de inflación (menos del 5% anual) antes de permitir una dulcificación de su política monetaria. Para Europa, esto se traduce en altos tipos de interés, inversiones más caras y unas monedas a niveles muy poco saludables.

En este contexto, lo que parece cada día más necesaría es una clarificación urgente de la conducta económica de la nueva Administración Reagan. El presidente norteamericano debe elegir entre la continuación de una política de choque, muy parecida a la de su antecesor y quizá muy apropiada para el ensayo de sus nuevas recetas, o el abrazo decidido y seguro de una vía más acorde con los viejos remedios económicos y que equivale a la concesión a sus aliados europeos de un respiro en sus denodados esfuerzos para sanear sus propias economías.

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