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Tribuna:TRIBUNA LIBRE - EL X CONGRESO DEL PCE
Tribuna
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Ser comunista en los ochenta/1

Casi en las puertas de su X Congreso, el PCE atraviesa, una crisis notoria. Siendo importantes, los aspectos coyunturales o generacionales no son, en mi opinión los motivos centrales de dicha crisis. Mayor alcance presenta la cuestión de si es o no viable un partido comunista en el tiempo histórico que vivimos. ¿Fueron acaso los partidos comunistas producto de unas circunstancias históricas determinadas cuya superación hace inviable o marginal su existencia hoy día?Este problema, que afecta al sentido histórico de las organizaciones comunistas en, los ochenta, debería ser uno de los aspectos que centraran las discusiones del congreso. Demasiado anclados en las estructuras y modos de funcionamiento del pasado, los partidos comunistas se debaten entre la continuación de un modo de ser ya superado y una renovación cuyas líneas fundamentales no resultan aún del todo claras.

Y, sin embargo, si atendcmos al malestar generalizado, al estancamiento de nuestra civilización, podríamos decir que nunca como hoy la necesidad de una alternativa global a lo existente alcanzó tal grado de difusión social. En ese sentido sería preciso no confundir la inviabilidad de un determinado tipo de partido comunista con la de todo partido comunista. Pero entonces se hace urgente analizar aquellos rasgos del pasado que fosilizan la idea del comunismo en el presente, así como comenzar a delinear los rasgos alternativos de una organización comunista que dirija su mirada hacia el futuro y no hacia el pasado. Como aportación a dicho análisis, centraré mi atención en este texto en tres puntosen los que creo que confluye buena parte de la problemática estratégica de los partidos comunistas en nuestros días.

El partido no es algo inmutable

Uno de los mayores lastres del comunismo contemporáneo es considerar el partido a partir del modelo organizativo, más o menos modificado, de la Tercera Internacional. Un tipo organizativo y unos modos de funciónamiento surgidos de unas condiciones históricas y sociales muy determinadas se implantaron de modo generalizado, aun en presencia de condiciones enteramente diversas, imprimiendo una determinación esencialista a la organización comunista. Notas centrales de dicho modelo son la disciplina, un cierto carácter militarista, una fe casi ciega en la capacidad y el acierto de los dirigentes y la jerarquización o verticalización de la estructura organizativa, canales por los que dism. curre la historia del movimiento comunista hasta nuestros días.

Si esas características eran necesarias en la situación histórica de la Tercera Internacional, no son sino una rémora en una situación como la actual, en la que el enfrentamiento frontal ha sido desechado por un largo proceso de canalización de la lucha de clases a través de las instituciones de la sociedad civil y del Estado, de conquista pacífica de la hegemonía para las fuerzas socialistas. De poco sirve proclamar ideológicamente el eurocomunismo o iniciar el proceso de construcción de un «partido de masas», con una mentalidad y un esquema de funcionamiento político basados en la disciplina, la jerarquización y la obligatoriedad de unáaceptación pasiva de las decisiones de la dirección.

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El estalinismo no es sólo una historia de la Unión Soviética. Atraviesa la configuración histórica de todos los partidos comunistas. Y, por eso, reemplazar la estrategia de la Tercera Internacional debe suponer también reemplazar esas líneas o canales de transmisión política que cimentaban el partido de corte estaliniano. Aquí y ahora lo que hace falta es construir un partido nuevo que exprese con toda su riqueza y perentoriedad la viabilidad y lo deseable de la alternativa comunista frente a la crisis de la civilización capitalista.

No adoptar los esquemas autoritarios de comportamiento político del comunismo de la Tercera Internacional no significa un vaciamiento en la socialdemocracia. El fracaso histórico de la socialdemocracia queda plasmado en su carácter subordinado al capitalismo, en su incapacidad universal para ejercer una acción de ruptura con el régimen capitalista. Y es ese el punto donde de nuevo históricamente se sitúa la necesidad de una organización comunista capaz de suscitar las cuestiones políticas y sociales en términos de alternativa global a lo existente, y no de su mero retoque. Curiosamente, sin embargo, un funcionamiento político impregnado de modos estalinianos tiende a olvidar ese carácter de alternativa global del comunismo para diluirse en la política del día a día, en la que ningún hilo conductor parece unir las acciones políticas cotidianas con la nueva sociedad.que se propugna.

Readecuación del partido.

Si la esencialización de la forma-partido de la tradición estaliniana ha sido y es uno de los obstáculos más importantes para la readecuacíón de la organización comunista a las cambiantes condiciones históricas, será preciso romper con esa consideración inmutable del partido. El partido no puede seguir siendo esa estructura ver-. ticalista y autoritaria. Y, en el caso de nuestro país, el partido no puede seguir adoptando una estructura centralista y piramidal sin introducir las fórmulas organizativas de tipo federal que exige la diversidad de nacionalidades. de España. Federalización no quiere decir pérdida de la unidad del partido, sino sustitución de una unidad centralista y jerárquica por un tipo de unidad descentralizada y basada .en la igualdad horizontal de todas las organizaciones comunistas. El partido comunista debe ser la anticipación viva del futuro. Pero si propugnando el modelo federal, como pauta,de organización del Estado no se adecua la organización del partido a dicha propuesta, la contradicción resulta evidente. Y lo que deja ver es una consideración intocable, casi sacralizada, de unas pautas organizativas convertidas en pura esencia, en algo !upuestamente consustancial al comunismo.

Pero el largo proceso de conquista pacífica de la hegemonía social no puede avanzar sin hacer de la democracia el centro de toda acción (interna o externa) del partido, mostrando así en los hechos lo que se afirma en la estrategia: que no hay verdadera democracia sino en un régimen de socialismo en libertad, y que la idea de un comunismo democrático es el hilo conductor que, a través de la transformación de la vida cotidiana, podría en su momento poner en pie una sociedad de hombres libres e iguales en un sentido político y social, y diferentes e irrepetibles en un sentido individual. Pero estas ideas hay que aplicarlas, sobre todo, en el propio partido.

El partido es un medio, no un fin

Lo último dicho enlaza con el papel del partido comunista en el proceso que lleva al socialismo. Las dificilísimas condiciones históricas en que se gesta la Tercera Internacional llevan a la idea de un partido-guía y a la esencialización que antes criticaba. Pero con ello se desvirtuaba el carácter del partido, convirtiéndolo en un fin en sí mismo, y no en un medio emancipatorio.

La estrategia eurocomunista es inconciliable con tales posiciones. Un proceso de avance social en el que progresivamente diversos sectores sociales van dando su apoyo al socialismo supone una confluencia tal de esfuerzos y, por consiguiente, una tal diversidad de opciones políticas y organizativas que hacen inviable todo recurso al partido único. La propia fragmentación y complejidad de las estructuras sociales en que vivimos lo exige ya así. Y por eso, en este tiempo histórico, la acción revolucionaria sólo puede ser conducida por un sujeto plural que integre en su seno diversas organizaciones políticas, diversos movimientos sociales. Es preciso no seguir sacralizando la forma-partido. Es preciso aceptar plenamente que se lucha por el socialismo desde muy diversas plataformas sociales. Es preciso no caer, una vez más, en la formulación autocomplaciente del carácter mecánicamente revolucionario de la clase obrera, cuando en nuestras sociedades ésta ya no constituye el cuerpo compacto y homogéneo de situaciones históricas anteriores y se encuentra tan fragmentada como otros sectores sociales. Es preciso entonces buscar la potencialidad revolucionaria, que sólo en principio la estructura productiva parece concentrar en la clase obrera en un proceso global de construcción y de integración de la acción política revolucionaria. En un proceso que tienda a integrar a todas las dimensiones de explotación que el capitalismo produce: paro, trabajo alienado, sexismo, sustracción del libté uso del cuerpo, autoritarismo, restricción de las libertades, acceso escindido a los bienes materiales y de cultura... Que tienda a integrarlas sacando a la luz lo que tienen de condición general en la sociedad capitalista, y no fragmentándolas, particularizándolas, como en realidad conviene a los intereses capitalistas, al dirigirse principalmente a ciertos grupos sociales, a ciertas dimensiones aisladas de explotación.

José Jiménez es profesor de la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de la junta directiva de la Fundación de Investigaciones Marxistas.

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