_
_
_
_
ELECCIONES FRANCESAS

Giscard d'Estaing, un superdotado con aires de grandeza

Este ciudadano-candidato, como a Valéry Giscard d'Estaing le gusta que le denominen desde que se afana por conseguir un segundo septenato, nació de un embarazo de todas las suertes: vino al mundo por puro azar en Alemania Occidental, en Coblenza. En 1926 sus padres ya habían trajinado lo del apellido D'Estaing, perteneciente a un noble de los tiempos de Lafayette. Y eran ricos, riquísimos, ambiciosos, y pronto empezaron a mimar a aquel chico que se veía que iba para genio.

Más información
Nombres para la jefatura del Gobierno

En efecto. De Valy, como le nombran los que pueden, que no son muchos, decir que es más listo que el hambre es una especie de injuria. Todo el que tenga sentido común en el hexágono francés sabe, y hasta se enorgullece, aunque luego le repatalee, que nuestro Valéry nacional es un superdotado. Es decir, acomodadísimo, listo, guapísimo en sus tiempos más jóvenes, y después de todo lo que sea posible soñar. Se formó en las dos escuelas que pitan en este país cuando se quiere contar en el ranking socio-político. La Escuela Nacional de Administración y la Politécnica. Y, como se sabe, para no dar lugar a chismes, muy tempranito, el brillante inspector de finanzas fue a la sacristía con Anne-Aymone de Brantes (casi nada en Francia), ligada a esos imperios que se llaman Credit Lyonnais, Creusot, Schneider. En claro, en estos tiempos de los microprocesadores, descender de Luis XV, como el mismo Giscard lo susurra a veces, no es nada al lado de lo de haberse unido a Anne-Aymone.La línea recta de este supermercado de todas las suertes sería un sumario interminable: diputado a los treinta años y ministro de Finanzas rápidamente, y durante nueve años, primero con el general De Gaulle y después con Georges Pompidou. Y cataplúm: presidente de la República a los 48 años, en 1974, por un septenato. Y, de pasada, adora los safaris, cosa de grandes, y el esquí, deporte chic. Y ni fuma, ni bebe, ni come más de lo debido.

La maldición del general

Todo, absolutamente todo, hasta que un día llegó De Gaulle y, refiriéndose a aquel joven de treinta años, tan pletórico de calidades, sentenció: «Sí, pero a Giscard le falta el pueblo». Y por si fuera poco la sentencia. el mismo general completó la definición con una de sus ferocidades: «¿Giscard d'Estaing? Sí, es un bonito apellido de prestado».

Qué no habrá intentado este padre de cuatro hijos para zafarse de aquella maldición gaullista. Allá por el inicio de la década de los años sesenta, ya era ministro de Fiananzas, y ya había creado su partido republicano, a modo de estrado para lanzarse a la conquista del palacio del Elíseo. Y como sabía que le hacía falta el pueblo, un día, quizá el primero de su vida, bajo al metro, con corbata, pero sin chaqueta. Y con fotógrafos, claro. Otro día le hizo saber a la Francia profunda que tocaba el acordeón. Ya en funciones de presidente, se hinchó a desayunar los croissante con los basureros, y a cenar con esas familias fabricadas con los ciudadanos de a pie. Y en cada momento oportuno, nunca dejó de soltar fórmulas destinadas al buen pueblo, como aquella que, frente a Mitterrand, en las elecciones de 1974, le ayudó a encaramarse a la picota de la cucaña del Estado: «Usted no es el monopolio del corazón ».

Pero como si nada, o casi. A los 55 años, cuando por segunda vez quiere que los electores le alquilen el Elíseo por siete años más, el maldito pueblo inspirador del general De Gaulle no acaba de encontrarse en este señor superdotado, que se sabe de carrerilla el oficio de presidente, pero que continúa oliendo a miembro de casta aficionado a los diamantes y no a auténtico soberano, como él lo desearía, y como a los franceses tampoco les parecería mal.

Y todo por culpa de De Gaulle. El general y sus herederos, y los herederos de sus herederos, parecen ser todos ellos los portadores históricos del pueblo que le falta a Giscard, o que no acaba de entregársele, porque vaya usted a saber lo que, esta noche, revelan las cuentas finales del voto presidencial. En 1974, fue el gaullista Chirac quien lo aupó hasta la cresta del Estado, al dividir en dos el partido gaullista, que había nombrado candidato oficial a Chaban Delmas.

En 1976, el mismo Chirac, por primera vez en la historia de la V República, en tanto que primer ministro que era entonces, se plantó y le dijo: «Ahí se queda usted solo». Y, a lo largo de este domingo histórico para la familia D'Estaing, podrán satisfacer al Giscard que, el otro día, atemorizó a sus conciudadanos afirmando: «Si pierdo la presidencia, desde mi retiro, me convertiré en el hombre más popular de Francia».

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_