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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Tarradellas, una personalidad coherente

De la carta dirigida a Horacio Sáenz Guerrero se desprende el principio de que Tarradellas siempre ha sido Fiel a sí mismo. Lo cierto es que su biografía política posee una espléndida coherencia. Quienes ahora se sorprenden ante su reciente ataque frontal al Consell de la Generalitat y, de modo especial, a su presidente, será porque ignoran la historia política de Tarradellas, con el que jamás he cruzado ni una palabra ni una carta, aunque llevo veinticinco años siguiendo con atenta curiosidad su trayectoria. Las líneas maestras de su acción han sido invariables. El ataque de ahora, auténtico torpedo contra los fundamentos de nuestra autonomía, no es sino un eslabón en una larga cadena de actitudes negativas, de críticas agrias, de acusaciones sin datos precisos y de pomposos aleccionamientos. Quien con mayor vehemencia propugna la unidad de los catalanes es quien más eficazmente ha maniobrado para dividirlos.Su historia política empezó en 1931, aunque doce años antes fue fundador de La FALC, si bien no se le conoce actividad política durante la dictadura de Primo de Rivera. Con el advenimiento de la República y la entrada en Esquerra Republicana, empezó su toma del poder. Aliado al grupo de L'Opinió, fue de los que pretendieron minimizar a Maciá y dominar en el partido y en el Gobierno. Pero en 1933 fue uno de los expulsados del partido y se convirtió en el secretario general del Partit Nacionalista Republicá d'Esquerra, como explica con muy preciosos pormenores Joan B. Culla en su tesis El catalanisme d'Esquerra (1977). Meses antes, el presidente Maciá, temeroso de la ambición sin límites de Tarradellas, se opuso a que, además de conseller de Governació fuese gobernador civil de Barcelona.Distanciado de Companys

En 1936, como confesó por escrito a Culla, Tarradellas estaba muy distanciado del presidente Companys, pero la guerra civil le acercó a él y le permitió alcanzar altas cotas de poder. Como saben los coetáneos o los contertulios de ahora, Tarradellas tuvo graves diferencias con Companys en momentos delicados de la contienda.

Una vez liberada Francia, Tarradellas se acercó al anciano presidente de la Generalidad en el exilio, Josep Irla, y le indujo a disolver un gobierno de notables (Pompéu Fabra, Josep Carner, Rovira Ivirgili, entre otros), que tenía una gran representación simbólica. Desde 1948 hasta 1954, Tarradellas teledirigió a Irla y éste le dio poderes de conseller primer. Pero al volver a Cataluña, Tarradellas se ha olvidado muy a menudo de citar a Irla entre sus antecesores.

Elegido en 1954 presidente de la Generalidad en México, por nueve diputados presentes y quince que votaron por correo, Tarradellas jamás reunió al maltrecho Parlamento catalán; cerró las oficinas de la Generalidad en París, y en vez de abrir otras más modernas, con auténtica irradiación como la Oficina de Prensa de Euskadi (OPE), creó una minúscula secretaría doméstica que publicaba en ciclostil un boletín más de carácter personal que institucional. En ella trabajaron sus hoy arrinconados colaboradores Lluís Gausachs y Andréu Cortines, y como explica en su libro L'exili politic catalá (1979), cuando Sauret le preguntó si formaría Gobierne, en el exilio, Tarradellas contestó: «Si al cabo de tres meses no me entenderé con él». Sus cabildeos y su funambulismo en el exilio eran una consecuente derivación de su personalismo sin ideología. En 1952, en una tribuna parisiense del PSOE, dijo: «Yo quisiera la independencia, si fuera posible ( ... ), pero el plantear problemas como el de la autonomía de los pueblos de España, el plantear problemas como el de la futura federación, es perder el tiempo» (véase Acción, marzo de 1953). En un viaje por América (1958) declaró que el Estatuto había sido superado, mientras que dos años antes, en el Ateneo Español de México, exigía: «Graves responsabilidades recaen sobre el PSOE. Y esto, repito, le obliga más que a ningún otro partido a actuar de una manera urgente, tomando la dirección del movimiento de liberación de nuestros pueblos». En 1959 se opuso a la petición de políticos e intelectuales del interior y de diputados en el exilio encaminada a que, de acuerdo con el estatut, se eligiera cada quinquenio el presidente de la Generalidad, cargo que consideraba vitalicio. Y en la década siguiente se dedicó al viejo género. Sus cartas confidenciales, como la de estos días, se distribuían por miles en España y fueron bazas que jugó el franquismo. Como un ejemplo, baste recordar una página entera del diario falangista La Prensa, de Barcelona (3-12-1969), que recogía al pie de la letra sus denuncias, que tan caras podían costar a la resistencia del interior. En aquellas increíbles cartas confidenciales su autovaloración -no precisamente modesta- le inclina a relacionar con su persona realidades que han surgido sin el menor asomo de conexión con ella. Así atribuyó a un malévolo propósito la creación de Omnium Cultural, institución todavía hoy pionera en la reconstrucción nacional, al decir: «Yo estoy convencido de que Onmium Cultural se creó para cabrearme. Unicamente para cabrearme», según declaraciones grabadas y recogidas por el periodista Martí Gómez en su biografía Joan Reventós (1980).

Un vilipendiador

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En cartas, conversaciones y tertulias -que fueron casi su único activo político- se dedicó tenazmente a vilipendiar la acción cultural o política de la resistencia interior. La única razón para ello era que se trataba de empresas o tácticas no imaginadas por él, ajenas a su visión política de Maquiavelo de mercadillo, como le calificaba un diputado de la vieja Esquerra. Lo que se hacía sin consultarle era vituperable. Por esta razón, el contubernio de Munich (1962) debió irritar tanto a Tarradellas como al Gobierno de Franco. Soy testigo, por Ambrosi Carrión, de la ira bíblica que le produjeron las memorables declaraciones a Le Monde (1963) del abad Escarre. Ello explicaría otra incalificable apostilla que hizo a Martí Gómez en el mencionado libro: «En la época de Escarre, el monasterio de Montserrat fue, después del Valle de los Caídos, el monasterio más franquista de España». Y dijo al mismo periodista, de Heribert Barrera, otra falsedad: «Es un hombre que durante veinticinco años no ha dicho absolutamente nada».

La apoteosis de su retorno en octubre de 1977 fue, en realidad, la recuperación de la institución catalana por excelencia que, por su afán privatizador, Tarradellas confundía con su persona. Entonces éramos pocos los que nos atrevíamos a explicar la trayectoria de un autócrata impenitente, que no dejaba destacarse a nadie junto a él. Uno de esos pocos fue el querido Josep Benet, pugnaz develador de los cambalaches y las intrigas de Tarradellas. En una carta que yo publiqué en EL PAIS (29-9-77) dije que «un pueblo tan derrotado como el catalán ha intentado cerrar los ojos y agarrarse a un clavo ardiente que creía que era un símbolo, pero resultó que ardía y se ha quemado de verdad ( ... ). Tarradellas es sobre todo cuco y marrullero y sólo sueña con que le saluden los mozos de escuadra, en la casa donde vivió Mactá y en los honores».

Albert Manent es escritor e historiador.

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