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Tribuna
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El eurocomunismo y la renovación del PCE

El rechazo del término «eurocomunismo» en el V Congreso del PSUC plantea un conjunto de reflexiones de la mayor importancia no sólo para el futuro del PSUC o de las relaciones entre el PCE y el PSUC, sino para el futuro del propio PCE. Desde mi punto de vista, la necesidad de mantener el carácter eurocomunista del PCE y de recuperarlo en el PSUC son la batalla más importante a dar de cara al X Congreso, en un caso, y al futuro que el propio PSUC prefigure, en el otro. Pero esta batalla no puede ser ni estática ni testimonial, tiene que ser una batalla dinámica que abra, a los comunistas de todo el Estado español, la perspectiva de su quehacer en los años ochenta. En una década que se presenta difícil, pero, en la que es imprescindible, desde el punto de vista de la democracia y el socialismo en nuestro país, consolidar la fuerza y la influencia del Partido Comunista.Sería erróneo que en el PCE nos erigiéramos en jueces supremos de lo que ha ocurrido en el PSUC, como si los problemas, los defectos y errores fueran patrimonio exclusivo de los comunistas catalanes. Más erróneo todavía sería achacar al pretendido «nacionalismo» del PSUC las causas de la derrota del término «eurocomunismo».

No podemos, sin embargo, minusvalórar el problema o hacer como si «aquí no ha pasado nada». Ha pasado, y ello es grave, y crea una situación de excepcionalidad, como la ha calificado el propio Comité Ejecutivo elegido en el V Congreso del PSUC, que afecta a los comunistas catalanes, a los de todo el Estado español y que tiene repercusiones negativas en el marco europeo.

Quizá fuera del ámbito catalán no se ha resaltado suficientemente, y creo conveniente hacerlo aquí, que en la votación en tomo al eurocomunismo se produjo una convergencia de votos entre el sector calificado eurocomunista y el calificado de leninista y que ambos juntos fueron derrotados por los partidarios de abandonar el término «eurocomunismo». Es decir, que el sector que hoy ocupa el Comité Ejecutivo del PSUC de fendió y votó en favor del término eurocomunismo y fue derrotado. Desde el PCE es difícil comprender que a pesar de esa derrota se acepte la secretaria general, pero sería igualmente erróneo asimilar las posiciones del sector que hoy ocupa la mayoría del Comité Ejecutivo del PSUC a las de los que a toda costa quieren eliminar el término eurocomunismo y todo lo que él implica. Es decir, a las posiciones prosoviéticas. El futuro dirá hasta qué punto el actual secretario general y el Comité Ejecutivo del PSUC son capaces de superar la ambigüedad que supone aceptar la dirección de un partido que ha rechazado de su definición el eurocomunismo y que está presidido por uno de los hombres que fue abanderado de ese abandono. Mientras tanto, la actitud inteligente por parte del PCE me parece que estaría en ayudar a que dicha ambigüedad se decantara en un sentido favorable a la recuperación del eurocomunismo.

Pero paralelamente a lo que ocurra en el PSUC, en el PCE tenemos un proceso congresual por delante, y para que no nos ocurra lo que ha sucedido en el PSUC, es preciso extraer las lecciones desde ahora y analizar en qué las críticas que se hacen al PSUC deben convertirse también en autocríticas a nuestro propio quehacer.

Creo que tanto en el PSUC como en el PCE hay una serie de batallas fundamentales que no se han dado o que se han dado mal, y ello es tanto más grave en un momento de crisis económica, de agudización de las tensiones entre los bloques a nivel mundial y de falta de alternativas claras desde la izquierda.

Una de estas batallas es la de las posiciones del PCE en política internacional y la de nuestra concepción del socialismo en libertad, del socialismo pluralista, con su contenido crítico respecto a los paises del llamado «socialismo real».

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Política de no alineamiento

Es decir, que es necesario debatir y definir el carácter revolucionario de la política de «no alineamiento» en ninguno de los bloques, política en la que se haya la única perspectiva de pervivencia de la humanidad y de construcción del socialismo, no sólo en Europa, sino también en el Tercer Mundo. Y junto a ello hay que profundizar en los problemas y contradicciones que atraviesan los países del «socialismo real» como único método para comprender desde una óptica marxista el mundo que nos ha tocado vivir. La no participación de la clase obrera en la vida social y política de estos países, la naturaleza de un Estado que impide tal participación, las causas de los enfrentamientos armados entre países socialistas (China-Unión Soviética, China-Vietnam, Vietnam-Camboya) son temas fundamentales sin cuya comprensión es imposible entender las causas por las que el PCE condena, por ejemplo, la intervención de la Unión Soviética en Afganistán o en Checoslovaquia o defiende la tesis de la soberanía de los polacos para resolver sus propios problemas. Y sin entender todo esto será imposible darse cuenta cabal de la importancia que para el eurocomunismo tiene la independencia respecto de cualquier Estado socialista.

En las tesis oficiales del PSUC, por ejemplo, nada o muy poco se proponía sobre los verdaderos problemas del «socialisnio real». Ese socialismo, con exclusión del chino, aparecía en dichas tesis como un modelo cuasi-perfecto, en el que existían defectos o errores, principalmente los de la falta de libertad, que, por otro lado, casi se llegaba a formular que eran fácilmente subsanables. Es claro que con ese nivel de superficialidad y sin un debate en profundidad, con escasa participación en él de la propia dirección del PSUC y con una Secretaría de Organización controlada por hombres contrarios incluso a esa tímida crítica a los países socialistas, y todo ello en medio de las difíciles condiciones objetivas de la realidad interna y externa de nuestro país, el resultado previsible no podía ser muy distinto al que se dio.

Y no creo que los debates sobre estos temas sean imposibles o contraproducentes, debido a «lo atrasado de la base social y cultural» del partido" a que «los obreros no leen» o a otros argumentos que a menudo se esgrimen en el interior del PCE. Porque mientras algunos se creen estos argumentos, los folletos de los Ponomariov o los Breznev corren entre las filas del partido sin que a ello se oponga una política de publicaciones del PCE seria y coherente sobre estos y otros temas. Inclusa se llega a recomendar la no lectura de Nuestra Bandera, y no sólo por sus deficiencias propias, que, por otra parte, sólo son reflejo de la falta de la política coherente de información y publicaciones a que me refiero.

Creo que este debate, que esta discusión, afecta profundamente y es perfectamente asimilable por los trabajadores españoles y que el mismo debe constituir uno de los cimientos irrenunciables de lo que debe ser la formación de los militantes del PCE. Hay que ir a ese debate convencidos de que la lucha contra el capitalismo y el imperialismo exige un nivel de clarificación marxista que no tiene por qué ser abstracto o intelectualista, porque toda teoría bien elaborada es tremendamente vivificadora de la práctica concreta. Adentrarse en esta problemática exige, a su vez, comprender claramente que hoy decir «clase obrera » es decir libertad, democracia y participación. En las décadas finales del siglo XX, la clase obrera está profundamente interesada en la libertad y la democracia, al contrario de lo que preconizan las concepciones ancladas en el pasado estalinista, para las cuales estos términos son antagónicos.

Revolución de la mayoría

Al lado de este bloque de temas, que no puedo aquí sino enunciar sucintamente, hay que abordar los temas de la «revolución de la mayoría», de la vía democrática y pluralista al socialismo. Muy a menudo se confunde esta vía con la práctica política del PCE en los tres últimos años y, en la medida en que esta práctica ha sido institucionalista en exceso, no se puede entender cómo a través de ella es posible lograr el consenso de la mayoría de la sociedad en favor del socialismo. Resulta, por tanto, necesario no sólo explicar, sino, sobre todo, practicar esa «revolución de la mayoría» como un combate ideológico desarrollado en todos los niveles de la sociedad, en el Parlamento y en Ios ayuntamientos, desde luego, pero también en los centros de trabajo, en las asociaciones de vecinos y de padres de alumnos, en todo el conjunto del entramado social. Sólo desde esta perspectiva puede comprenderse el tema de las movilizaciones. No se trata de que la dirección del partido, u otras instancias superiores, llamen a más o menos movilizaciones. Se trata de que los comunistas estén impulsando todo el debate y la protesta social contra la política de la derecha, contra los intereses capitalistas, y que ello se articule en mil formas de movilización distintas surgidas desde abajo.

Se trata, en definitiva, de recuperar la concepción gramsciana, de luchar por la hegemonía. Por una hegemonía que hoy tiene que tener una dimensión pluralista que, obviamente no podía tener en los años que Gramsci vivió. Pluralista desde el punto de vista político, de unidad con los socialistas, de avance común hacia el socialismo, y pluralista desde el punto de vista social, asimilando la realidad de que los partidos políticos no agotan las formas de actuación social y política de los hombres y mujeres de nuestra sociedad y que el feminismo, el movimiento ecologista, los movimientos ciudadanos y las mil formas nuevas de participación recogen aspectos fundamentales, desde nuevas ópticas, de la lucha por el socialismo hoy.

Pero todo lo anterior exige un partido vivo, pensante y participante a todos los niveles en la elaboración y la puesta en práctica de una línea y una estrategia revolucionarias. Un partido cuya adhesión y entusiasmo por esa línea y esa estrategia sean el resultado de su pensamiento y su práctica colectiva. Esto plantea transformaciones desde la misma base del partido: desde las agrupaciones. Agrupaciones cuya vida languidece hoy,en las que no se ha definido que su fundamental quehacer es un hacer volcado a la sociedad, a través del trabajo que en ella realizan todos y cada uno de sus miembros. Sólo esta práctica es la que sienta las bases de la elaboración de la política del partido, y como tal tiene que ser discutida y analizada. Difícilmente, digo, las agrupaciones de hoy permiten asentar un partido eurocomunista. Se dice que de estas agrupaciones se han ido los profesionales y los intelectuales. Pero también parece que se han ido los obreros, salvo en los casos en que la agrupación de fábrica existe y tiene vida. Pero de estos últimos, muchos de ellos se han ido no a su casa, como es el caso entre muchos profesionales, sino a CC OO, en las que se revierten y debaten los problemas que no se debaten en el propio PCE, con los resultados de desnaturalización de CC OO y del propio partido que se han puesto de manifiesto en el último período, provocando en ocasiones injerencias, sin plantearse la raíz de los problemas y contribuyendo a mezclar y confundir todos los planos.

El irse a su casa de muchos profesionales y de buena «parte de los cuadros eurocomunistas del PCE se ha resuelto, frecuentemente, con excesiva facilidad atacando peyorativamente a los intelectuales, picos de oro, etcétera. Como si el carácter obrero del partido estuviera reñido con la presencia de los mejores profesionales en sus filas, como si este hecho, que tanto caracterizó al PCE en su momento, no empezara ya a reflejar la hegemonía de la clase obrera sobre el conjunto del cuerpo social. Como si los análisis que condujeron a la formulación de la Alianza de las fuerzas del trabajo y la cultura estuvieran ya abandonados. En los últimos tiempos, en el partido, ser calificado de intelectual o profesional se ha convertido, con frecuencia, en sinónimo de derechismo, oportunismo o claudicación.

No fue nunca así para los que, obreros, estudiantes o profesionales, forjamos el partido que funcionó en el interior del país en los años de 1968 a 1977. Un partido que, a pesar de la clandestinidad y del sistema cerrado de las células, era un partido vivo y actuante, pletórico de debates, de confrontaciones muy duras con la realidad y en el que cada miembro se sentía activo partícipe de la elaboración y puesta en práctica de una política con la que se identificaba. Un partido en el que los errores se analizaban y, por tanto, se podían corregir. Un partido que, sin embargo, hoy ha perdido su sistema nervioso y vital central.

La lucha por el socialismo

Por ello hay que renovar profundamente el funcionamiento de las agrupaciones y, con él, el de los comités y órganos de dirección. Hoy, alcanzar la síntesis es más difícil que en otros períodos, porque los problemas son más complejos y ante ellos no siempre los comunistas somos coincidentes. Pero la síntesis exige tener en cuenta todas las opiniones y no sólo las que previamente coinciden con lo de siempre, e ir con todas ellas a elaborar una línea política capaz de incidir en la realidad.

Como conclusión: creo que hay que forjar el Partido Comunista necesario para la lucha por el socialismo en la perspectiva del año 2000. Un partido profundamente democrático, con una democracia que permita el debate a fondo de todos los temas que nos afectan. En el convencimiento de que es la democracia la que permite la argumentación y que el eurocomunismo sólo puede apoyarse en ella y en el razonar marxista de los militantes del partido.

Porque pretender basar el eurocomunismo en vez de en la argumentación en la aceptación ciega de lo que la dirección dice, en la fidelidad a esa dirección, en el carisma de los dirigentes y en la fuerza del aparato, sería el peor servicio que podríamos prestar a dicha causa. Porque en cuanto a fidelidades, obediencias y adhesiones acríticas siempre nos llevarán ventaja los que quieren un partido dependiente del exterior y, como demuestra el ejemplo del PCF, es por ahí por donde nos acabarán ganando.

Las revoluciones del pasado, decía Marx, oprimen como una pesadilla el cerebro de los vivos. Que no sea así para nosotros. Que nos liberemos de lo que tienen hoy de pesadilla para recuperar lo que tuvieron en su momento, y aún tienen hoy, de sueño real y de utopia realizable.

es miembro del Comité Ejecutivo del PCE y diputada por Alicante

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