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El candidato sembró el pánico

«¡Ay, mis piernas, que no me las encuentro! », dijo el candidato, después de ajustarse la voz, y la chaqueta. Entre Adolfo Suárez y Pérez Miyares, que le flanqueaban en la mesa de los VIP, el aspirante a senador por Sevilla no había perdido sólo las piernas, sino también el argumento de su intervención. «Me han cortado, me han cortado», exclamó desesperadamente José Manuel Tassara, «pues me acaba de decir el presidente que no empiece por decir que él es lo importante y debería hacerlo».Acaso debido a este accidente, el candidato centrista fue convirtiendo el mitin-cena en algo que cada vez se parecía más a unas justas poéticas. Se había despachado ya con unos símiles taurinos bien acogidos por la afición, pero puso el auditorio enardecido cuando se arrancó contra el Ayuntamiento de la izquierda con estos versos: «Sevilla de mi Sevilla / Sevilla de mis amores». Fue demasiado. Tuvo que abandonar el escorzo y recoger la mano izquierda que había desplegado en generoso vuelo para hacer acallar a la militancia. «Dejadme seguir, por favor, que se me va la inspiración», suplicó. Hecho el silencio retomó la copla: «Sevilla de mi Sevilla, / Sevilla de mis amores, / tienes un Ayuntamiento de pacotilla, / porque no lo tienes de estos colores», remató señalando el anagrama de UCD.

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Entre ripio y ripio, los comensales iban del delirio a la carcajada. La mesa presidencial rebosaba de sonrisas y personalidades. Los hombres del presidente se felicitaban en lo más hondo por haber convencido al jefe de que había que estar en Sevilla. El candidato, sobrado de audacia o falto de la vena poética que le había asistido, cambió de tercio.

«Dicen algunos, presidente, que tú eres el sucesor, y no es verdad». En la mesa presidencial sólo algún despistado seguía con la sonrisa puesta. «Tú no eres el sucesor, porque hubo un señor que era un señor y que ahora está ahí», dijo bajando el dedo como un rayo para señalar el suelo, trazando una tangente imaginaria sobre el borde contrario de la mesa. «Está ahí», recalcó, «debajo de la losa, de una losa que pesa, que pesa.... yo no sé lo que pesa», dijo arrastrando desesperadamente las eses. Nadie de la presidencia osaba mirar el fatídico lugar señalado por el candidato. Los mentones pesaban más que la losa. «El lo dejó escrito con su pluma, que no lo hizo con mecanógrafas ni secretarias, y él dijo que el sucesor es nuestro rey don Juan Carlos». Un rumor de fondo, que se alzó, impidió oír la confidencia de la madre del candidato: «Mi hijo, se ha tomado dos copas, se ha tomado dos copas».

Le volvió inesperadamente la vena poética, pero el auditorio seguía como abrumado por el peso de la losa. Inició entonces un recorrido por la simbología que tenía a sus espaldas. Dirigiendo la mirada a su derecha se encontró la bandera nacional: «No me arranquéis de España el cariño, / porque es como quitarle a san Antonio el niño ». Se volvió a su izquierda, y ante la presencia de la bandera andaluza dijo: «Blanco azahar, verde limonero; / Andalucía, cómo te quiero». Justo a sus espaldas campeaba el anagrama de UCD. Glosó el significado de ambos colores: «Naranja, de madurez; verde de esperanza», y propuso cerrar el anillo para que no se escape el centro, que es la paz de España. Fue como si de repente el anagrama se hubiera cerrado de verdad. Girando hasta tres veces sobre sus talones a unoy otro lado de la mesa, en un gesto que rememoraba al Luis Miguel de desafiante dedo, señaló a Suárez, García Añoveros y Pérez Miyares, uno a uno, y contó: «Uno, dos y tres, / tres novilleros en el redondel». Y su dedo quedó suspendido sobre el anagrama.

Adolfó Suárez, no podía ser de otra manera, tomó el capote, no sin antes confesar su perplejidad sobre «algunas cosas, más bien muchas», de las que había dicho el candidato. «Creía venir como matador, y me presentan como novillero», y encima no sé muy bien cuál es el toro que tengo que lidiar». Desde el fondo surgió la voz de la militancia: «Artista».. Con el terrorismo, Suárez entró a matar: «Os prometo que el terrorismo será erradicado», dijo. Pinchazo en hueso: «¡Ojalá!», dicen desde la izquierda. «Ojalá no, seguro», replicó. «No nos creen», sentenció alguien. Y el espada desistió.

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