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Craxi denuncia en el Parlamento injerencias del Papa en la política italiana

Juan Arias

La Cámara de Diputados otorgó ayer un voto ampliamente favorable al nuevo Gobierno de Arnaldo Forlani (democristiano, DC), formado por democristianos, socialistas, republicanos y socialdemócratas. Ahora el debate pasa al Senado, y probablemente el miércoles el nuevo Gobierno tendrá luz verde de todo el Parlamento para ponerse a trabajar. Pero mientras tanto, ha surgido un inesperado y grave conflicto entre la Democracia Cristiana y el Partido Socialista (PSI) por la intervención explosiva del secretario general socialista, Bettino Craxi, contra las injerencias del Vaticano, de la Iglesia italiana y del mismo papa Wojtyla en las cuestiones de Estado.

El informe del líder socialista fue tan inesperado que no lo conocían ni los secretarios de los partidos que, con el PSI, forman parte del Gobierno, hasta el punto de que el secretario democristiano, Flaminio Piccoli, tuvo que levantarse e improvisar una defensa de la Iglesia.La intervención de Craxi constituye un hecho inédito en la historia del Parlamento italiano: el que un secretario de partido y de la mayoría gubernamental ataque abiertamente al Vaticano y a la Iglesia italiana.

¿Qué dijo Craxi para levantar tanta polvareda, dejando descompuestos hasta a los mismos comunistas, «que nunca se atrevieron a tanto», como dijo en el Parlamento un democristiano asustadísimo?

Todos esperaban de Craxi un duro ataque al secretario general del Partido Comunista (PCI), Enrico Berlinguer, cuya intervención había sido dirigida más contra los socialistas que contra los democristianos, llegando a acusar a Craxi de haber traicionado al socialismo, haciendo un partido que «ya no es de la clase obrera». El líder socialista se limitó sólo a decir: «Es verdad, Berlinguer, algo ha cambiado en el PSI. Para simbolizarlo hemos puesto en nuestro símbolo el clavel rojo, pero sólo para expresar nuestra voluntad de volver a nuestros orígenes y no para alejarnos de ellos», y en seguida arremetió contra lo que ha llamado «el peligro de un enfrentamiento en el país sobre el tema del aborto y, más en general, al peligro de nuevos contrastes entre sociedad civil y sociedad religiosa».

Según Craxi, «una renovación del espíritu religioso de la comunidad católica puede ser acogida sólo con esperanza por creyentes, y con respeto e interés, por nosotros, los no creyentes». Pero añadió en seguida: «Un resurgimiento de la intolerancia, de intromisiones y hasta de arcaicos fanatismos puede provocar las reacciones que siempre ha temido quien desea la paz de las religiones, la libertad de la conciencia, la existencia de esferas distintas de acción para las dos sociedades, la independencia y soberanía respectivas de la Iglesia y del Estado, cada una en su esfera propia».

Ya este punto entró en su ataque directo con estas palabras: «No pueden dejar de crear preocupaciones algunas recientes tomas de posición del episcopado italiano, algunas intervenciones del mismo Pontífice hasta la recuperación del pre conciiar patrón de Nápoles en función antiaborto por parte del cardenal de aquella ciudad, que incitó a los presentes al milagro, a firmar la petición del reféréndum contra la ley del Aborto».

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Craxi, después de haber declarado que la Iglesia tiene todo el derecho de afirmar y defender los principios del catolicismo, añadió que «el favor e incluso la directa organización de plebiscitos pro y contra el Parlamento, ayer contra el divorcio, hoy contra el aborto y mañana de cualquier otra ley que la Iglesia considere incluida en su vastísima potestad indirecta, corren el riesgo de abrir la puerta a contraposiciones y a enfrentamientos que parecían definitivamente olvidados».

Craxi culpó de esto, tanto a los obispos italianos como «a la dificultad, quizá para un Papa extranjero, aunque de grandísima personalidad y prestigio, de comprender la complejidad de la situación italiana». Añadió: «Cuando Wojtyla fue elegido Papa, un comentarista muy autoritario escribió que Italia corría el peligro de ser mirada con gafas polacas», y terminó diciendo: «Esperemos que no sea así».

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