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Tribuna:SPLEEN DE MADRID
Tribuna
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Los columnistas

Aquí, los alfiles que van/vamos cayendo cada día, en el pim-pam-pum de la democracia rupturada, somos, más o menos, los columnistas de prensa, los que hemos elegido esta rara profesión de opinar, el opinar por oficio y beneficio. No es por nada, pero la vanguardia del periodismo, los que están siempre ahí, prietas las filas, son los columnistas, dando la cara, dando la firma, como infantería dudosamente distinguida y rigurosamente reprimida.Naturalmente, hay compañeros que se la juegan en otras funciones, que andan mangados o zumbados por dar o conseguir una buena información, y que son las marines audaces del acorazado periodístico, pero el columnista, torre de marfil y tipografla, turris ebúrnea de la vanidad y la actualidad, en el pecado de opinar lleva la penitencia de declarar. Para qué dar nombres. Todos los días están pasando cosas con los columnistas. Ignacio Soldevila, en su Historia de la literatura española, me dedica dos páginas de mármol panegírico que le agradezco, pero es igual; los francotiradores de la involución no se paran en mámoles ni panegíricos. Nuestro compañero Francisco Gor saca su interesantísimo dossier sobre el caso de Atocha. Ese ejemplar dossier, que es su escudo de papel, puede ser también el gomadós que le estalle en las manos.

¿Quién es hoy el columnista, en Madrid, Barcelona y otras ciudades, que no anda con un fino papel ominoso en el bolsillo, que no tiene una cita inmediata con lo ignoto, que no sufre la mutilación de su presente por un muro de incertidumbre y fechas que tiene el espesor inconsútil de un papel timbrado? La involución, las empresas, las leyes de Prensa que van a sacar/imponer, las presiones de la publicidad indirecta y las cautelas de la inseguridad más directa, todo son peligros, gincanas, fórmulas uno a tumba abierta, factores humanos, terceros hombres y gentes de Smiley o de no se sabe quién que tienen al columnista rodeado entre un Le Carré de café con leche y un jefe provincial del Movimiento continuo. Claro que también acaba de ser detenido un fotógrafo. Ya digo que la natural vanidad del columnista no puede llevarle a reclamar y reclamarse de todas las víctimas que hace la ballestería plural, confusa y escarpada del involucionismo, pero es que no sólo nos hieren en la vanidad, a los periodistas de firma, sino que a veces nos aciertan en mitad de la firma. Mientras una hoja de papel, como una hoja de cuchillo, como un puñal de folio timbrado nos entra en el corazón y nos deja desangrados, como en un bordillo, en el margen blanco de la tipografia.

Me dan una cena en el Ritz para entregarme el premio González-Ruano. Mientras me dia España premia columnistas, la otra media los apedrea, reprime, oprime, hasta echarles abajo de la columna. El titular de este premio fue un escritor que, desde un «anarquismo silencioso», como ha dicho ahora Borges de sí mismo, jugó cada día en la prensa franquista a hombre revolté, y practicó la estética (más que la ética) de Albert Camus, que es la estética del rebelde, no exactamente concéntrica a la del revolucionario. Entre los muchos cornalones que le echó encima la censura, recuerdo el caso André Gidé, cuando César dedicara varias necrologías entusiastas a la muerte del gran maestro francés (magisterio sólo renovado parcialmente por Sartre), y hubo de rectificar de arriba abajo mediante un artículo /confesión, días más tarde, confesión que, leída hoy, no nos queda mucho más espontánea que la de Herberto Padilla en Cuba.

-¿Y a esa cena se va de exmoquin? -me pregunta Hermida.

Es igual, amor. Ya ni el esmoquin nos salva. Ni el esmoquin ni los premios ni las academias ni la ancha y hermosa gente que nos lee. El oficio de opinar vuelve a estar mal visto en España, cuando una democracia no debe ser otra cosa que el reino de la opinión pública o la soberanía del pueblo opinante. Incluso en el bolsillo del esmoquin debe llevarse el pápelito, la citación, la cosa. Por si las flais.

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