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Reportaje:

Los modelos sexuales establecidos, sometidos a revisión en las jornadas de Vitoria

Algún ama de casa, algún padre de familia, algún cura, feministas, homosexuales, sociólogos, lesbianas, psiquiatras, políticos y público en general, basta un total de 250 personas, se reunieron la semana pasada en Vitoria, para asistir a la 2ª Semana de Estudios Sexológicos. El tema genérico de las jornadas era Los modelos sexuales actuales y sus posibles alternativas, pero a medida que iban transcurriendo los días se evidenciaba cada vez con más claridad que si bien los actuales modelos deben ser revisados en todo lo que tienen de enfermizos, machistas, represores y desnaturalizados, tampoco existe ni debe existir ningún modelo alternativo, a no ser que por éste se entienda el absoluto respeto hacia la sexualidad de los demás y la ausencia de cortapisas limitadoras, tanto en los niños como en los adultos.Sólo en una idea, lanzada al comienzo de la Semana por la escritora catalana Montserrat Roig, coincidieron la mayor parte de los ponentes: la necesidad de potenciar la ternura en las relaciones sexuales. Por lo demás, no se llegó a conclusiones definitivas, para asombro de los políticos. Se analizaron los modelos sexuales de las personas llamadas «normales» y de las denominadas «marginales», y se profundizó en las causas de la opresión de unos sobre otros, pero no se impuso ningún modelo sexual como «bueno» ni se rechazó otro como «malo». En definitiva, se rompieron muchos esquemas o se modificaron otros -como apuntaría en una conversación en el bar el dirigente socialista local José Luis Anguiano-, y observar la evolución emocional del público se convirtió en una de las cosas más interesantes de las jornadas. Lo que comenzó con el esquema rígido de «uno que habla y otro que escucha» acabó convertido en un pequeño desmadre", Una especie de terapia de grupo en la que llegaron a oírse confesiones íntimas verdaderamente insólitas en otro contexto.

Junto a ello, hubo también inomentos de tedio, por la repetición de determinadas ideas, de irritabilidad, por la dificultad de mantenerse imparcial e indiferente ante un tema que afecta la vida cotidiana de manera tan directa, y de exasperación, como en aquella ponencia leída por los psicoanalistas integrantes del Grupo Cero, con párrafos poéticos realmente bellos, pero también con una enorme dificultad de comunicación por lo intrincado del lenguaje. Esta ponencia, considerada a viva voz por parte del público como «una tomadura de pelo», fue valorada por otros como «una magnífica adaptación del marxismo al psicoanálisis freudiano». Por lo demás, quizá el momento más tenso de las jornadas se produjo cuando un equipo de psicoterapeutas de Bilbao aterrizaron con una película bajo el brazo demostrativa de una técnica de curación medio oriental, medio freudiana y «curalotodo», que encrespó los ánimos del personal hasta el punto de tener que abandonar la sala sus promotores con cierta ligereza.

También hubo momentos en los que se produjeron situaciones al borde del surrealismo, como aquella en la que un joven del público cogió el micrófono y dijo: «Quiero dejar bien claro ante todos que yo, anoche, fui violado por Oscar Menassa (uno de los del Grupo Cero).» El silencio que se produjo ante tan insólita confesión, fue interrumpido por otro para añadir: Y yo ayer tarde fui violado por el moderador del coloquio », para atajar un último participante, que dijo: «Pues a mí lo que me pasa es que me estoy poniendo muy nervioso.»

Obviamente, hablaban en sentido figurado, pues no estaban previstas las prácticas sexuales como complemento de las jornadas, al menos en su ámbito oficial. Este punto precisamente, la ausencia de apartados prácticos, fue considerado como uno de los fallos de la Semana por Roger de Flor (nombre de guerra del dirigente del Frente de Alliberament Gay de Catalunya), quien dijo haber echado de menos una sala a disposición del público acondicionada con colchonetas, tenues luces y música sugerente, o, en su defecto, algún prado verde en las inmediaciones (no era este el caso, pues el centro donde se desarrollaron las jornadas estaba rodeado de bloques de edificios tipo colmena). Si lo de los gays no pasó de ser una lamentación, hubo también quien incidió directamente en el terreno práctico, como aquella chica morena que había participado activamente en los debates y, en el penúltimo día de las jornadas, cogió el micrófono y con voz risueña dijo: «Quiero deciros a todos que acabo de volver del cuarto de baño, donde he estado masturbándome», ante el sobresalto contenido de una parte del público. Después hubo quien entendió el gesto de esta mujer como una exaltación a vivir la sexualidad, en lugar de teorizar tanto sobre ella.

La sinceridad de Montserrat Roig

De todas maneras, a esas alturas de las jornadas la capacidad re ceptiva del público había perdido ya su componente de escándalo, y este tipo de confesiones llegaron a aceptarse con bastante naturalidad. El primer sobresalto lo provocó, el segundo día de la Semana, Montserrat Roig, al confesar, con toda sencillez, dentro de su disertación sobre Erotismo y pornografía, que a ella le excitaban las escenas entre lesbianas y las mujeres desnudas ataviadas con símbolos nazis. De su propia vivencia personal y de un detenido estudio sobre el tema, Montserrat llegó a la conclusión de que quien reivindica la pornografía está reivindicando en realidad su subconsciente, un subconsciente producto del fascismo plagado de imágenes sadomasoquistas. Por esto interpreta M. Roig el éxito de las películas pornográficas de contenido nazi en países de pasado fascista, como Alemania, Italia o España. «Es un hecho que no nos gusta nuestro subconsciente sexual», dijo. «Nuestras ideas lo rechazan, quisieran que desapareciera. Pero nos acecha como un cuervo y surge buscando la carroña de nuestra infelicidad. Tal vez la solución sería aceptarlo tal como es, sabiendo que es hijo de un pasado cruel e injusto.» Este antagonismo entre un subconsciente producto de la educación y el régimen político vivido en el pasado y el consciente, la mayoría de las veces radicalmente distinto a aquél, explicarían, según la conferenciante, el comportamiento de hombres que sueñan con la revolución y con una relación igualitaria con la mujer, y luego, en la cama, se comportan de forma muy distinta. Y la existencia de mujeres que luchan por su liberación y, en cambio, en la intimidad buscan ser azotadas y humilladas. «Las ideas no corresponden a nuestros impulsos», concluyó. «Y éstos, hoy, son promocionados groseramente por la pornografía. La pornografía estimula nuestras fantasías sexuales, sadomasoquistas, desigualitarias.»

Ahora bien, Montserrat expuso también que si se lucha contra este subconsciente «podrido» se atenta contra las fantasías sexuales que permiten seguir gozando del sexo: «Sin sexo la vida es terriblemente aburrida. Y ante este dilema no veo otra salida que, o bien suprimir las ansias de revolución sexual, o bien, intentar que el subconsciente de nuestros nietos haya sido modificado. Y yo, la verdad, me quedo con la segunda opción. Y continuaré viviendo con mi subconsciente tenebroso y vergonzante, pero que me da más horas de placer que la ausencia del sexo. »

La conclusión a que llegó la ponente al final de su exposición es la siguiente: «Creo que no hay ninguna alternativa si no se transforma nuestro subconsciente, y éste no se transformará mientras vivamos en una sociedad enferma. La única solución que tenemos hoy por hoy», terminó, «es lograr entre todos que se produzca el milagro de la ternura.»

Un hombre ataca a los hombres

Cuando el sociólogo valenciano Josep Vicent Marqués intervino en las Jornadas Sexológicas del pasado año, sorprendió a propios y extraños con su furibundo ataque al machismo. Sus congéneres, posiblemente heridos en su virilidad, intentaron rápidamente descalificar tamaña osadía: «Marqués es homosexual», sentenciaron. Debieron pensar que, al no tratarse de un hombre de verdad, podía comprenderse su feroz crítica al género masculino. Pero no era este el caso, ya que Marqués es tan heterosexual como cualquiera, y entonces sus detractores, según cuenta él mismo, le acusaron de traidor, masoquista y error de la cultura. La interpretación más sofisticada de su actitud la protagonizaron, sin duda, los componentes del partido político (de izquierda) en el que había militado tiempo atrás: «Este lo que quiere es llevarse a la cama a las feministas. A nosotros no nos engaña.» Sin embargo, él asegura que su polémica exposición del pasado año no tuvo después los efectos erotizantes que sus ex camaradas le atribuían y que las feministas valencianas no" se le insinuaron en este sentido. Claro que, en ánimo de contraatacar, Marqués comenta que tampoco es infrecuente la imagen del dirigente político intentado ligarse a la joven progre afiliada. Ya en un tono más serio, el sociólogo valenciano asegura que este año es aún más pesimista que el anterior. Y pesimista fue, en efecto, su exposición.

Para Marqués coexisten en nuestra sociedad tres tipos de hombres:

1. El modelo clerical represivo: Su sexualidad se supone impetuosa y desbordante, propensa á arrastrar al varón hacia objetivos no queridos: la sífilis, la ruina o la debilitación por masturbación, amén de la pérdida de la gracia. Diríase que no es tanto el varón como su carne quien es portadora del deseo. De ahí que la exhortación al dominio de las pasiones sea prueba de virilidad. Tolera muy bien la existencia de la prostitución y le exasperan los homosexuales. Le encanta, por otra parte, que la Iglesia nunca haya considerado pecado las relaciones sexuales conyugales cuando no existe afecto.

2. Modelo burgués tradicional: Para este tipo, el varón es el portador del deseo, entendido éste como erección y con la particularidad de estar «siempre dispuesto». Considera la sexualidad de la mujer como un reverso de la suya y está convencido de que lo que le gusta a ella es el coito, practicado preferentemente en sábado. Vive las ceremonias de la doble moral: esposa legítima y la «cana al aire» en algún viaje de negocios o la querida. Diferencia entre lo que se puede hacer con la mujer legítima y lo que se puede hacer con las prostitutas. Su obsesión es el adulterio femenino (el de su propia mujer, se entiende, porque, por otra parte, no le importa tener escarceos con la mujer de otro).

3. Modelo capitalista permisivo: Considera la sexualidad fundamental para la pareja y dentro de este tipo encajarían los matrimonios modernos que van juntos a ver una película porno. Algunos se complacen en llamarle «mi putita» a su señora. Le concede gran importancia saber controlarse y a manipular hábilmente el cuerpo de su compañera, a la que considera más lenta, pero también capacitada para el placer. Suele practicar las relaciones prematrimoniales, sus mujeres toman la píldora y acuden en pareja a las consultas del sexólogo. Muchos son también partidarios del cambio de parejas. No les repugna la homosexualidad, pero les mosquea. Consideran importante el tamaño del pene, aunque no les obsesiona, y sus traumas son la frigidez femenina y la impotencia masculina. El no va más en sexualidad suele ser para ellos el orgasmo simultáneo y, excepcionalmente, la cama redonda, para dejar constancia de lo liberados que están. Visita las sex-shops y compra Penthouse en su quiosco. El progresismo sería -según Marqués- una variante matizada del modelo capitalista permisivo.

En cuanto a edades, el ponente hizo la siguiente clasificación: el tipo del clerical represivo estaría más representado a partir de los cincuenta años. El burgués, al que considera el modelo base de nuestra sociedad, ha cumplido ya los treinta años, y, finalmente, el capitalista permisivo oscila entre los menores de veinticinco y treinta. Este último es el que a su juicio va imponiéndose sobre los demás. Las características comunes de los tres modelos serían que ninguno cuestiona que la sexualidad es básicamente el coito y que éste es casi exclusivamente cuestión genital.

Tensión entre el público

Más de uno de los asistentes a la exposición de Marqués debió darse por aludido, y entre el público comenzó a percibirse un malestar creciente, una tensión contenida capaz de estallar en cualquier momento. Para acabarlo de arreglar, el ponente añadió: «Ya sé que a .ninguno de estos tres modelos les gusta su caricatura y, además, son muy crueles con los trasgresores o los chapuceros: al que no se quita el sexo de la cabeza le llaman pecador u obseso; al que no liga, fracasado. Se ceban en los impotentes y llaman frígidas a las mujeres que no alcanzan el orgasmo con el coito. »

Tal vez lo más desolador del discurso de Marqués fue el reconocimiento del callejón sin salida en que parecen encontrarse los modelos sexuales impuestos. Aunque «el macho es víctima de su propio machismo», la mujer es a su vez la víctima del macho y resulta más perjudicada aún que su maltrecho compañero. Aunque todavía de forma confusa, el conferenciante intentó abrir una pequeña puerta a la esperanza: «Yo sospecho», dijo, «que hay otra sexualidad al alcance de los varones que ya no sería lo que entendemos por masculina (agresiva) y que con toda cautela y respeto me cuestiono si existe la sexualidad femenina que reivindican sectores feministas. Creo que ésta, más que femenina, es genéricamente humana, ocultada a las mujeres y autoprohibida a los varones.»

Finalmente, y con ánimo de distendir el ambiente, el sociólogo valenciano propuso un juego a base de discutir una serie de características con las que había construido un retrato robot. Entre ellas estaba la consideración de que el «varón normalizado» (es decir, aquél que no es ni muy primitivo ni muy marginado) es liberal ante la homosexualidad, pero se siente orgulloso de no ser homosexual. Reprime sus manifestaciones de ternura para con los varones como prueba de su virilidad; no le gustan las mujeres como personas. Para asuntos serios prefiere tratar con hombres y por ello vive mal las relaciones con mujeres que no incluyen el coito, puesto que la mujer o es incomprensible, o boba o carece de interés; está convencido de que a toda mujer le gusta que la cortejen; es muy sensible a los estereotipos físicos femeninos difundidos por los medios de comunicación o se adscribe al modelo Rubens en versión moderada; soporta muy mal la negativa (en seguida surge la socorrida frase de «es una estrecha»), cree tener algún derecho sobre la mujer con la que ha tenido relaciones sexuales y tiende a procurar el placer de su compañera como el cumplimiento de una noble misión.

Nadie quiso jugar y apenas nadie esbozó una sonrisa forzada ante las ironías del ponente.

Una feminista critica a las feministas

Todos los ponentes llevaban detrás de sus nombres las correspondientes profesiones: escritora, antropólogo, psiquiatra, psicólogo... Todos menos Gretel Animan, que aparecía en blanco. Ella es maestra en un colegio de Barcelona, pero dentro de las Jornadas es, sobre todo, lesbiana, una de las pocas que declara abiertamente su condición y habla y escribe sobre sí misma y sobre sus compañeras. También es una especie de oveja negra dentro del movimiento feminista, al que pertenece, por criticar lo que considera. errores fundamentales de la organización. Su postura contrastó abiertamente con la de una feminista lugareña que, al ser preguntada sobre los motivos que dividen el movimiento organizado de mujeres, contestó al viejo estilo que eso «eran exageraciones de la prensa» y «bulos inventados por los hombres». Gretel, en cambio, calificó de «corrientes terroristas» del feminismo las que predicaban a otras mujeres lo nefasta que resulta para todas la penetración sexual masculina. «Esto me parece inadmisible», dijo, «porque de la misma manera que yo exijo un absoluto respeto hacia mi propia sexualidad lesbiana, creo que hay que respetar de igual modo el montaje sexual de los demás.»

Desde luego, a esta maestra catalana no le gusta dramatizar su situación y presentarse como víctima: «Yo cojo del papel masculino y del papel femenino que se me ofrece lo que más me gusta y lo reorganizo en mí. Me cargo a la vez los dos papeles en lo que tienen que no me gusta, y entre las mujeres, encuentro los elementos que yo valoro para una relación de amor. Así visto», concluye, «el lesbianismo ni es un fallo ni una desviación, sino sencillamente una elección, una preferencia, un gusto. »

Gretel tampoco acepta la interpretación que los demás hacen de la homosexualidad femenina: «Cuando leo libros que nos nombran, me parece que estoy leyendo historietas de Marte. Cuando voy al cine porno o miro revistas pornográficas, me pregunto de dónde habrán sacado las estupideces e irrealidades que se ven o se leen sobre las relaciones entre las mujeres. Y, así hasta tener la sensación de que aun hoy, en el año 1980, aún no se han enterado de que existimos y que no somos iguales.» Su crítica no salva tampoco al maestro intocable de algunos ponentes: Freud. De él, dice Gretel que «es un señor con mucha imaginación y que me produce risa, pero me gustaría preguntar a sus seguidores a ver a qué conclusiones llegan sobre el lesbianismo si es que hay alguna distinta de tópico de que somos una «mala copia del padre». «Desde luego, si mi padre se entera de que soy su reflejo, le da un ataque», comentó.

El comportamiento de los partidos

El análisis de la actuación de los partidos políticos en relación con la sexualidad fue otro de los temas que entusiasmó al público, compuesto en su mayoría por desencantados ex militantes de izquierda. Ni los más moderados (PSOE o PCE), ni los supuestamente más avanzados en este tipo de cuestiones (como podría ser la CNT) se salvaron de las calificaciones de oportunistas, machistas y puritanos.

Josep Vicent Marqués justificó en parte el comportamiento de hace muy pocos años del PCE, en base a que «si en España se nos había dicho que los rojos eran perversos, depravados y malignos en sí mismos, resultaba lógico en cierta manera que el PCE extremara su puritanismo para dar la imagen del obrero más trabajador, el ciudadano más honrado y el padre de familia de conducta sexual intachable. «Sin embargo, hubo quien apuntó que esta actitud no era meramente coyuntural, justificada por las necesidades de un momento, sino que respondía a un feroz puritanismo supuestamente arraigado en las ideas más genuinas del marxismo. En definitiva, también Marqués quiso dejar patente su escepticismo y comentó: «Yo no les pediría nada concreto a los políticos para conseguir mejoras sexuales o para que asuman como propias las reivindicaciones de las feministas o los homosexuales. Solamente les rogaría que, al menos, se lo crean, porque me da la impresión de que en el fondo no entienden nada ni comparten luego a nivel privado la auténtica liberación de la mujer».

Casi en tono revanchista, salieron a la luz casos concretos: desde la ponente que dijo haber sentido más alivio el día que abandonó e partido (MC) que el día en que se marchó de casa, hasta el ex miembro del PCE y CCOO de Vitoria que dejó de militar «porque seguían aferrados a planteamientos de otra época», pasando por el cenetista que comprobó desde dentro «el machismo de mis compañeros y el gesto del sindicato al quitar a un homosexual, al frente del sector de oficinas y despachos, porque no quedaba bien.»

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