La basura
Me vienen grabando un largo serial sobre la década de los setenta, que hoy termina, como quien dice, si hoy fuera nochevieja, que no lo es, pero que a mí me la anticipan las revistas con sus peticiones anticipadas de artículos nochevejeros.Y así, por exigencias de trabajo y distracción del calendario (del que ya nada espero), me he enterado de que se termina la década/70, cuando aún estábamos viviendo de la melancolía de casa de discos y nostalgia comercial de los famosos y felices sesenta. A Isabel Marañón, que ha cumplido quince años en su esbelta inteligencia rubia, le he regalado, entre Supertramp y Bee Gees, algún redondo Dylan/Beatles, con miedo de que estos últimos le quedasen retrocamp y propios/impropios de una carroza como yo. Menos mal que Isabel es lista y se ha puesto a bailar en seguida -no le toques ya más, que así es la rosa- Yellow Subamarine. A lo que iba.
Que después del porro, el enrolle, el cheli, el rock-rollo, el rock-macarra, el cuelgue, el flipe, el pico y el pasar total cantidad, el último rebrote de miserabilismo de los setenta que mueren, es lo de la basura. Se oye en El Sol, último sagra río nocturno/pase (calle Jardines) donde ellas van aleonadas y ellos pseudoesnifados, a las cuatro de la mañana:
-Son una pareja muy sana. Viven de la basura.
-¿Es que son basureros?
Pero no pasa el vacile. Lo último en automarginación es casarse por Cavafis, jurando ante urna cineraria o poema correspondiente, en su defecto, y poner la casa a base de la basura: armarios, sillas, orinales, objetos inexplicables y percheros fin de siglo que Madrid pone todas las noches, silenciosamente, en el bordillo de la acera:
-Hay que hacer la ronda en tes de que pase el camión, con el buga, y llevarse lo que mole.
Ha nacido un bricolage que no viene explicado en los colorines dominicales, y que es el bricolage de la miseria, la restauración imaginativa y catastrofista, de lo salvado de la basura.
-Que aquí traigo esta mesilla.
Mi santa esposa se presentó no ha mucho, de madrugada, con una mesilla mortuoria que había cogido de la basura y metido en el coche. Pensé que había llegado el momento de separarse por Tarancón. El inframueble tenía un aspecto lóbrego y temí que, al abrir la portezuela, estuviese todavía allí el orinal inconfesable con el último orín del muerto. Las/los artistas del bricolage de la miseria han remozado la mesilla hospiciana mediante una teoría de flores y lacas, y hoy luce entre mis libros de Proust y mis cuadros de Cuixart, mostrando bajo la tapa de cristal dos manos de santo de madera y marfileñas y mortuorias, que me regaló Otero Besteiro, el gran escultor amigo que me arruina al parchís todos los fines de semana.
O sea que no está uno tan fuera de lugar y época, que diría Juan Ramón. Pero lo que en mí es anécdota, en la generación última de los setenta es categoría, manera de estar en el mundo y ocupar un lugar en el escenario, filosofía ante el tiempo, quietismo a lo Miguel de Molinos: vivir de la basura.
Salen todas las noches, por parejas o en grupo, y merodean los barrios burgueses a la busca del armario de luna menguante o la consola desconsolada. Siempre sale algo. En Plena recesión, la cultura del desperdicio sigue dejando una resaca de ropas chapadas e infantes de Aragón en el cubo de la basura.
Entre la basca juvenil, éstos de la basura son los héroes y adelantados, los snobs de la mierda, los admirados, los mártires de la pobreza generacional (el dinero regresivo vuelve a ser sólo de los padres). He estado en esos pisos sombríos e imaginativos de las parejas bendecidas por García Calvo. Mejor que el tresillo /skay.