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Reportaje:

Ayer, Madrid pudo ir a misa antes o después de trabajar

La ampliación de los horarios eclesiásticos compensó ayer las dificultades que podrían haber creado a los católicos las calificaciones de laborable y lectivo al día de Todos los Santos. En las zonas céntricas, los asistentes a los oficios religiosos madrugaron o prolongaron un poco su jornada, indistintamente, para ir a misa en horas extremas; en los barrios obreros prefirieron madrugar un poco más. Como ejemplo, el siguiente texto hace referencia a lo que fue la misa mayor en tres templos madrileños.

«Reservado actos religiosos. Máximo una hora.» Unas veinte familias que habían acudido a la iglesia de San Jerónimo el Real estacionaron sus coches en el propio patio del templo. Cuando los propietarios pasaron al interior, ocho conductores profesionales y un joven atlético, probablemente un guardaespaldas, vigilaban el improvisado parque móvil, cuyos efectivos eran discretas berlinas oscuras y un enorme Buick, de color azul marino, matriculado en Navarra, que se detuvo solemnemente a última hora ante la fachada principal.A las doce en punto, el concelebrante se volvió hacia los fieles para leerles el capítulo séptimo del libro del Apocalipsis; tres cuartas partes de los asientos estaban ocupados por una mayoría de personas de edad, que seguían el ceremonial con un recogimiento absoluto. Poco después, el celebrante inició su homilía en tono amable y ajustado, según la máxima «la persuasión, por la suavidad».

Además de la fiesta de Todos los Santos, había un segundo acontecimiento memorable: «Nuestro cardenal arzobispo, Vicente Enrique y Tarancón, ha cumplido cincuenta años en el sacerdocio; celebra, pues, sus bodas de oro sacerdotales.» Las trece lámparas doradas de la bóveda principal, la luz variante de las vidrieras y algunos destellos indeterminados se unieron a la felicitación. La asistencia de fieles había sido elevada. Unos cientos de metros más allá, en el pórtico de la iglesia de Nuestro Padre Jesús de Medinaceli, tres parados sostienen tres pancartas (una pancarta, un parado), y dan sombra a un hatillo de monedas.

Tienen hijos y carecen de seguro de desempleo. En el interior, un penitente, que lleva al pecho el escapulario con cintas moradas de la congregación, reza de rodillas con los brazos en cruz. Hoy, la misa mayor, oficiada por el padre Domingo Fernández, superior del convento de capuchinos y párroco, no ha podido ofrecer a la parroquia los cánticos que en días de fiesta han interpretado siempre los niños de la escolanía. Por imperativos del calendario, los cantantes han tenido que renunciar a los salmos en beneficio de la regla de tres. Por si fuera poco, al padre Esteban de Cegoñal, el famoso organista, se le ha ido el santo al cielo y se ha olvidado de tocar, aunque piensa sacarse la espina el día 13, en concierto extraordinario.

En un momento preciso, el padre Domingo ha dicho que esta fiesta de Todos los Santos es «como un monumento religioso al soldado desconocido», y al reparar en el descenso del número de fieles a última hora, en contraposición con el aumento a primera, ha dicho que, si la ley aprieta, los religiosos adelantan sus relojes, «como se hacía en el primitivo cristianismo».

Todos los templos parroquiales han acomodado sus horarios a primer día de Todos los Santos laborable y lectivo que se recuerda en muchos años. A Eloy Pérez Simón, párroco de la Virgen del Camino, junto al ex poblado de la UVA de Canillejas, no le habrían hecho falta ampliarlos: tuvo lleno. Hace tres días que había abierto las puertas del templo para que entrasen todos los desalojados, y una escolanía providencial le llenó el coro de llantos y de colchones. A las 9.30 de la mañana, todos los niños del barrio vinieron a él, antes de irse al cole. Y algo le pasaba ayer a don Eloy, que tenía la voz un poco cansada, como si volviera de algún sermón de la montaña. Pero a la hora de la homilía, la voz se le aclaró: «Me han dicho que dejaros entrar aquí ha sido un ultraje y una vergüenza; no obstante, yo sé que Dios habría hecho lo mismo. »

Y, antes de comer, don Eloy volvía a la Delegación de la Vivienda, el Madrid católico había ido a misa como de costumbre, y una conocida personalidad abulense, que tiene mucha mano en las alturas, volvería a recordar, en favor de don Eloy, y a la vista de las camas, mesillas y cubertería del templo, que Dios también está entre los pucheros.

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