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Reportaje:Andalucía amarga: el paro en el campo y la expropiación de fincas

La sombra de los últimos "señoritos"

Cuando Antonio Cardoso Pericoto era un chaval, hace treinta años, caminaba catorce kilómetros atravesando barrizales a cambio de un bollo de pan (160 gramos). «Ricardo López, el padre del actual propietario, me enviaba desde Ecija a casa del manijero de su finca, para que le anunciara la visita del señorito. Tenía que decirle que para las seis de la tarde llegaría en automóvil el amo junto a un árbol de la carretera, en la linde de la finca, y que debla aguardarlo allí con una bestia para que el señorito pudiera recorrer sus posesiones sin mancharse de barro.»

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Los propietarios de la región

Hubo por aquellas fechas también un señorito que sospechaba que su manijero se «merendaba» sus gallinas y le obligaba, cuando alguna moría, a colgarlas de un alambre y que permanecieran allí, días o semanas, hasta que él se desplazaba a la finca y ordenaba su destrucción. Estas historias y otras parecidas es difícil vivirlas hoy en Andalucía. Los señoritos, figura con ribetes feudales inseparable durante siglos del concepto latifundio, prácticamente han desaparecido en las tres últimas décadas. Las mayores perspectivas de beneficios que presentaba la industria, el negocio bancario y los servicios, a finales de la década de los cincuenta y durante los años sesenta, junto al examen de conciencia que supuso para esta clase de propietarios la reforma agraria de la República pese a que resultara frustrada, se tradujeron en una salida de capitales del campo andaluz.Muchas fincas han pasado de unas manos a otras y, aunque son muchos todavía los propietarios de rancio apellido, o con título nobiliario perpetuado, al frente de latifundios desde los tiempos de la re conquista o la desamortización de Mendizábal (los dos grandes períodos históricos en que se acumula la tierra en pocas manos), son excepción los que hoy responden al estereotipo del «señorito». La mayoría son empresarios, en el estricto sentido de la palabra, que se plantean la explotación de sus propiedades desde una impecable. óptica capitalista del máximo beneficio.

«Cultivar trigo en regadío, como sucede actualmente en buena parte de las fincas andaluzas, puede ser censurable desde el punto de vista de la rentabilidad social; pero como planteamiento empresarial, en el sistema económico en que vivimos, es irreprochable», sostiene Ignacio Vázquez, desde su doble condición de terrateniente y dirigente del Partido Comunista de España. «En las zonas andaluzas de regadío se obtiene una producción de trigo por hectárea dos o tres veces superior a la que se consigue en Castilla, y los precios del trigo se Fijan precisamente pensando en los costes de producción que tienen los agricultores de Soria, que difícil mente pueden sembrar otra cosa Si a esto añadimos que con uno o dos tractoristas se evitan los ciento de jornales que requerirían otro productos, y la posibilidad de que se produzcan conflictos laborales, el planteamiento empresarial de la explotación de estas fincas resulta inmejorable.»

Pese a que el absentismo no es ya la característica del latifundismo andaluz, en la mayoría de lo pueblos agrícolas de la región puede encontrarse sin demasiado esfuerzo la excepción, el señorito que no ha sabido o no ha querido adaptarse al cambio de los tiempos. En Andalucía, aunque es mayor su dimensión como afrenta social que como fenómeno económico, existen todavía muchas fincas sin cultivar o mal explotadas.

En las cercanías de Ecija, por ejemplo, tiene varias fincas, todas ellas en mal estado, Guillermina Osuna Rodríguez-Chacón, conocida por La Chacona. «Es una provocadora en todos los sentidos, ya no sólo en lo rústico, sino también en lo urbano», afirma el alcalde de la ciudad y miembro del PSA, Julián Alvarez, refiriéndose a un solar abandonado de 2.000 o 3.000 metros cuadrados que posee Guillermina Osuna en el centro de Ecija.

En una pequeña loma que desciende suavemente hasta las orillas del Genil, a tres o cuatro kilómetros del pueblo, se encuentra La Serrezuela. Desde las ventanas de la casa grande, que preside las tierras, La Chacona puede elevar la vista sobre los olivos y contemplar a lo lejos los campanarios de las iglesias y las celosías del convento de las monjitas en Ecija. Doña Guillermina, no obstante, debe preferir los interiores a las panorámicas y tan solo muy de tiempo en tiempo,Según cuentan los caseros de La Serrezuela, abandona una vida hecha de misas, novenas y rosarios, y se desplaza desde el pueblo a «dar vuelta» de tierras, bestias y domésticos. Junto a la casa grande, cerrada e imponente, se alza, haciendo ángulo recto ambas fachadas, una construcción modesta de planta baja y un piso. Es el hogar de los domésticos y las bestias. María Romero Alarcón, la guardesa, que no tiene pelos en la lengua al hablar de su señora, nos enseñó su vivienda. Desde el patio se accede a una cocina rural, amplia y oscura, de la que parten unas escaleras de madera que llevan a los dos dormitorios que posee la casa. En uno de ellos hay una cama grande, en la que duerme el matrimonio, y otra más estrecha, destinada a un hijo de veintiún años. En la otra hay tres lechos hacinados, que apenas dejan un estrecho pasillo de acceso y separación, destinados a la abuela, una anciana de edad indefinida, a una hija de veinticinco años y a un hijo de diecisiete. La ventilación es mínima y no hay luz eléctrica ni retrete, y mucho menos cuarto de baño. La familia se ha «inventado» una ducha, que consiste en un bidón de plástico, que previamente al aseo llenan de agua en el pozo, y que colgado del techo de la cuadra, que ocupa el resto de la planta baja del edificio, y rodeado de un tenderete de telas y plásticos, les permite lavarse de cuerpo entero.

Alrededor de las edificaciones algunas gallinas, algún pavo y alguna bestia deambulan perezosos sorteando olivos y apareciendo y desapareciendo tras la maleza. Los olivos están repletos de la aceituna que no se recogió el pasado año y la maleza, fruto del abandono de la tierra, amenaza en su robustez con tapar los troncos de los olivos. En estas condiciones es imposible el vareo de la aceituna y todo hace pensar que este año La Chacona tampoco la recogerá. Según Pericote el año pasado la Chacona se negó a pagarjomales y les dijo que si querían recoger la aceituna les daba la mitad del producto recolectado, pero que en caso contrario -como así fue- la aceituna se pudriría en el árbol.

José Bohórquez y "La barraca"

Otro caso parecido al de la Chacona es el de José Bohorquez Ruiz. En los primeros días de este mes la comisión permanente del Instituto de Reforma y Desarrollo Agrario (IRYDA) aprobó el justiprecio para la adquisición, por parte del propio Instituto, de la finca Dehesa del Toro, de 69 hectáreas, situada en la zona regable de los canales de Guadalcacín, en Jerez de la Frontera (Cádiz). La expropiación de esta finca a su propietario, José Bohórquez Ruiz, se debió -según fuentes del IRYDA- a que no había alcanzado la intensidad de cultivos establecida en el Plan General de Transformación de la zona, y en aplicación de la vigente ley de Reforma y Desarrollo Agrario de 12 de enero de 1973.

Una emisora de radio andaluza, al conocer la noticia de la expropiación, entrevistó al señor Bohórquez, que manifestó su disconformidad con la medida de la Administración e hizo un paralelismo entre su caso y el de los protagonistas de la novela de Vicente Blasco Ibáñez, La barraca, que estaba siendo emitida en aquellos días por el primer programa de TVE.

Pero hay una diferencia, al menos, entre el «tío Barret» o «Batiste», de la novela de Blasco Ibáñez, y el señor Bohórquez Ruiz. Aquéllos eran arrendatarios que no poseían otro capital que su trabajo y su voluntad de sacarle a la tierra sufi-

La sombra de los últimos "señoritos"

ciente para p1gar el arriendo y vivir. El señor Bohórquez, pese a la expropiación, sigue siendo un latifundista. El Machorro es una finca desoladora, de unas ochocientas hectáreas, situada en las proximidades de Jerez de la Frontera, que también es propiedad de José Bohorquez Ruiz. La finca tiene algunas parcelas labradas para trigo y girasol y grandes extensiones cercadas donde hay que aguzar mucho la vista para descubrir alguna cabeza de ganado de carne. Miguel Regordán, un hombre de 62 años, que lleva desde los ocho trabajando para el amo y 33 como encargado de El Machorro, cobra 825 pe setas diarias y tiene una vaca lechera -la única que hay en la finca-, «que me ha autorizado a tener el señor Bohórquez». Vive aislado, en medio de la finca, sin abandonar su puesto ni los domingos. No se ha movido nunca de El Machorro, a excepción de un viaje que hizo, cuando era mozo, a Castellón y Teruel. Un solitario caballo andaluz, que asoma la testa por encima de la cancela de su caballeriza, parece poner desde su belleza y altivez un contrapunto irónico a las palabras de Miguel Regordán. «No, aquí no disponemos todavía de luz eléctrica.»

Explotación mediante arrendamientos

Mayor peso específico que los terratenientes a la antigua usanza tienen, especialmente en las tierras de regadío, los grandes propietarios que ceden en arrendamiento mediante parcelación, la explotación de sus fincas. En algunas zonas de Andalucía el precio de arrendamiento por hectárea se ha desorbitado, lo que de alguna forma indica la rentabilidad que puede lograrse por este sistema en el cultivo de la tierra. Los arrendatarios, por otra parte, son quienes en mayor proporción -aunque también siembran mucho trigo y girasol- atienden los cultivos de interés social.

El sistema de arrendamiento, sin embargo, presenta mayores dificultades y es menos propicio para las tierras de secano.

De todos modos, este sistema tampoco ha sido ajeno, en muchos casos, a la conflictividad generalizada y endémica del campo andaluz. Así, en el término de Fuentes de Andalucía, ocupando prácticamente la tercera parte del mismo, se encuentra la finca Castillo de la Monclova, con una superficie de 5.326 hectáreas, según catastro, que pertenece al duque del Infantado, que tiene un palacio-residencia en la misma. En este latifundio trabajaban las tierras en arrendamiento muchos vecinos de Fuentes de Andalucía. Las tierras cebaderas actuales fueron antiguos palmares desmontados por los colonos.

En 1945, el entonces duque del Infantado, Joaquín Arteaga y Echagüe, intentó ya deshacerse de los colonos ofreciendo 2.913 hectáreas de la finca al IRYDA, que eran precisamente las arrendadas. El ofrecimiento de venta no llegó a buen fin porque no hubo acuerdo entre el precio fijado por la propiedad y el obtenido por los técnicos del Instituto. Por otra parte, según documentos del IRYDA, los arrendatarios tampoco aceptaron el precio valorado por el Instituto, ya que la anualidad de amortización que tendrían que abonar para obtener la propiedad de las tierras era muy superiora la, renta que en aquel entonces abonaban, pues se trataba de arrendamientos antiguos, a los que prácticamente no se les había elevado la renta.

En 1962, parte de los arrendatarios fueron desahuciados, y Fuentes de Andalucía vivió días de agitación social. El IRYDA, en un estudio realizado en aquellas fechas, ante la situación creada, afirmó que el problema podría paliarse con expropiación de fincas y posterior parcelación en secano. Las fincas de mayor superficie, y que por ello podrían ser tenidas en cuenta para dicha solución, eran -según el informe del IRYDA- las siguientes: Castillo de la Monelova, Donadio de Berdeja, propiedad de los señores Arjona y Fernández de Peñaranda, y Argamasilla, propiedad de doña Blanca Lasso de la Vega. Sobre este estudio no se tomó resolución alguna.

Diez años después, en 1972, los propietarios del Castillo de la Monclova procedieron al desahucio de los últimos 33 arrendatarios que quedaban en la finca. El malestar que creó esta acción en Fuentes de Andalucía fue muy grande; los vecinos solicitaron al ministro de Agricultura que interviniera y la prensa se hizo un amplio eco del problema. La Administración reactualizó el estudio de 1962, volvió a hablar de la conveniencia de expropiación forzosa de algunas grandes fincas, y especialmente la del Castillo de Monclova, pero, en definitiva, nuevamente no se hizo nada.

Hoy, Castillo de la Monclova, bajo la dirección técnica de Jaime de Arteaga, marqués de Franquevilla e ingeniero agrónomo, ha mejorado ostensiblemente la explotación del latifundio; pero en Fuentes de Andalucía se respira rencor y miedo hacia el señor del castillo. El propio alcalde, miembro del PCE, no quiere ser explícito y las CCOO de Fuentes de Andalucía han firmado un convenio del campo por el que se comprometen a no ir a la huelga, que ha merecido agrias críticas, incluso de la propia dirección regional del sindicato.

«El Torbiscal»

En contraste con todo lo anterior: explotación sin complicaciones de las grandes fincas a base de cereal y tractor, cesión del cultivo de las tierras en régimen de arrendamiento y abandono o semiabandono de los latifundios por parte de algunos propietarios, existe también en Andalucía la moderna explotación agraria, concebida desde unos postulados de diversificación de cultivos y producción, estudios de mercado y costes, investigación de nuevas especies y modos de cultivo y renovación tecnológica constante. Un reducido número de explotaciones de este tipo, poco significativas en el conjunto andaluz, pero muy importantes como vanguardia de lo que pueden ser «nuevos modos de hacer agricultura» en aquella región, están ya en funcionamiento.

Junto a Utrera-Los Palacios, en Sevilla, se extiende El Torbiscal, una finca de José Cámara Benjumea, que cuenta con 1.600 hectáreas de regadío y otras mil de secano. Un abogado y economista, José Luis Pablo Romero, dirige esta empresa que da trabajo a ingenieros agrícolas, veterinarios, peritos y que cuenta con una plantilla fija de 185 empleados y proporciona trabajo eventual a más de doscientas personas. La producción de El Torbiscal está muy diversificada: producción de semillas, trigo, cebada, maíz, sorgo, remolacha, algodón, alfalfa, melones, sandías e híbridos de girasol. En estos momentos se está experimentando en la finca con un tipo de girasol que no es andrógino: hileras de girasol macho se alinean frente a hileras de girasol hembra listas para la polinización. Bajo los campos se extiende una red de tuberías que proporciona el agua necesaria para sistemas de riego sofisticados. La finca cuenta también con unas modernas instalaciones ganaderas: hay setecientas cabezas de vacas lecheras, retintas y charolais para líneas puras y cruce y para carne. La explotación se completa con una pequeña fábrica de abonos, secaderos, talleres de mantenimiento del parque agrícola y un hangar en el que se encuentra una avioneta propia destinada a siembra y fumigación.

La finca tiene un poblado propio con escuelas, servicio médico, economato y centros de diversión. La configuración de El Torbiscal, como la explotación que es hoy, se inició en los años cuarenta, con la adquisición de la primera maquinaria. Desde hace años viene funcionando un sistema de becas de estudio para hijos de trabajadores, que abarcan desde el BUP y la formación profesional hasta la un¡versidad.

El Torbiscal, por otra parte, colabora con las firmas constructoras de maquinaria agrícola y los fabricantes de abonos para la experimentación de sus productos.

"Mudapelo" el latifundio de un comunista

En la campiña sevillana tiene su finca Mudapelo, Ignacio Vázquez, miembro del PCE, candidato por este partido al Senado en las últimas elecciones legislativas, y dirigente de una de las patronales sevillanas (UAG-COAG). La finca tiene quinientas hectáreas de regadío y trescientas de dehesa.

En el aspecto de producción Mudapelo es un ejemplo de diversificación de cultivos y, consecuentemente, de reducción de riesgos La finca, en estos momentos cuenta con dieciocho hectáreas dedicadas al cultivo del tabaco, 55 los melocotones, 150 al maíz, 95 a trigo (aquí se producen en segunda cosecha entre sesenta y ochenta hectáreas de lechuga y hortalizas) veinticinco dedicadas al sorgo cuarenta a la producción de semillas de girasol, 35 a la remolacha sesenta al algodón.

En la vertiente social, Ignacio Vázquez tiene empleados fijo («que tienen un convenio superior al provincial en cuanto a salarios tienen participación en beneficios», según afirma) y un convenio con ochenta eventuales, que consiste en un salario único par todas las labores del campo, revisable cada seis meses, y participación en beneficios. Tienen derecho preferencial a la contratación mediante un sistema rotatorio s reparten el trabajo y los jornales que se van produciendo a lo largo del año. Por otra parte, Ignacio Vázquez tiene contraído un compromiso de maximizar el empleo en sus tierras.

Las comunas de Bollullos y De la Condesa

En Andalucía también existen experiencias de explotación colectiva de la tierra. Muy pocas, pero extremadamente interesantes en cuanto solución atípica en la España de hoy a los problemas planteados en el campo andaluz.

Una de estas experiencias tiene lugar muy cerca de Sevilla, en Bollullo de la Mitación, en tierras de la antigua finca Torreblanca. Esta finca fue expropiada en 1971 por el IRYDA, a la vista del manifiesto abandono en que se encontraba, y concedida en arriendo a un grupo de «pelentrines» (pequeños y medianos agricultores). La explotación no mejoró demasiado, y tres años después, en 1974, al terminar la concesión a los mismos, el IRYDA accedió a las reivindicaciones de los jornaleros de la zona y les entregó las tierras. Los jornaleros, con una voluntad y una disciplina admirables, afrontaron sin ningún recurso financiero el cultivo de esta finca. Para ello se vieron obligados a seguir trabajando la jornada laboral completa en otras tierras, por cuenta ajena, y dedicar fuera de jornada tres o cuatro horas diarias a «su finca». En 1975 habían logrado pagar al IRYDA los intereses y el crédito que se les había otorgado para la adquisición de tres tractores, merced a su primera cosecha: mil fanegas de aceituna fina y seiscientas de aceituna vasta. Superado este primer año, en 1976 se dedicaron los jornaleros exclusivamente al trabajo de su finca. Pimientos, tomates y trigo ocuparon el lugar de los olivos, consiguiendo con su venta no sólo cubrir los gastos y hacer frente a las obligaciones financieras, sino, también, proporcionar trabajo a losjornaleros en paro del pueblo. Hoy esta finca, de menos de trescientas hectáreas, por la que el IRYDA pagó cuarenta millones de pesetas, está valorada en unos trescientos millones, gracias al esfuerzo de veintiséis jornaleros.

En tierras expropiadas a la tía del Rey, en Villamanrique de la Condesa, población sevillana casi limítrofe con Huelva, funciona otra comuna agrícola. Aquí la experiencia es mucho más dura que en Bollullo de la Mitación. Las tierras son de secano y la concesión del IRYDA a los jornaleros es por tiempo limitado, mientras se transforma en regadío la zona. Las ayudas son prácticamente nulas, y la desesperación crece.

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