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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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El conflicto de la flota de CAMPSA

Secretario general de Coordinación del Sindicato Libre de la Marina Mercante

Para principios y mediados de septiembre está anunciada la huelga, mayoritariamente votada, de los buques que componen la flota de CAMPSA. Sería, de realizarse, la primera vez que el personal del mar del monopolio de petróleos acude a esta medida extrema de fuerza con el fin de ver satisfechas sus aspiraciones laborales y sindicales.

Aunque son varios los puntos en conflicto entre empresa y tripulantes, el tema clave en el que está centrada la discusión, y el que sin duda más ha contribuido a convertir la indignación de los marinos en preavisos de huelga, es el que hace referencia a la jornada laboral. No es el incremento salarial, ni los derechos sindicales, por citar los dos puntos más importantes, los que han originado la expectativa de huelga. Entre otras cosas, porque todavía no se ha entrado a negociarlos seriamente, y la distancia entre una y otra parte es perfectamente superable.

El tema de fondo, pues, es la jornada laboral. Los trabajadores del mar piden 37 horas y media semanales, con intención de que la reducción de jornada repercuta en el incremento de los días de descanso en tierra. La empresa se niega en redondo a tratar este tema y su única oferta es mantener intacta la jornada laboral de 44 horas. Lo triste y lamentable del caso de CAMPSA es que los trabajadores de tierra de la empresa (oficinas, distribución, personal de factorías y otros) han conseguido en su convenio firmado este año jornadas laborales entre 37 y media y cuarenta horas semanales, conquista por la que todos los trabajadores nos felicitamos. Es decir, CAMPSA pretende mantener para los marinos unas condiciones inferiores a las de su personal de tierra, cuando lo lógico y razonable sería que, en función de la especial dureza y peligrosidad del trabajo en la mar, los marinos tuvieran jornadas inferiores a las de los trabajadores de tierra. O por lo menos, que es lo que se pide, iguales.

El caso es grave, y CAMPSA es sólo un ejemplo. En la respuesta de la empresa a la petición de los marinos, CAMPSA alude a otras compañías donde sucede lo mismo: los marinos están peor considerados que el personal de tierra. Es absurdo que tan descomunal injusticia se apoye en la tesis del mal de muchos. Y es indignante que a la marginación social del marino, al enorme sacrificio que supone el trabajo en la mar y el aleja miento familiar, se le añada la vejación de verse, dentro de la misma empresa, en inferiores condiciones al resto del personal. Es cierto que el marino siente, porque es injusta realidad, que la sociedad no considera su trabajo como objetivamente merece. Es cierto que el marino, sometido al silencio de su militarización y a la impotencia derivada de su dispersión, ha sido pisoteado profesionalmente y marginado de las conquistas y mejoras que el conjunto de los trabajadores iban obteniendo. Pero esa situación no es esgrimible como argumento ni por CAMPSA ni por nadie. Esta huelga, y el sinnúmero de huelgas realizadas en los buques mercantes españoles en los últimos tres años, son una prueba de la decisión de los marinos por recuperar paso a paso su dignidad. Y una prueba de lo dificil que es, que a pesar de todos los esfuerzos, que las empresas razonen con seriedad en las negociaciones de los convenios.

La huelga prevista de los buques de CAMPSA puede tener imprevisibles y gravísimas consecuencias para el país. Si la militarización, medida siempre temeraria en política, rompe la acción de CAMPSA, toda la marina mercante, absolutamente toda, se lanzaría a la huelga.

El acuerdo es todavía posible. Posible y necesario. Basta con que la empresa, que tiene los mayores beneficios del ranking de las empresas españolas, se avenga a reconocer que la petición de su personal de mar es no sólo justa y razonable, sino también, de estricta necesidad social. Seguir encastillada en le negociación irracional de lo que es evidente podría aumentar la crispación de las tripulaciones hasta extremos que luego todos lamentaríamos. Los marinos hemos dado pruebas más que suficientes de moderación y prudencia en el camino de solución de los graves problemas que sufrimos. CAMPSA, y en definitiva el Gobierno, deben de tenerlo en cuenta. Y pensar que en este conflicto está en juego algo más que seis horas de trabajo a la semana. Están en discusión la dignidad y consideración profesional de los trabajadores de la marina mercante.

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