Fuera ese mamarracho
Los CIUDADANOs españoles se han despertado con la pesadilla de que la imagen que va a servir para singularizar a nuestro país como organizador del próximo Campeonato Mundial de Fútbol es un horripilante engendro que trata de imitar los nefastos simbolismos antropomórficos del peor Walt Disney y que tiende a confundir el espíritu nacional con alguna marca de quinta fila de refrescos. El asunto no revestiría otro significado que demostrar que la España del gasógeno, del jeriñac y del estilo arquitectónico falso-herreriano sigue preocupantemente viva, si no fuera por el hecho de que ese grafismo cursi y hortera va a machacar nuestras retinas hasta 1982 y se va a convertir en el embajador de España en el planeta durante tres años. Porque el Campeonato Mundial de Fútbol, al igual que las olimpiadas, no es un acontecimiento puramente deportivo, tal y como la dictadura argentina se encargó de demostrar con el gol de Kempes, sino también un complicado montaje en el que se pone en juego la capacidad de un país tanto para organizar la infraestructura técnica, turística y de servicios que lo sostiene como para transformar una competición que suscita la pasión de cientos de millones de aficionados, en ocasión de potenciar su propia imagen y de crear interés por su realidad humana, cultural y geográfica.¿Por qué las naranjas tendrían que ser el símbolo de la comunidad española? ¿Acaso Brasil, Italia, Israel, el Magreb, California o México no son importantes productores de cítricos? ¿O es que los encargados de velar por nuestra imagen están todavía anclados en la época de los cambios múltiples y de la balanza comercial pendiente de las heladas, cuando España no era un país exportador de productos industriales?
Pero el referente del dibujo ganador es un tema marginal. Lo bochornoso es que ese Naranjito, premiado por un jurado al que su propio fallo descalifica, alcanza, en su realización gráfica, simas de mal gusto y cimas de cursilería que desafían cualquier reto. Ni siquiera ha conseguido el tono camp que permitiría a los humoristas reconciliarse con tan insigne mamarracho. Si alguien pretendiera emular el Manual de zoología fantástica, de Borges, con un prontuario de botánica imaginaria, este Naranjito sería, sin duda, hijo del subdesarrollo cultural y del infantilismo estético. En ese sentido, constituye un escarnio para los numerosos diseñadores, grafistas, pintores y escultores que han situado nuestra cultura plástica entre las más importantes del mundo. Cuando se recuerda que Eduardo Chillida popularizó con su talento la campaña por una costa vasca no nuclear o que Cruz Novillo ha sido el encargado de renovar el diseño de los servicios de correos, resulta difícil explicarse las razones por las que el señor Saporta, responsable en última instancia de este atentado contra la sensibilidad, no ha tratado de interesar a nuestros más importantes artistas y diseñadores.
Sabemos que detrás de los símbolos hay siempre negocios. Pero tendría el Ministerio de Cultura -que además tiene bajo su férula las actividades deportivas- que tomar inmediatamente cartas en el asunto, suspender la ejecucíón de esa decisión y convocar un concurso abierto al que fueran invitados quienes pueden ofrecer garantías, por el talento demostrado en sus obras, de estar a la altura de ese reto y que todo ello sea dictaminado por un jurado competente desde presupuestos estéticos. Lo que sea, pero, que acaben con ese mamarracho.
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