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Tribuna
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La investigación aplicada, un reto para la universidad

Es bien conocido que en el pasado la universidad española se ha ocupado principalmente de la enseñanza, habiendo dejado en gran parte abandonada su actividad investigadora. Por ello se puede afirmar que las investigaciones realizadas en la universidad han dependido en general de las iniciativas de los profesores a nivel individual, pero la universidad como entidad no se ha preocupado en facilitar las tareas investigadoras de los profesores creando una infraestructura apropiada de talleres, servicios y bibliotecas, ayudando a los profesores en la gestión de sus contratos de investigación o estableciendo una política científica en consonancia con los cursos impartidos y con el medio social e industrial alrededor de la universidad. Esto ha sido en parte debido a la escasa dotación presupuestaria recibida del Ministerio de Educación, así como a la componente principalmente humanista de nuestras universidades tradicionales. A pesar de todo ello, cada vez va haciéndose más común la idea de que las vertientes docente e investigadora deben estar unidas y que para poder impartir una enseñanza actualizada y con realismo se debe de investigar.Superada la polémica entre universidad docente o universidad investigadora, hoy en día. sigue planteándose, quizá con demasiada frecuencia, la alternativa entre la realización de una investigación básica o fundamental (aquella orientada al conocimiento por sí mismo) y una investigación aplicada (dirigida principalmente hacia las aplicaciones tecnológicas y de desarrollo industrial). Esta falsa alternativa, todavía muy extendida entre los medios científicos y académicos de nuestro país, quizá sea debida a que la mayor parte de la investigación realizada en la universidad en el pasado ha sido básica; otras causas se deben a que la universidad ha contado con muy pocos recursos económicos, lo que ha dificultado la realización de la más costosa investigación aplicada, y a que ha habido muy poca interacción entre la universidad y el medio a su alrededor. Ante una alternativa de investigación fundamental o aplicada es importante recalcar que ambas no son de ningún modo excluyentes y que no siempre se pueden distinguir las misiones de ambos tipos de investigación, pasándose de uno a otro de una forma gradual. Por todo ello, la tradición de que la universidad se dedicaba principalmente a la investigación fundamental dejando la investigación aplicada para la industria está siendo superada por la realidad actual. Así, los laboratorios industriales de la Bell Telephone, en el campo de la física, y los de la Merck, en el farmacéutico, han reconocido, desde hace tiempo, que el motor de la innovación tecnológica es la investigación básica, llegando a ser líderes mundiales en este tipo de investigación. En el sentido inverso, universidades como las de Stanford y MIT, en EEUU, y algunas de Suiza, Suecia y Países Bajos, en Europa, son las líderes de la investigación tecnológica en sus respectivos países.

Parece, pues, conveniente y fructífero que en la universidad coexista la investigación fundamental con la investigación aplicada. Es más: creemos que la universidad española debe de tender a una cierta diversificación entre ambos tipos de investigación, como de hecho ya ocurre en algunas facultades de Ciencias. En éstas habrá que dar los pasos necesarios para la creación de una buena infraestructura de talleres y servicios sin la cual la realización de una investigación de tipo aplicado será una eterna quimera. Quizá un paso importante a dar sería que algunas de las universidades clásicas crearán dentro de ellas algún tipo de ingeniería moderna para la cual estén preparadas y cuya necesidad se hace cada vez más patente: ingeniería de materiales, de medio ambiente, química, etcétera. Esto, sin duda, ayudaría a las autoridades académicas a sensibilizarse por los problemas de la investigación aplicada.

Universidad y CSIC, desatendidos

Anteriormente se ha analizado la escasa inversión recibida por la investigación en España, y dentro de ella en especial, la universidad y el CSIC, quienes, por otra parte, han sido quizá los organismos que mayor esfuerzo le han dedicado, Cabría esperar, por tanto, que una fracción importante de la financiación del plan trienal de investigación, del que tanto se habla, debería ir destinado a estos dos centros. Estos fondos dedicados a la investigación podrían canalizarse de dos formas. Una de ellas sería la subvención directa a los centros que realizan la investigación, los cuales repartirían los fondos de acuerdo con criterios establecidos por ellos. La otra, que no debe ser menos importante, consistiría en la subvención por parte de los organismos oficiales de ciertos proyectos de prioridad nacional establecidos mediante una política científica sobre la que más abajo hablaremos.

Así como en los países avanzados el énfasis durante la década cincuenta y parte de los sesenta se hizo sobre la investigación de tipo fundamental, en esta última década se ha evolucionado en estos países hacia una investigación de tupo más dirigido y aplicado, trazándose una serie de grandes programas a través de su propia política científica. Por una parte, los políticos de estos países avanzados han presionado para que se invierta gran cantidad de fondos en campos tales como la electrónica, aeronáutica, informática, etcétera, además de apoyar inversiones en investigaciones industriales de tipo punta para tratar que sus países mejoren su balanza comercial. Paralelamente a ello han recomendado la inversión en grandes programas de investigación de carácter social, como pueden ser urbanismo, medio ambiente, energía solar, transportes, sanidad, etcétera. Todo ello ha dado como resultado que los centros estatales de investigación y las universidades de estos países estén expandiendo sus programas de investigación dirigidos a objetivos concretos a expensas en parte de la investigación de tipo más fundamental o libre. Esta reconversión tiene la ventaja de que está haciendo desaparecer la alternativa investigación fundamental-investigación aplicada en la universidad, dando como resultado la formación de grupos lo suficientemente dinámicos para realizar ambos tipos de investigación, según lo recomienden las circunstancias, y pasar de una a otra mediante transformaciones de tipo continuo.

Debido a las consideraciones anteriores, es evidente que las universidades y demás centros de investigación tendrán que ir acostumbrándose a interaccionar más con su entorno social e industrial si quieren conseguir una mayor financiación para la realización de sus programas.

Establecidas las prioridades de investigación tecnológicas, el Estado podría apoyar a proyectos presentados conjuntamente por universidades y empresas, los cuales deberían tener un interés científico, aparte de responder a necesidades industriales. Especial apoyo deberán de merecer los programas de innovación tecnológica que ayuden a los investigadores a promocionar y encontrar aplicaciones para sus descubrimientos científicos. Así, por ejemplo, el científico español suele desconocer el sistema de patentes industriales y, lo que es peor, la literatura científica publicada en forma de patentes. Conviene a este respecto recordar que físicos más bien conocidos por sus investigaciones básicas, tales como Einstein, Fermi y Townes, son también acreedores de un cierto número de patentes. Sería, por tanto, recomendable que la universidad o algún tipo de fundación prestara al investigador universitario asistencia a la hora de evaluar las posibles aplicaciones y patentes que se pueden derivar de un descubrimiento realizado en el laboratorio. Una iniciativa muy loable en este sentido ha sido la de la Fundación Universidad-Empresa, que, apoyada por el CDTI (Centro de Desarrollo Tecnológico Industrial), está iniciando un estudio a nivel jurídico con objeto de intentar la creación de un servicio de asesoramiento a los profesores universitarios en este campo.

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