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Tribuna
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Madrid, 2 de mayo de 1879

Presidente de la Federación Socialista MadrileñaSenador del PSOE por Madrid

Fiesta cívica madrileña es, con más de siglo y medio sobre sus espaldas, el día 2 de mayo. Fernández de los Ríos, al que tanto debemos los «madrileños y los forasteros» (pero ¿hay forasteros en Madrid?) glosaba así la fiesta: «Con pasajeros y significativos eclipses y con más o menos pompa, según el linaje de las ideas que impera», se celebra esta fiesta conmemorativa de la jornada de 1808 con «dos altas significaciones: el amor a la independencia nacional y el bautismo de la España nueva». Fernández de los Ríos escribe en 1876. No podía, claro está, historiar una tercera significación, cercana a las dos por él anotadas, que enriquece desde 1879 a las efemérides del 2 de mayo: la creación del Grupo Socialista Obrero de Madrid en la comida de Fraternidad Internacional celebrada en una modesta fonda.

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De los años entusiastas y apasionados que se inician con la Revolución de 1868 -La Gloriosa- y no se cierran del todo, ni mucho menos, con Cánovas, que, historiador notable, dijo venir a continuar la historia de Españajejos de los «mal llamados años» del absolu tismo; nace el moderno movimiento obrero en España, acorde con el de Europa y o éste discorde en la pugna entre ácratas y socialistas o, como entonces se decía, «aliancistas» y «autoritarios».

Las doctrinas están palpitantes en las luchas «societarias» como en las que la rigidez económico-social suscitaba fuerte contraposición. Realidad severa, que la aguda crítica de Marx somete a su formidable construcción dialéctica y su entrega a la acción, con tantas otras figuras, que desde, 1848 personifican la aparición del proletariado como fuerza activa y transformadora de la vida social y política.

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Como organización independiente y para luchar contra el paro y lograr mejorasen el oficio, nace en Madrid, en 1871, la Asociación sanea la averiada caja social. Hace del Arte de Imprimir. Estaba lejos de la ortodoxia marxista, según nos cuenta Juan José Morato. Por lo menos, así surgió. No tuvo demasiada fortuna en su llamada a la colaboración de los «señores dueños de imprenta», pero logré un boceto de lo que hoy llamaríamos contrato colectivo de trabajo, siquiera limitado a las tarifas de salarios. Creó para resolver el paro, y a iniciativa del ilustre Eduardo Benot, una imprenta colectiva, que gozó de generosas asistencias, en lo posible, pero su resultado fue poco afortunado.

Pablo Iglesias, tipógrafo excelente, precoz y entusiasta internacionalista, estudioso de las ideas socialistas, aparece, algo después de su fundación, en la Asociación del Arte de Imprimir. La preside a los veintitrés años de edad. Acepta al cabo, pues había otros más veteranos y «eran buenos cajistas», y de la asociación un sindicato de resistencia.

Los tipógrafos eran los aristócratas del obrerismo. Cuando Ricardo de la Vega nos presenta la figura de Julián, el «honrado cajista, que gana cuatro pesetas» -jornal considerable -entonces- nos hace, dentro de la creación escénica, alusión a esa significativa posición elevada de los «artistas» del oficio de Gutenberg. Con el nuevo presidente, el «don», que precedía a los nombres de los directivos de la asociación, se convierte en «compañero». Los discretos y amables señores tipógrafós se enojan un tanto. Abundan las bajas. De mayo a diciembre de 1874, el número de socios se reduce de 369 a 194. Pero la huida fue contenida. El joven presidente escribió un manifiesto. Comienza su infatigable lucha obrera. Los compañeros volverán por la fuerza persuasiva de los hechos. A lo que hay que combatir es a los patronos egoistas y a las autoridades adversas y parciales.

Iglesias era sagaz y enérgico. Ocupaba el Ministerio de la Gobernación nada menos que Romero-Robledo con Cánovas en la presidencia. Iglesias lo visita. Le acompaña otro popular personaje Felipe Ducazcal, miembro del Arte de Imprimir, antiguo cajista. El gobernador dejó para otra ocasión su odio a los «compañeros» tipógrafos.

Desde la invención de la imprenta, tipógrafos y letrados han sido. buenos amigos. Algunos tenían el doble oficio. Así Miguel Servet, corrector de pruebas. Y tantos otros. Y al revés, los tipógrafos se hacen «hombres de carrera ». Ocina, tipógrafo, estudia en San Carlos y conoce a Jaime Vela. Son ya médicos en 1879. El tipógrafo Mesa, que ha tenido que salir de Madrid en busca de trabajo, se instala en París. Es amigo de Guesde y de Lafargue, escribe artículos y cartas socialistas. Visita a Marx y Engels.

Iglesias va de cuando en cuando a las tertulias de los pocos «internacionalistas», que se reúnen en los cafés de Lisboa y del Brillante. Con paciencia les habla una y otra vez de la necesidad de crear el grupo socialista. Y se prepara y celebra la comida de Fraternidad Internacional en la fonda de la calle de Tetuán. El 2 de mayo de 1908 da a Madrid a Europa, los hechos dramáticos que suscitan en Europa la dramática Teoría de las Nacionalidades. El 2 de mayo de 1879 da Madrid a España, sencilla y cordialmente, la doctrina del socialismo, la de la emancipación de los trabajadores por su propia obra,

De un sindicato obrero nació el Partido Socialista. Años después y en amplia escala numérica, de los sindicatos ingleses y otras sociedades nació el Partido Laborista. No ha sido el socialismo español el más tardío en organizarse.

Se conserva el acta de aquella reunión. Fue nombrada una comisión redactora del programa del partido y de la organización. La formaban los tipógrafos Iglesias y Calderón y los médicos Ocina, Zubiaurre y Vera. Este último se ausentó de Madrid en largo viaje de estudios. Iglesias redactó el primer texto. Nueva comisión lo retocó. Breve y sobrio en las palabras. El partido aspira a la posesión del poder político por la clase trabajadora; a la propiedad común de los instrumentos de trabajo; a la sociedad que garantice a todos los hombres el producto total de su trabajo; a la enseñanza integral a los individuos de ambos sexos en todos los grados de la ciencia, la industria y las artes. El ideal: la completa emancipación de la clase trabajadora, la abolición de las clases sociales y su conversión en una sola de trabajadores libres e iguales, honrados e inteligentes.

¿Utopía? ¿Poesía, como en la República de Tomás Moro? Esperanza natural de los que hacen del trabajo razón y nobleza del vivir. Mas ¿quién dice que la utopía es lo que no tiene lugar, lo que no existió? Que lo pregunten a las generosas gentes de Michoacán, donde el oidor y luego obispo don Vasco de Quiroga, nacido en Madrigal de las Altas Torres, forjó un verdadero y amable reino de utopía hace ya cuatro siglos.

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