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Entrevista:

"Las dictaduras, cuando se derrumban, muestran toda su debilidad"

Presidente de Chile desde 1964 a 1970, el demócrata cristiano Eduardo Frei es hoy, en el país que dirige la Junta Militar de Pinochet, uno de los líderes indiscutibles de la oposición chilena. Desde que abandonó la presidencia, sin embargo, Frei ha sido muy parco en sus declaraciones políticas sobre la situación interna de su país, argumentando que a sus 67 años, y tras ocupar la más alta magistratura de la nación, sus declaraciones sólo son válidas dentro de Chile. Aun así, cuando EL PAÍS le entrevistó en Santiago, su posición sobre el futuro de Chile y Latinoamérica quedó lo suficientemente expresa cuando afirmó que «toda dictadura es transitoria», después de sostener que «la experiencia universal señala que estos regímenes (dictatoriales), aparentemente firmes, cuando se derrumban muestran toda su debilidad, y a veces su corrupción, que han ocultado bajo el manto de la fuerza».

EL PAÍS. Las tensiones socioeconómicas actuales de los pueblos de Iberoamérica obligan, y así lo reconocen líderes civiles del continente, a la estructuración de democracias más fuertes. ¿Hasta dónde cree que es posible llegar en este camino sin que la democracia no se transforme en una fachada que sea incapaz tanto de solucionar los problemas socio-económicos como de respetar los derechos civiles y políticos de los ciudadanos?Eduardo Frei. La democracia en último término no puede subsistir si no es sobre la base del consenso y de la solidaridad. O sea que, más allá de los partidos y sus programas y de los legítimos intereses de diversos grupos y estratos, exista el respeto por ciertos valores fundamentales que a todos son comunes, y que las grandes mayorías estén dispuestas a aceptar y sostener. Para mí esos valores están contenidos sustancialmente en la Carta Universal de los Derechos Humanos.

La tentativa generalizada de los enemigos de la democracia es decir que ésta es frágil, ineficiente y que los regímenes autoritarios son los únicos capaces de mantener el orden. La verdad es que la experiencia universal señala que estos regímenes, aparentemente firmes, cuando se derrumban, muestran toda su debilidad y, a veces, su corrupción, que han ocultado bajo el manto de la fuerza.

No se puede concebir una democracia sin la existencia de la autoridad, especialmente en nuestro tiempo, por las condiciones de la economía mundial, las exigencias de los planes de desarrollo a mediano y largo plazo, las innovaciones tecnológicas, la amenaza de la violencia... Es imposible dirigir una nación y afrontar las tareas propias de una sociedad moderna sin una autoridad vigorosa, apoyada en una institucionalidad adecuada. Pero esa autoridad en la democracia tiene características bien definidas: debe ser elegida libremente por el pueblo; debe estar sometida a la ley, y debe tener los contrapesos necesarios para impedir sus desbordes. Una autoridad así elegida debe crear las condiciones de justicia y seguridad que permitan a la sociedad desenvolverse y progresar. Precisamente porque cuenta con el consenso y la solidaridad del pueblo puede y debe exigir la disciplina indispensable que hace posible la convivencia y el desarrollo de una comunidad nacional, verdaderamente libre, y no tolerar que bajo su amparo pretendan minar sus bases quienes son sus enemigos encubiertos o declarados.

Naturalmente, el hombre que razona siempre aparece más débil que aquel que está dispuesto a disparar y a matar. Pero en el hecho las dictaduras o los regímenes autoritarios en definitiva han terminado en el fracaso. Esta es una experiencia histórica que se repite una y otra vez en América Latina.

Una democracia sin una autoridad responsable es una democracia condenada a morir. Los pueblos pueden soportar hasta las dictaduras, pero no soportan la anarquía. Pero de ahí a pensar que esta autoridad se convierta en «autoritarismo» es querer disimular su verdadero nombre: dictadura.

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P. Ciertamente, en el continente iberoamericano, como ocurre en otros confines de la tierra, en el proceso político, económico y social juegan factores exógenos. ¿Cuál es, a su juicio, la importancia, el nivel que éstos juegan en Iberoamérica?

R. Vivimos en un mundo planetarizado. Todos somos cada día más interdependientes. Y las fronteras no pueden detener ni los grandes movimientos ideológicos que las trascienden, ni las fuerzas económicas que las desbordan, ni las presiones de los más poderosos que las influyen. Ninguna nación escapa a estos hechos y, por supuesto, ellos también afectan a América Latina.

Europa vive estrechada entre dos superpotencias. África y Asia sufren las presiones de las potencias, capitalistas y de las comunistas. Esta realidad se presenta con caracteres singulares según cada región. Lo importante para América Latina -como para cualquier grupo de naciones en el mundo- es que tenga la conciencia suficiente para defender su personalidad y su propio destino dentro de una realidad regional y mundial que limita las soberanías.

En este orden de ideas el conjunto de países latinoamericanos, por su ubicación, debe primordialmente -no únicamente- definir sus posiciones frente a Estados Unidos. Siempre he creído que el «entreguismo» de algunos y el «odio estratégico» de otros no conduce a nada útil. Lo importante es que estos pueblos sean capaces de crear una solidaridad que les permita tratar con el «imperio» del Norte. Aislados y divididos caerán siempre en uno u otro de los extremos señalados. El anti-imperialismo verbal no sirve para nada. Hemos visto su esterilidad. Lo que importa es tener una personalidad propia, una actitud común para tratar con capacidad y dignidad. Divididos y débiles, inevitablemente llevamos las de perder, no sólo frente a Estados Unidos, sino ante cualquiera otra potencia mundial.

P. Mucho se habla de los factores comunes que ligan a los pueblos iberoamericanos y todos se preguntan por qué no es posible una mayor unidad. Pareciera que todo no pasa de formar parte de una entelequia, de un mito. El virtual fracaso de la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC) y el lento desarrollo -hoy casi estancamiento- del Pacto Andino, parecen confirmar esta última impresión. ¿No cree que estos pueblos perdieron la oportunidad de ser una gran nación?

R. No hay duda que América Latina aparece desunida. Las numerosas tentativas para integrarse han fracasado. Nadie desconoce que la integración es necesaria, pero ha faltado una visión común operante y han sobrado las posiciones personalistas y los nacionalismos exagerados. Este es un hecho histórico que gravita sobre la vida de América Latina, y esto es aún más patente cuando se advierte la escasa o ninguna influencia que tiene el hemisferio en el cuadro mundial, donde estas naciones se ven divididas e inoperantes. Ninguna integración se, ha hecho sin decisión y voluntad política. Si el espacio me lo permitiera podría relatarle experiencias pasadas y presentes, y aun personales de cómo ha influido la carencia de decisión en ese plano. En el fondo cada uno quiere afirmar su propia soberanía, con un nacionalismo verbal y patriotero que indica más que nada falta de seguridad en sí mismo, porque la única manera de defender la verdadera independencia sería haciendo causa común entre todos.

No creo, sin embargo, que ya se perdió la oportunidad. Los pueblos seguirán siempre teniendo oportunidades. A ratos pienso que la historia está comenzando y que ya mismo empiezan a cambiar, las condiciones que hacen posible ahora lo que nunca antes pudo lograrse.

Yo diría que el factor más considerable hoy es la forma rápida como el continente se está integrando físicamente, lo que tendrá decisiva influencia en los próximos años. América Latina fue hasta hace poco una civilización litoral. Hoy asistimos a la conquista del hinterland.

Por lo demás, la ALALC y el Pacto Andino, con todas sus fallas, son un avance.

P. ¿Cree que las actuales dictaduras castrenses tienen el mismo tono, el mismo enfoque, que las que existieron hace veinte o treinta años?

R. De ninguna manera. Son diferentes. Las antiguas dictaduras latinoamericanas eran muy simples y no tenían los instrumentos de que disponen las de hoy: armamentos sofisticados, control y uso organizado de los medios de comunicación, especialmente de la televisión, policías de seguridad altamente tecnificadas, y la pretensión de inventar un sistema conceptual antidemocrático en su esencia. En el fondo, aunque se niegue, establecer una cierta forma nueva fascistoide.

Su objetivo es destruir los partidos políticos, los sindicatos y las organizaciones sociales de base, en una palabra, toda representación que surja desde el pueblo de una manera auténtica, manteniendo organismos de fachada, o sea, crear la tierra de nadie. El objetivo supremo es plantear un dilema: o el Gobierno o el comunismo, el orden o la violencia. De esta manera se pretende hacer imposible el retorno normal a la democracia y se ahonda enormemente el conflicto social. Las consecuencias están a la vista. Basta con mirar hacia Nicaragua.

P. Los defensores de los regímenes autoritarios castrenses alegan que los políticos civiles han contribuido considerablemente a generar en los ciudadanos apetencias y expectativas indebidas con la realidad económica, lo cual habría motivado que las democracias prontamente fueran desbordadas, generando el caos y el desorden. ¿Qué opinión le merece este juicio?

R. Hay gran parte de verdad en su aseveración. Por eso mismo creo que no habrá democracia estable en América Latina si no se corrigen esos yerros. No siempre, pero son varías las veces que las democracias latinoamericanas no han sido destronadas: ellas mismas se han caído víctimas de sus desaciertos. Pero quienes las han reemplazado han cometido errores aún mayores, y están creando y acumulando problemas y tensiones más profundos que los hasta ahora conocidos. Destruyen toda la textura social, si bien es necesario reconocer y corregir las fallas innegables de los regímenes democráticos, otra cosa es que esos errores justifiquen el arrasar con todo lo que la democracia significa. Aquí se puede decir, con razón, que el remedio resulta peor que la enfermedad.

P. El continente aprecia un retorno a un esquema económico liberal, como resultado casi lógico de las malas experiencias socializantes, como, por ejemplo, los casos de Chile (democracia) y Perú (dictadura militar). ¿Cree usted que la nueva corriente arrojará algún resultado positivo o simplemente no hará más que aumentar la tragedia social vigente?

R. Pensar que la salida para América Latina es un esquema económico liberal en algunos casos llevado al extremo, me parece un disparate. Las experiencias que se están realizando, aunque se pretenda otra cosa, no conducen a un verdadero desarrollo económico y están aumentando, como usted mismo lo adelanta en su pregunta, la tragedia social de esta América Latina.

Hay ciertos países de Centroamérica que tienen moneda dura, carecen de inflación y pueden presentar una magnífica balanza comercial y de pagos. Frente a esos hechos, diez o veinte familias concentran todo el poder económico, la riqueza, el bienestar, mientras una masa inmensa, mísera y desesperada sólo acumula odio y violencia. Esa no es solución para estas naciones.

P. ¿Cuál cree que es el futuro del militarismo, de las dictaduras castrenses, en Iberoamérica?

R. Creo que toda dictadura es transitoria y que inevitablemente cederán el paso a una verdadera democracia, en que las fuerzas armadas, altamente profesionales, desempeñarán su fundamental tarea integradas a la vida de la nación. El militarismo es una expresión que daña a las propias fuerzas armadas como instituciones indispensables en la vida de un país.

P. ¿Qué trascendencia en relación con América Latina atribuye a la experiencia española y qué lección podría sacarse del caso de España?

R. Lo que está ocurriendo y ocurre en España tendrá gran trascendencia en Latinoamérica. Ninguna otra nación tiene con nuestro hemisferio lazos más sólidos. Por eso en nuestros países existe tanto interés en el éxito de la experiencia española.

Los enemigos de la democracia hacen su propaganda magnificando cada una de sus faltas o errores por mínimos que sean. De esto debiera existir conciencia, pues sus actos no sólo interesan adentro, sino que repercuten afuera. Los que allá hacen profesión de intransigencia y, en especial, los violentistas ciegos, están realizando el mismo papel que desempeñan en todas partes: justificar la violencia de los otros, asustara la gente común y dar pretextos para suprimir la libertad y la democracia. Estos «revolucionarios» parecieran estar contratados para provocar por quienes desean terminar con cualquier régimen de derecho.

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