El fantasma de Azaña
La cuestión religiosa carece de emotividad parlamentaria. Se trata de un tema desactivado que huele a Heno de Pravia. La mención de la Iglesia católica en el artículo 15 de la Constitución, sólo ha podido levantar una pequeña pasión rutinaria, mientras el ectoplasma de Manuel Azaña planeaba por el hemiciclo con el cilicio puesto bajo la sábana en señal de penitencia. Después de cincuenta años la liturgia católica se ha sometido a un diseño Bauhaus; aquellos templos oscuros y barrocos han sido sustituidos por iglesias que parecen cafeterías tipo Oklahoma y las pasiones políticas de sacristía las ha oreado el Concilio Vaticano II. Pero queda la emoción del recuerdo, aquel olor a pólvora y a incienso del artículo 26 de la Constitución republicana. Por eso ayer hablaron los líderes políticos como en una sesión de espiritismo para turistas.
Hubo opiniones de todos los tamaños. Desde Heribert Barrera que defendió el laicismo puro hasta Fraga que sacó en procesión a las vírgenes más milagrosas de España. Entre el agnosticismo y la imaginería folklórica la enmienda de los socialistas pretendía erradicar del texto ese privilegio de mención para la Iglesia Católica porque este partido tiene la sospecha de que esa es una forma solapada de confesionalidad del Estado, la manera moderna e industrial de conservar sin escándalo literario los privilegios económicos de la Iglesia Católica. Fue un buen discurso de Enrique Barón. Pero enseguida bajaron los jóvenes pálidos y constitucionalistas de UCD con los argumentos sucesivos de la sociología religiosa del país. Gabriel Cisneros, Oscar Alzaga y Herrero de Miñón fueron los encargados de convencer a la parroquia bajo palabra de honor, de que esta vez, en 1978, la mención de la Iglesia Católica en la Constitución sólo obedece a un sentimiento técnico y puro, sin capítulos contables, un simple movimiento del alma sin dinero por en medio. Ellos han planteado una cuestión de fe. Y Tierno Galván ha subido a interpretar el misterio.
El profesor ha tenido un momento estelar allí arriba a la hora de descifrar las claves secretas de UCD. En una oración breve, pero llena de perversidad política, buscando la femoral, ha descubierto los intereses casi freudianos que cohesionan las grietas de esa coalición, los últimos resortes manipulados a la perfección por la Democracia Cristiana, esa formación política latente que esconde su mayor fuerza en la parte ciega y que se hace visible sólo en el momento preciso. Tierno Galván ha dicho que UCD es una Democracia Cristiana cuarteada y vergonzante que en su día se disfrazó de Opus, después de tecnocracia y hoy se hace pasar por centrista, un partido que ahora plantea la antigua cuestión religiosa con una formalidad más moderna. Y mientras tanto Carrillo callaba. El es un gato escaldado que todavía huye de la quema, que tiene los ojos iluminados por el resplandor de un convento en llamas. El sabe que el artículo 26 de la Constitución de 1931 fue el que derrumbó la República por haber atacado frontalmente a la Iglesia Católica. Estos no son aquellos tiempos. Pero los comunistas han votado afirmativamente en un reflejo histórico condicionado como el que no quiere lios. Por otro lado la sesión ha sido muy brillante, muy bella y muy relajada. Intereses religiosos con un envase constitucional estético.
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