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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Un congreso libre y conflictivo

Del Comité Ejecutivo del PCE

Pocas veces, creo que ninguna, un congreso de un partido político en España ha despertado tanta expectación y motivado tantos artículos y comentarios como el próximo IX Congreso del PCE, que tendrá lugar en Madrid dentro unos días. Y nunca su celebración ha sido precedida de una discusión tan libre, abierta y apasionada dentro del mismo partido como en esta ocasión.

Pero el debate tiene también lugar fuera del partido, sobre todo en la prensa y demás medios de información de masas. No me refiero sólo a la información del mismo, sino a la participación en él. Primero, en muchos casos, con un planteamiento falso, sensacionalista: ¡El PCE abandona el leninismo! Y en otros casos, como en el editorial de EL PAÍS del día 6 de abril, casi dirigiéndose a los afiliados del partido, contestatarios o no, y diciéndoles: habéis equivocado el tiro. El problema no es el leninismo, sino los viejos «dirigentes históricos», abnegados, pero tontos. ¡Echarlos!, esa es la verdadera solución. Bien, no podemos negar a nadie su derecho a opinar. Estamos en tina democracia.

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Sí. El IX Congreso del PCE ha armado mucho ruido. Creo que seguirá armándolo para bien, en definitiva, del PCE y de la democracia. Por eso es justo agradecer a los medios de información, y yo lo hago de muy buena gana, su contribución para que la resonancia del congreso sea lo más fuerte posible.

El contenido del debate

Como sucede en la mayoría de los problemas políticos en apariencia muy complejos, el fondo del debate que tiene lugar en el PCE- es muy sencillo. Podríamos resumirlo así: ¿Es posible la existencia, en un país como España, de un partido comunista y democrático? Especifiquémoslo bien para que no haya equívocos. Se trata de un partido democrático de verdad, tanto como el que más lo sea, pero al mismo tiempo de un Partido Comunista, revolucionario. Revolucionario, no porque pretenda la insurrección armada, la lucha violenta, la destrucción del Estado burgués para implantar la dictadura del proletariado, sino porque mediante la lucha política legal de masas, en el Parlamento y en todos los ámbitos de la sociedad pretende, a través del desarrollo de la democracia, transformar la sociedad y llegar al socialismo y al comunismo. Para lo cual es precisa la participación de la gran mayoría de la población, es decir, una gran coalición de fuerzas políticas y sociales, entre las que el PCE será uno más.

Se trata, en realidad, y a la escala de un partido que sólo tiene el 10% escaso de los votos, del mismo intento que en 1968 tuvo lugar en Checoslovaquia, y que se denominó «la primavera de Praga». Se trataba allí de demostrar que socialismo y democracia, lejos de ser antitéticos, son las dos caras indivisibles de la misma moneda. Y también allí, como aquí en el PCE, los realizadores de aquel movimiento salieron del mismo Partido Comunista checo, y habían sido antes estalinistas. Pero no creo que sea honesto dudar de su sinceridad democrática, que por cierto les costó bastante cara. ¿Y con qué títulos se puede dudar de la sinceridad democrática de los dirigentes «históricos» del PCE?

La primavera de Praga terminó como todos sabemos. Y los reaccionarios de todo el mundo, los que mantenían que socialismo y libertad son incompatibles, dieron un suspiro de satisfacción. ¡Ya lo decían ellos! Aquella borrachera de libertad sólo podía llevar a lo que llevó: a los tanques soviéticos en las calles de Praga.

También aquí, en el proceso de renovación del PCE, los obstáculos son grandes, y el objetivo aún no ha sido logrado plenamente. Pero yo tengo la seguridad de que lo lograremos y tendremos un PCE democrático y en nada parecido a un partido socialdemócrata.

Leninismo

De todos los problemas debatidos en las conferencias locales, regionales o de nacionalidades, que se han celebrado ya en su totalidad, el más controvertido ha sido el de si leninismo no, o leninismo sí. Es decir, si el PCE se define, como hizo siempre, como un partido marxista-leninista o, de acuerdo con lo que se propone en las tesis políticas y en el proyecto de estatutos presentados por el comité central, como un «partido marxista, democrático y revolucionario».

¿Es ése el problema más importante? No y sí al mismo tiempo. Me explicaré.

No lo es, porque de lo que se trata es de elaborar lo que en la jerga del partido se denomina la nueva «vía al socialismo», «la estrategia y la táctica» del partido. Es decir, se trata de elaborar el pensamiento político, las formas en que el partido cree que es posible salir hoy de la crisis económica, desmantelar el aparato de la dictadura y consolidar la democracia para desarrollarla después hasta llegar al socialismo y al comunismo. Esa política es el eurocomunismo. Y la discusión preparatoria del congreso está mostrando que, con matices y variaciones, todos o casi todos los militantes del partido están de acuerdo con ella.

Pero el instinto político no engaña a los camaradas. El definirse o no como partido leninista no es cuestión baladí: es esencial. No porque el dejar el término leninista como definitivo signifique cambiar la política que el partido ha seguido desde hace años para iniciar un rumbo diferente, sino porque al definirse como partido marxista, democrático y revolucionario, el PCE rompe definitivamente con el pasado..., y con el presente dogmático del comunismo. Se trata de romper con la iglesia, con el catecismo y, lo que es más doloroso, con los santos de esa religión en que los dogmáticos han convertido al «leninismo».

Se trata de volver al marxismo revolucionario y democrático, la teoría que inspiró toda la acción revolucionaria de Lenin. Al actuar así (si así lo decide), el IX Congreso del PCE procederá de pleno acuerdo con el pensamiento y el estilo de Lenin. No es que el partido «abandone» el leninismo. Es que la historia, el desarrollo económico, político, científico, cultural etcétera, que han creado un mundo radicalmente distinto del que Lenin conoció, ha superado las tesis fundamentales del leninismo, que fueron justas porque respondían a las necesidades del movimiento revolucionario en aquella época.

Por eso el partido deja de lamarse leninista, y con el bagaje del marxismo revolucionario (que comprende también a Lenin, como a otros pensadores y revolucionarios marxistas, en lo que tienen de permanente) se dispone a lanzarse a la alta mar y navegar con decisión hacia las playas del socialismo y del comunismo.

El tiempo del debate

En opinión de muchos camaradas, el comité central ha procedido de forma irreflexiva y precipitada al lanzar al partido a este debate sobre el leninismo, debate para el que no estaba preparado, que se ha hecho en muy poco tiempo (en algunos casos es verdad). ¿Qué necesidad teníamos, según esos camaradas, de buscarnos este lío? ¿Por qué no dar más tiempo, abrir un amplio debate, y dejar que los camaradas lo fueran asimilando poco a poco? Y como prueba de lo que dicen ponen el ejemplo de otros partidos eurocomunistas que siguen llamándose marxistas-leninistas y que, sin embargo, son grandes partidos, con un elevado porcentaje de votos.

Parecen argumentos de peso, pero en realidad no lo tienen tanto. El debate dura ya en el partido muchos años. Claro que ha sido un debate realizado por un partido clandestino, acuciado por la necesidad de actuar con muy pocos medios y en condiciones muy difíciles. En consecuencia, se ha debatido principalmente a nivel de dirección y colaboradores más inmediatos. A la base del partido ha llegado el resultado de la elaboración, los planteamientos políticos orientados hacia la inmediata acción de masas. El partido actuaba, luchaba, veía que su acción confirmaba, en general, la línea política, pero discutía muy poco. Eso era la consecuencia, en primer lugar y sobre todo, de la clandestinidad. Pero también de una mala concepción del trabajo, que hacía caer a los militantes en un activismo reivindicativo de carácter casi sindical muchas veces, cuyas perniciosas consecuencias estamos pagando todavía.

Pero la vida no espera a que los comunistas resolvamos nuestros problemas teóricos y políticos: nos plantea acontecimientos ante los que hemos de definirnos clara y rápidamente. Santiago Carrillo ha hablado de la necesidad de ganar, en muy pocos años, un tiempo histórico de treinta años que llevamos de retraso sobre otros pueblos y partidos europeos. Y sólo podemos ganarlo actuando con resolución, audazmente.

Eso es verdad. Pero hay otra razón poderosa para la urgencia. Lenin fue el autor de una frase famosa: «Sin teoría revolucionaria no hay movimiento revolucionario.» La historia ha confirmado la verdad de esa afirmación. Lo característico de los partidos socialistas y socialdemócratas es un desprecio olímpico por la teoría revolucionaria, hasta tal punto que, en el mejor de los casos, el único «consumo» que se hace de ella es la vaga enumeración de unos cuantos enunciados «teóricos», casi siempre librescos, sin relación con la actividad política real. Esa actividad está determinada. casi siempre, por el más puro empirismo y se caracteriza por el oportunismo político, por el deseo de ganar las elecciones y realizar algunas reformas más o menos importantes, pero sin plantearse jamás de verdad la transformación socialista de la sociedad.

Por otra parte, si la teoría no se enriquece continuamente con el estudio y generalización de las experiencias que proporciona la práctica, se anquilosa y da lugar al dogmatismo izquierdista, tan corriente hoy.

Pero todo lo anterior significa que, para un partido que oriente su actividad partiendo de la teoría, una formulación teórica inadecuada de su política y de sí mismo perjudica seriamente su desarrollo, aunque sea una política justa. Si ese desfase se prolonga mucho tiempo, el perjuicio será mucho mayor. El PCE hace una política eurocomunista. Pero el eurocomunismo no cabe en el leninismo: los teóricos soviéticos y otros lo han visto claramente. Y en efecto: al ampararse bajo la etiqueta del leninismo, al que negaba en la práctica, estaba restando fiabilidad democrática a la política del partido y actuaba como un freno para su desarrollo teórico y práctico.

No era posible esperar, pues la vida no se para. Era preciso, como hizo Lenin en 1917, tirar la vieja camisa y buscar nuevos caminos audazmente.

Las formas del debate. Los hombres

La democracia en el partido no era posible en la clandestinidad. Ni siquiera para elegir los delegados a los congresos. Pero la dirección del partido estaba creando conscientemente las condiciones para que la democratización a fondo del partido fuese imparable, inevitable, por más esfuerzos que alguien pudiese hacer para evitarla. Conscientemente sembramos vientos de libertad para provocar este vendaval de críticas, de libertad, de democracia. Aunque ese vendaval se llevase por delante a todos los históricos. Los hechos han sido así, y creo que nadie, honestamente, puede poner en duda la sinceridad democrática de los que los han propiciado.

El debate previo ha sido conflictivo, por ser plenamente libre, y el congreso también lo será, probablemente. Pero, cualesquiera que sean sus decisiones, yo estoy convencido de que servirá para crear el Partido Comunista nuevo para una nueva política comunista, partido que. en mi opinión, será muy importante para la democracia española.

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