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¿Mimetismo o neo-caciquismo?

Si algo ha puesto en claro la recientísima crisis, ha sido la falta de coherencia interna del conglomerado de la UCD. Las discrepancias en cuanto al tratamiento de la crisis por que atraviesa España, latentes desde que el señor Suárez entregó la dirección de la política económica al señor Fuentes Quintana, estalló a propósito de las medidas proyectadas en el orden energético, pero pudo producirse en cualquier otro instante. El presidente se ha inclinado hacia una de las muchas tendencias en que está dividido su partido, lo cual no quiere decir que los otros sectores hayan quedado satisfechos, sino más bien resignados. Ni aún la generosidad del señor Fuentes Quintana, al aceptar la posición secundaria de jefe del equipo de consejeros personales de don Adolfo para asuntos económicos, logra ocultar la clara significación de la Crisis. El señor Suárez ha dado un giro acentuado hacia el conservadurismo, disputando desde ahora el terreno a los que patrocinan la constitución de esa gran derecha, que puede haber perdido la vida antes de salir del claustro materno.Esa maniobra de adaptación del Gobierno a las exigencias de una parte del aglomerado de intereses en que se apoya ha sido calificada de fenómeno de mimetismo por uno de los ministros que han escapado de la remodelación. Encontramos acertado el término, si es cierta la referencia publicada por la prensa. Mimetismo es, gramaticalmente, la propiedad que tienen algunos animales y plantas de adaptarse o imitar, en cuanto a color, forma y demás accidentes, a los objetos entre los cuales viven. Y no olvidemos que, por exigencias de su vital función respiratoria, al camaleón se le ha conocido siempre como algo muy significativo en el campo del mimetismo político.

Al propio tiempo, el señor Suárez ha reforzado su equipo de incondicionales. No contento con aumentar día tras día el número de sus consejeros personales -son ya casi tantos como ministros-, lleva a las vacantes producidas en el Gobierno a quienes considera como amigos más seguros. De esa manera el antiguo hombre del Movimiento Nacional cuenta en pleno fervor de sus nuevos entusiasmos democráticos con el doble apoyo de un verdadero Gabinete privado de consejeros fieles y de un Gobierno oficial de amigos seguros. Estos últimos no sentirán empacho al sentirse controlados -y a veces sustituidos- por un organismo propio de los regímenes totalitarios, que los maneja desde la sombra o que puede utilizarse en el momento adecuado para colocar a un ministro en trance de dimitir. El caso Lasuén-Fuentes Quintana me parece que no precisa comentarios. Esperemos que no se repita en un próximo duelo Abril-Fernández Ordóñez.

El jefe del Gobierno aparece así apoyado en estructuras sólidas, lo que le permite -él al menos se lo cree- revivir uno de los rasgos esenciales que caracterizaban al Poder en los tiempos de la democracia orgánica.

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¿Es tan firme la realidad como las apariencias? Me permito dudarlo.

Sin romper ninguna lanza a favor ni en contra de la política económica del señor Fuentes Quintana, no creo que sea una temeridad decir que un cambio de rumbo o un simple aplazamiento de medidas urgentes en momentos tan críticos como el actual no es en sí mismo un acierto. La incertidumbre en que vive el país, y que tanto influye en la paralización que cada día nos agarrota más implacablemente como una auténtica tenaza, no parece que con este remiendo gubernamental vaya a convertirse en confianza, aunque no descartemos posibles mejoras pasajeras.

Por lo pronto, es muy difícil que no se resienta el pacto de la Moncloa, del que era parte importantísima el plan económico del señor Fuentes Quintana. Nunca fue el famoso pacto una construcción de mediana solidez para desde él acometer unos problemas cuya gravedad intrínseca no parece preciso ponderar. Por lo pronto, no se ha sentido nunca vinculada por él una masa considerable del país, la masa trabajadora, que recaba una cierta independencia, al menos de hecho, respecto de los partidos de Oposición, comprometidos en los acuerdos de la Presidencia. Y no se olvide, pese a los resultados de las elecciones sindicales, que las más poderosas centrales, ligadas a los partidos pactistas de la Oposición, no engloban de verdad ni siquiera el 25% de los trabajadores. El resto es una masa incontrolada, expuesta a las manipulaciones de toda clase de extremistas. ¿Cómo acogerá el viraje conservador esa masa que aun antes del cambio venía mostrando su discrepancia y su pujanza, creando conflictos laborales no sólo en fábricas y talleres, sino en los servicios públicos, en las actividades sanitarias y en el propio parque de automóviles al servicio de ministros, subsecretarios, directores generales y toda la crema de la burocracia de gran clase?

La política -que más de una vez he censurado con la palabra y con la pluma- de considerar superada la difícil transición de un régimen autoritario a un sistema democrático no por la resolución de los problemas, sino por su simple desfloración, puede traer consigo grandes sorpresas. La historia nos demuestra que en más de una ocasión una dictadura seguida. de una fórmula de compromisos y emplastos no ha hecho más que aplazar los verdaderos problemas que siguen latentes en el cuerpo social. Los años, los decenios, de trastornos que siguieron a la caída de los grandes dictadores en México y Venezuela deberían hacer meditar a muchos moradores españoles de «La ciudad alegre y confiada».

¿Quién puede, si no está ciego, asegurar que están resueltos los problemas de la transición cuando no se ha empezado a discutir en serio la Constitución; cuando un sarampión autonomista confunde lo real con lo ficticio y pone ya en discusión el problema intangible de la soberanía única e indivisible de España; cuando cuarenta años de incalificables errores y abandonos de nuestra política en África pueden el día menos pensado crear una situación de tensión peligrosísima en las aguas que bañan el archipiélago canario?

No parece que sea ésta la hora de las habilidades, del cultivo de los amigos para evitar las deserciones, de reforzar los cuadros gloriosos de la «Guardia» para un eventual Waterloo.

Pues aunque parezca mentira, en esta intensa fase de politiqueo nos encontramos.

Antes de echar a su Gobierno el remiendo de la pasada crisis, la UCD y el PSOE habían llegado, a propósito de la ley electoral municipal, a uno de los más vergonzosos pactos de nuestra historia política contemporánea.

No vale la pena de querer disimular el «arreglo» de los dos modernos grupos neo-totalitarios con el disfraz de un esfuerzo para reforzar un bipartidismo que asegura el turno pacífico de los beneficiarios. El pacto entre los dos llamados «grandes» es mucho más descarado que eso.

No contentos centristas y socialistas con mantener el sistema electoral D'Hondt, que tantos beneficios les ha reportado, al margen de toda proporcionalidad entre los votos y los puestos, en las pasadas elecciones legislativas, han llegado al acuerdo de repartirse las futuras alcaldías a base de que ocupe la presidencia de cada corporación municipal el candidato que haya obtenido el mayor número de votos entre las candidaturas triunfantes.

Los resultados pueden calcularse desde ahora. La lista socialista o la coalición marxista marcharán a la cabeza en los grandes núcleos de población, que son cada día mayores en número después del éxodo campesino fomentado por cuarenta años de abandono del agro.

En los núcleos rurales, los gobiernos civiles, los propios ayuntamientos, que hoy siguen siendo los herederos de los de tiempos de Franco, y todos los resortes que el señor Suárez cuidadosamente conserva, asegurarán el predominio de la UCD.

Los ayuntamientos rurales pueden verse dominados por unos jefes locales del Movimiento de nuevo cuño democrático, que impondrán la continuidad del caciquismo totalitario, harto más eficaz que el de los tiempos de la Monarquía restaurada, combatidos en tono casi apocalíptico por el verbo encendido de Joaquín Costa. Con vista a las próximas elecciones de diputados a Cortes, el Martín Villa de turno podrá dejar en mantillas a Romero Robledo.

La sorpresa para los que votaron el Centro puede estar en el factor que antes apuntaba: el crecimiento de las ciudades con su cinturón de miseria, la disminución de esa población rural que fue uno de los sectores estabilizadores de nuestra sociedad y la sorda rebeldía que ya sacude a la masa preterida que aún no ha cambiado la vida triste del agro por las luces engañosas de la ciudad.

En política, las profecías son peligrosísimas. Quede aquí simplemente apuntada la posibilidad de que un Centro desgastado por una política de abandonos y de contradicciones no deje en un plazo relativamente corto más alternativa que la socialista.

Pero ¿qué socialismo vendrá al Poder? ¿El que siga los derroteros que antaño anularon a Besteiro e incluso a Prieto? ¿El que se echó en brazos de Largo Caballero como una transición al comunismo? ¿El que se disponga a gobernar democráticamente a la europea o el que resucite los métodos revolucionarios de 1934 y 1936?

Limitémonos a dejar constancia de la incógnita en espera de que los españoles -los que gobiernan con escaso sentido de responsabilidad y los gobernados desorientados e inquietos- digan la última palabra... en la medida en que se la dejen decir.

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