_
_
_
_
Reportaje:

La casa de Blasco Ibáñez en Valencia a punto de derrumbarse

Hace deiciséis años, el delegado de la Sección Central Naval del Frente de Juventudes y los abogados de la familia Blasco Ibáñez, firmaban un documento por el que los herederos del escritor recuperaban el chalet de la Malvarrosa. La casa de Vicente Blasco Ibáñez, exponente de las construcciones de recreo levantadas por la burguesía valenciana en la playa próxima al puerto, había estado ocupada por el Frente de Juventudes veinte años, sin pagar ni un céntimo.El documento justificaba los destrozos de la casa por «daños producidos por gente maleante», hechos que se habían denunciado a la policía y al juzgado. De las únicas reformas que se responsabilizaba el Frente de Juventudes (cerrar la galería pompeyana con ventanas y añadir a ambos lados del chalet nuevas dependencias), se dejaba constancia escrita. La rotura de cristales, instalaciones eléctricas y de agua, desaparición de los servicios higiénicos, eran daños, según el documento, provocados «por una acción, al parecer, intencionada». Así se echaba tierra sobre la destrucción de la casa del creador de Los cuatro jinetes del Apocalipsis, hoy abrigo temporal de gitanos, reivindicado como futuro centro cultural con motivo del recuerdo, este 28 de enero, de los cincuenta años de la muerte de Blasco Ibáñez.

El arresto

Sus herederos lo cuentan así. Un día de 1941, un delegado de Flechas Navales fue a visitar a Vicente Asensi, yerno de Libertad, hija del escritor, entonces exiliada. Le dijo que la alquilara o cediera, a lo que se negó, por ser finca de recreo familiar. Días después, el gobernador de Valencia, Planas de Tobar, le llamó a su despacho, teniendo encima de la mesa una cachiporra y un boxer. Tras reprocharle su oposición al glorioso Movimiento lo arrestó en los calabozos. Hacía diecisiete días que se había casado con la hija de Libertad. En una de las visitas en que ésta le llevaba comida, un guardia le confió que mientras no dieran la llave del chalet de la Malvarrosa, su marido no quedaría en libertad. La llave estuvo al día siguiente en la Secretaría de Gobernación, sin que mediase firma de papel alguno. Vicente Asensi cumplió el resto de condena en su casa y pagó 5.000 pesetas de multa, «por haber hablado mal del Movimiento», escribía la prensa de entonces.Vicente Blasco Ibáñez había comprado los terrenos de la finca a la Alcoholera Española por quinientas pesetas. El contorno era muy generoso en vegetación (huerta, palmeras, tamarindos, adelfas, cañaverales). Esta actuaba de contrapunto ambiental de la arena, sol brillante y amplio mar extendidos frente a la fachada. En la Malvarrosa, Sorolla dio luz a sus cuadros más famosos de escenas playeras. Junto a la Alcoholera estaba la casa de perfumes de Julio Robillard. Estos embalsamaban con frecuencia el ambiente. Vicente Blasco instituyó así el nuevo nombre de «La Malvarrosa» para aquel entorno, conocido desde antiguo como «Playa de Levante».

Las tres plantas del chalet ofrecían todas las características de habitat de descanso de un escritor. Una gran biblioteca y un saloncito con el piano de su esposa, María Blasco del Cacho, ocupaban la primera planta. Por una escalera, a la que también se accedía directamente desde la calle, se subía a la vivienda. Dormitorios, salón estilo Imperio, cocina y comedor con platos de cerámica y chimenea valencianos, eran las dependencias más frecuentadas por los miembros de la familia.

Aunque en la planta segunda la galería pompeyana, abierta a lo largo de la fachada, constituía la pieza más cotizada. Joaquín Sorolla, ayudado por sus discípulos Francisco Merenciano y Vicente Santaolaria, pensó aquel lugar como mirador al mar y ambiente sintético de la vocación universal del escritor. Dos grandes cariátides realizadas por Rafael Rubio, entonces profesor de Bellas Artes en Valencia, fueron situadas en las esquinas, mientras los discípulos de Sorolla reprodujeron las pinturas pompeyanas de la casa del Veti y del Poeta. Y en el centro, una gran mesa rectangular de mármol blanco de Carrara, traída especialmente de Italia. En ella, la familia Blasco comía en verano frente al Mediterráneo.

Pero estos testimonios de la vida cotidiana del político republicano han desaparecido hoy. El franquismo arrasó todo vestigio cultural de sus detractores. Durante años, los responsables de la vida municipal valenciana han recurrido al símbolo de este escritor para subrayar folklóricamente la descripción que hace de las costumbres de la sociedad valenciana, mientras desaparecía su casa natalicia de la calle Jabonería Nueva o se destruía el edificio donde se fundó el diario Pueblo, en la calle Don Juan de Austria. Los muros de esta última casa conocieron al Vicente Blasco político y periodista, escribiendo los folletines del diario, que luego se transformarían en novelas, o saliendo camino de la cárcel de San Gregorio por alguna de sus intervenciones políticas defendiendo el federalismo. La creación literaria más meditada estaba reservada para el despacho de la tercera planta de «La Malvarrosa». Desde su mesa de escribir, Blasco buscaba en el movimiento del mar el ritmo adecuado que ilustrara novelas como Cañas y barro, o Entre naranjos.

Una norma de pudor

Las cariátides fueron suprimidas por los Flechas Navales, quizá por tener el torso desnudo. Las columnas estriadas de la galería desaparecieron para ocupar su espacio grandes ventanales con persianas, y no mejor destino ha tenido la mesa de mármol, sostenida en el centro actualmente por ladrillos que ha colocado uno de los gitanos que habitan la casa, pues de lo contrario amenaza con partirse. La familia la ha donado al Museo de Cerámica de Valencia, en donde se encuentra el despacho del escritor, pero hasta el momento no ha sido trasladada.Así se explica el desencanto del visitante que al acceder a esta casa, reivindicada por muchos valencianos como Casa de la Cultura, encuentra un gitanillo que pide propina por avisarte del peligro de caer por uno de los agujeros abiertos en el suelo del segundo piso. El chaval explica que su padre puso los ladrillos bajo el mármol de Carrara, mientras su madre poco antes no justificaba el interés que puede tener recorrer una casa transformada en cobijo temporal de transeúntes marginados por la sociedad. Los desperdicios se amontonan entre las altas hierbas de lo que fue un espléndido jardín. La ropa tendida de los árboles se seca al sol mediterráneo, mientras los moradores y sus animales domésticos lo toman con impotencia sobre sillas desvencijadas en el rellano de entrada por el paseo de la playa.

El proyecto de transformación de este chalet abandonado topa con las divergencias familiares de los herederos. Muerto el matrimonio, la herencia quedó dividida entre sus tres hijos, Mario, Sigfrido y Libertad. Pero el hermano mayor, Mario cedió posteriormente su parte a los otros dos, que en la actualidad mantienen posturas encontradas en la venta de la casa. Mientras Sigfrido está dispuesto a vender su parte al Ayuntamiento, Libertad se opone, para proponer una solución intermedia de dividir el terreno, de forma que en la parte de su hermano se levante el centro cultural deseado. Según Libertad, pensar en una propiedad particular de la familia para homenaje a Vicente Blasco es absurdo.

El Frente de Juventudes no pagó un céntimo y extinguió todo símbolo cultural y ornamental de esta casa. La familia en el exilio y desunida sólo accedió a este edificio cuando la política de hechos consumados lo había transformado en un chalet más de los que ocupan la primera fila de la playa de Valencia. Hoy, sus habitantes no pueden ser más que gentes marginadas, ignorantes del tiempo histórico que esta casa posee, evitando que sus muros y techos se derrumben un poco más, o que la mesa de mármol ceda definitivamente. Mañana será lo que la resurgente conciencia valenciana decida. El retorno de Vicente Blasco Ibáñez es una deuda contraida por los valencianos, que sólo será saldada con una nueva visión histórica de su vida y recuperación de todos los objetos y espacios que acompañaron sus sesenta años.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_