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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Dos herejías económico-agrarias

Voy a referirme a dos orientaciones económico-agrarias expuestas respectivamente en dos publicaciones del Ministerio de Agricultura, por su Secretaría General Técnica. La primera de éstas es La agricultura española en 1975 y la segunda es el Anuario de Estadística Agraria 1975. Son dos orientaciones u opiniones que califico de herejías, porque establecen principios que están en pugna con lo que es la realidad de la explotación agrícola y con su economía. Y llamo la atención de los agricultores porque ambas atacan a sus intereses en el establecimiento de una política agraria.Primera herejía

En el prólogo de La agricultura española en 1975, suscrito por el señor secretario general técnico del Ministerio, se dicen muchas y complicadas cosas: unas, con las que estoy absolutamente conforme, como es la opinión que se transcribe del señor Fuentes Quintana, según la cual estamos próximos a una crisis agraria como consecuencia de los bajos precios agrarios, otras son evidencias de lo dos conocidas, con otras no estoy en absoluto de acuerdo y otras hay que no entiendo por su ambigüedad y confusión.

En un periódico como éste falta espacio para enjuiciar el conjunto de este prólogo. A quien desee conocer con más amplitud mi opinión sobre el asunto, le remito a mí comunicación presentada en la «VIII Conferencia Internacional de Mecanización Agraria», celebrada recientemente en Zaragoza.

Pasemos pues a ocuparnos exclusivamente de la citada herejía.

El señor secretario parece quiere ir sentando bases para formular una nueva política agraria, porque dice considera desacertada la actual. Para contribuir a ello desea, entre otras cosas que después veremos, ocupar en la agricultura el exceso de mano de obra del paro obrero que padecemos, no sé si todo o en parte; y, para ello, nos dice que hay que empezar por modificar la tendencia de fuerte incremento de los sectores capital-intensivo y de las altas técnicas de producción con altos ratios capital / trabajo.

Y, consecuente con esta opinión, añade textualmente después:... El empleo de inputs debe basarse más en bienes que incrementan el producto por unidad de tierra, sin expulsar necesariamente trabajadores (abonos, regadío, semillas selectas, etcétera), que en técnicas sustitutivas de mano de obra (tractores, etcétera), aparte de los posibles excesos de mecanización que hoy existen en algunas regiones, en relación a la situación de los demás factores de producción.

De aquí se deduce que el señor secretario divide los inputs o bienes de la explotación en dos clases: los que incrementan la producción por unidad de tierra y los que, según él, son meros sustitutivos de mano de obra, con los tractores, etcétera, que pone como ejemplo destacado. Y al decir que el empleo de inputs debe basarse más bien en los primeros que en los segundos, o sea que en el tractor, quiere decirse que el incremento de aquéllos se hará a costa de éstos y, de paso, disminuiremos, dice, algún exceso de mecanización.

¿Pero es que el señor secretario no sabe que el tractor es el elemento que más ha contribuido y contribuye al aumento de la producción por hectárea, con la profundidad de su labor? Se lo justificaré diciéndole que el tractor, por una parte, al profundizar la labor, o sea, aumentar el cubo de tierra disponible -los agrónomos y los agricultores sabemos lo que esto significa-, aumenta el volumen del sistema radicular y lo coloca más profundo y próximo a la humedad; con esto, no sólo se aumenta la producción, sino que aquel famoso y terrible riesgo del asurado de los cereales, al venir un golpe de sol, disminuye considerablemente y, entonces, los agricultores perdemos el miedo a abonar, que teníamos antes, y, al hacer posible aumentar la dosis de abonos, por el menor riesgo y la mayor humedad, aumentamos también la producción por otro concepto. Esta fue la causa del espectacular aumento de producción por hectárea en secano que se notó al aparecer el empleo del tractor. O sea, que el tractor aumenta la producción por hectárea por dos causas: primera, por el aumento del cubo de tierra disponible, colocando sus raíces cerca de la humedad, y segunda, por permitir intensificar el empleo de abonos. Y todo esto, además de aumentar la producción «per capita».

No hay pues que disminuir tractores, lo que hay que hacer es aumentar caballos de potencia para que, al ganar en profundidad y anchura de labor, mejoremos la productividad, que es uno de los objetivos de toda política agraria. Lo cual no quita para que se organice también el empleo en común o en alquiler de maquinaria para explotaciones pequeñas. Por otra parte, el establecimiento y desarrollo de regadíos es hoy más difícil que antes, porque, además de los enormes gastos que siempre han supuesto las obras de colonización que llevan consigo -razón por la que muchos no funcionaron-, existe hoy una carestía de la mucha mano de obra que necesitan, lo cual impide su rentabilidad. Esta es la razón por la cual se abandonan regadíos, incluso muy acreditados. Lo cual obliga a que, si queremos que funcionen, hemos de mecanizarlos para disminuir mano de obra; y, para esto, será también necesario dar a la tierra la preparación adecuada a la mecanización. Gracias a esta mecanización, en Estados Unidos se consume en el cultivo del maíz la tercera parte de mano de obra que en Europa. Tienen tal obsesión por mecanizar los riegos, que poseen máquinas que plantan, abonin y riegan a la vez el tomate, tabaco, legumbres, etcétera.

No es pues meter más mano de obra en el campo y disminuir la mecanización lo que debemos buscar,sino todo lo contrario. Esa mano de obra en exceso colóquese, para fomento de la agricultura moderna, en fábricas que construyan máquinas agrícolas o que transformen productos de la tierra, procurando establecerlas en los medios rurales. Si como dice el señor secretario desea aumentar la renta del agricultor, deberá disminuir los gastos de mano de obra e inciementar la mecanización, porque los gastos de la primera aumentan más rápiqamente que los de la segunda.

Esta es la herejía que quería comentar y que no me cabía en la cabeza que hubiese salido de un Ministerio donde hay tantas personas competentes. Pero, por otra parte, parece que todo esto es estrictamente una opinión personal del señor secretario, según nos dice en uno de sus párrafos. Sea lo que fuere, lo que digo es que esto no puede adimitirse sin que llamemos la atención los que a estos asuntos nos dedicamos.

Segunda herejía

Esta se halla inserta en la página 619 del tomo del Ministerio de Agricultura -Secretaría General Técnica- donde se hace la asombrosa afirmación siguiente, que no puede ser hija más que de ignorancia o de perseguir desvirtuar la verdad, con falsos razonamientos que permitan al Estado luchar con los agricultores, cuando se trate de fijar precios. Discutir ambas hipótesis o las dos juntas, si a ello ha lugar, se resiste a mi espíritu, pero no hay más remedio que afrontarlas porque mi profesión me obliga en beneficio de los agricultores. Admitiendo el riesgo de poder estar equivocado, tengo que decir que no se puede plantear una política agrícola sobre estos dos principios.

1.º Remuneración del empresario igual a intereses a capitales propios más renta de la tierra, más beneficios.

2.º Disponibilidades empresariales igual a remuneración del empresario más retribución del trabajo no asalariado.

Discurriendo dentro de la técnica económica, ¿cómo va a disponer el empresario, primero de una remuneración mal calculada que no le corresponde, y además del valor de un salarlo, que tampoco le pertenece? Físicamente, podrá hacerlo, porque son ingresos materiales, como podría disponer de los beneficios de una fábrica de abonos; pero en rigurosa contabilidad económica, y hablando con expertos, los intereses del capital, la renta de la tierra y los salarios deben quedar abonados en las cuentas del libro mayor de sus respectivos propietarios, con cargo a la cuenta de explotación, que es la del empresario, y cuyo saldo es su remuneración o pérdida.

La suma de todas estas disponibilidades, dice, que le producen a la actividad agraria, o sea al agricultor, del 7 al 8% de los capitales propios. Con ello ya se va descubriendo lo que se persigue, con todo este barullo de inexactitudes, las cuales van orientadas a poder decir al agricultor: ¿por qué pides ayudas si obtienes una retabilidad del 7 al 8% de tus capitales? Y aquí ya confunden rentabilidad con ingresos, con beneficios, etcétera, como es frecuente entre los innumerables publicistas que padecemos. Con todo ello se trata siempre de evitar que se ponga de manifiesto que no hay beneficio, y, por consiguiente, paridad, a pesar de ser la agricultura la actividad de mayor riesgo. Todo esto no merece tomarse en serio ni hacer más comentarios. Cualquier persona competente se dará cuenta de que este es un planteamiento injusto de la cuestión, y, por consiguiente, impropio de figurar en una publicación oficial del Ministerio de Agricultura.

Quiero hacer constar, para terminar que estas opiniones mías estoy dispuesto a mantenerlas en cualquier asamblea o coloquio, con la única condición de que a ellos acudan también agricultores documentados sin dependencia política.

Muchas más consideraciones haría sobre el particular para entrar a fondo en una política agraria de ideas claras y realidades: pero ni aquí hay espacio ni éste es el momento de distraer la atención de nuestro admirable Gobierno, que se encuentra resolviendo problemas más trascendentales y urgentes. Ya llegará pronto la oportunidad y hablaremos, sin necesidad de esperar a lo que nos digan los publicistas de fuera; con los cuales terminaremos también en coincidir, cuando a ello nos obligue a todos la realidad con su falta de agricultores y con subvenciones estatales al consumo, que no podemos soportar.

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