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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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La unica justificación del centro

(GRUPO AFE)Sean cualesquiera los efectivos reales de los diferentes partidos, lo cierto es que en el horizonte de las elecciones la última decisión sobre quienes han de protagonizar la aventura de constituir democráticamente este país, depende no tanto del electorado militante, sino del electorado potencial. Es lógico pensar que éste, no disciplinado en el voto, mayoritario a todas luces, seleccionará su alternativa política por el atractivo que ésta merezca y la capacidad de solución de los grandes problemas nacionales que en ella contemple. Creer que la decantación del sufragio puede producirse por la mera declaración ideológica es, a mi juicio, una vana ilusión. La aparente y estratégica homogeneidad de los programas, en vez de definir las formaciones las confunde por la igualdad terminológica y el impudor con que unos y otros se apropian reivindicaciones, objetivos e incluso palabras que les son totalmente ajenas y nacieron frente a los grupos sociales, que ahora desvergonzadamente los esgrimen. Por eso los partidos y las coaliciones habrán de sobrepasar la frontera de sus programas y ofrecer compromisos claros, si quieren asegurar el concurso de la amplia masa de electores independientes de sus estructuras. Contribuir a la clarificación de las bases mínimas de este compromiso es, sin duda, una tentación sugestiva y a ello obedecen estas reflexiones. Muchos van a votar a las personas y a las conductas que reflejen el más limpio brillo de honradez individual. Y también a la audacia de las formaciones en conseguir pactos firmes, no con fines electorales, sino con alcance constitucional, esto es, alianzas que, de verdad, consoliden la democracia y ofrezcan de este país la imagen civilizada a la que tiene derecho.

En éste proceso puede y debe desempeñar un papel de indudable peso específico el Centro Democrático. Constituye entre las opciones existentes una de las de mayor potencial atractivo, pese a los continuos intentos de redefinición, que sacuden todavía su reciente contextura. Se trata, como es sabido, de un grupo surgido en el seno de la breve y difícil experiencia de salida de la etapa anterior. En su alumbramiento estuvieron presentes algunos fragmentos de. la derecha conocida, capaces de incorporarse a una operación de cambio de cierto alcance y ofrecer una imagen de demócratas verdaderos y no vergonzantes. Su mérito inicial ha sido -a mi parecer- descolgar del centro a aquellos sectores del franquismo que pretendieron, en una hábil y programada operación, confundirse en el mismo, facilitando la reforma política de Suárez, y formando la coalición electoral, cuya amplitud permite a conservadores a la europea coexistir con socialdemócratas, próximos a las posiciones de izquierda. Desde que fue capitalizado por Fraga como una alternativa frente al franquismo que pasaba únicamente por él, hasta su versión actual, en que el liderazgo personal ha cedido al puesto a un conjunto de grupos de base relativamente firme y diferente, ha habido un gran corrimiento de posiciones, y el Centro ha caminado hacia el punto real que le corresponde un buen trecho.

Semanas pasadas, como es sabido, el mecanismo articulador lo manejaba el Partido Popular, que ocupaba según manifestación de sus miembros «el centro del Centro». Pero hay que pensar que paulatinamente esta tendencia va a ser desplazada hacia su localización real de «derecha civilizada» o democrática por otras formaciones que probablemente se constituirán en el auténtico eje del centro, produciéndose así, a medida que el proceso democrático avance, un fenómeno de desplazamiento similar al que ha afectado a Fraga y sus secuaces, cuando las cosas cambiaron y comenzó a diluirse el franquismo. Lo lógico es que fueran, si los supuestos de esta opinión se confirman, las tendencias de corte socialdemócrata, y los demócrata-cristianos más radicales, los que se situaran en ese punto de referencia, teniendo -dentro del centro- a su izquierda a los socialistas y a su derecha a las fuerzas demócratas populares y liberales de raíz burguesa, refundidas en un sólo partido, o coaligadas en una unión de partidos suficientemente estable.

Si las cosas fueran de esta manera podemos pensar que la coyuntura propicia para ese paso no serán los próximos comicios, sino el tiempo posterior a ellos, cuando la Constitución se haya sancionado y los partidos demuestren con programas y hechos su conformidad con la misma, única base real para su consolidación, y por tanto para la cimentación de la democracia. Esto creo que necesitaría un plazo aproximado de dos años. Pero la posibilidad de esta hipótesis dependería de la potencia efectiva alcanzada por los grupos socialdemócratas y su capacidad para integrar a su izquierda en la misma coalición a sectores socialistas.

Hoy por hoy, y a poco que se observe, no es difícil descubrir indicios de que el Centro Democrático, es este momento, la única alternativa capaz de frenar seriamente a Alianza Popular. He aquí su primera gran responsabilidad. Si algo justifica la aventura centrista en su potencialidad, para despojar a la derecha de la pretensión de representar la única alternativa de sosiego y seguridad para la burguesía, denunciando la falsedad de quien reduce el orden público y la paz social a un mero problema de fuerza. Hace casi cincuenta años prevenía Pérez de Ayala contra quienes -desde una posición de pusilanimidad y privilegio con el fin de justificar la dictadura- identificaba el desorden con el choque de opiniones y el dinamismo político, apelando a la imposición desde el poder de la paz social. Este -decía el escritor asturiano- no debe ser sino un problema de libertad y de justicia. Pues bien, esta misión corresponde hoy a cuantos creen y desean auténticamente el futuro democrático del país, y muy especialmente a las fuerzas integradoras del centro, que han de comprometer también su campaña en el desvelo de la corrupción subyacente a la imagen de sociedad que la ultraderecha aliancista pretende restaurar.

La segunda gran responsabilidad que recae sobre el centro, es su capacidad para constituirse en un puente de inequívoca aproximación hacia las fuerzas de izquierda. Un positivo logro en este aspecto puede significar su mejor legitimación histórica. Al propio tiempo un fracaso o renuncia a esta exigencia, convertirían al centro, por el contrario, en un lamentable fraude.

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Los cauces de esta aproximación pueden ser el apoyo y firma del compromiso constitucional propuesto por el PSOE, sobre la base de la Monarquía, a través de su secretario general, y la configuración de candidaturas para, el Senado, comunes con los socialistas, como sugiere el Equipo Demócrata Cristiano. Si el centro no se mostrara capaz de dialogar firmemente con la izquierda y abrir una vía de auténtico y duradero entendimiento, la democracia será una construcción frágil y amenazada continuamente de derrumbamiento, por los fuertes terremotos que la reacción provoca con gran habilidad en el seno de nuestro pueblo, como atestigua la historia. El peligro del centro radica en no ser lo suficientemente audaz para impedir su inclinación congénita a la derecha, en reducir su papel político al de puro partido gubernamental sin asumir, marchando por delante de la iniciativa del Gabinete, la condición de estímulo, empuje y aceleración de su acción reformista, en ocasiones víctima de desmayos.

La tercera y última responsabilidad que el centro debe asumir, es una derivación de la señalada anteriormente. Se trata de anticipar, crear y consolidar las condiciones, que permitan la conquista de un orden social negociado, como requisito previo para afrontar la crisis económica que padecemos. La idea de un pacto social es algo tan generalizado que parece reincidencia tópica el señalarla de nuevo. Pero preferir el esfuerzo por su inmediata e imprescindible existencia es un riesgo demasiado sensible, que disculpa insistir en su significado. Sin pacto social es imposible cimentar ninguna experiencia democrática, y ni siquiera la convivencia. A su negociación deben comprometerse todas las fuerzas que forman el centro, mediante el contacto con las centrales sindicales y la cesión de aquellos privilegios empresariales que puedan representar.

Ninguna de las condiciones puede cumplir Alianza Popular. En un caso porque su ultraderechismo le sitúa lejos de la izquierda en una invidencia incurable para ver la necesidad del entendimiento con ella. En otros, porque su opción de poder responde al mantenimiento exclusivo de los grupos dominantes en la vieja sociedad. El centro, por el contrario, puede hacerlo, si vela su perfil conservador e incorpora una veta izquierda compensadora. Entonces ganarla su credibilidad democrática y afirmaría, sin duda, su suerte electoral.

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