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Tribuna
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Una cuestión de hecho

El extraño error cometido por el presidente del Gobierno en sus recientes declaraciones a una revista francesa, en lo que se refiere a la capacidad. pedagógica de la lengua catalana me ha recordado, en cuanto pueda ser un signo de desconocimiento de la realidad, unas palabras de Ortega y Gasset en La rebelión de las masas. Dice allí que Europa no es una «cosa, sino un equilibrio», y que para ser ella misma le es necesario ser una pluralidad. No tengo el texto de Ortega a la vista, pero recuerdo como dice que, impuesta por el prestigio romano, la expansión del latín vulgar se produjo con una uniformidad muy considerable por una gran parte de Europa y bajo el tono de sus habitantes, haciéndoles en ese aspecto y por decirlo así, todos iguales, y como sostiene que este hecho contribuyó a la decadencia del imperio de Roma.De acuerdo.

Lo que nunca entendí fue que no aplicara el mismo criterio a la vieja Hispania, -es decir, a la Península Ibérica-, que es también una pluralidad, y que bajó su tono como consecuencia de una imposición uniformadora. Cambiando los nombres, los argumentos conservan su valor. El horror de la uniformidad impuesta lo conocemos a fondo, y también su ineficacia constructiva. Tanto más, cuanto que -tal como sucedió con el latín-, la imposición se produjo en un momento en que, sobrepasado un siglo de esplendor, la lengua impuesta pasaba una época de considerable amaneramiento. Sólo las tierras que, a pesar de las dificultades, conservaron su lengua propia, consiguieron salvar su personalidad. Pero para los que creían en la unificación como en una panacea, tal cosa fue -y es todavía en muchos casos- vista como un defecto. O aún, en otros, como un delito... Sin la aceptación de la realidad tal como es, no es posible tener ideas claras sobre tal realidad. Y sin ideas claras no es posible la buena voluntad en la hora de llevarlas a la práctica, y de intentar convertir la Península Ibérica, no en una cosa, sino en un equilibrio: es decir, en lo que realmente es por su naturaleza.

Como era de esperar, aquellas lenguas nunca muertas, han recobrado su vitalidad. Si el hecho se toma por lo que es -una realidad patente- no constituye ningún problema: basta con aceptarlo, y se resuelve por si mismo. Me refiero ahora a mi lengua, el catalán. Una reacción iniciada hace un siglo y medio la ha llevado a recobrar todas sus posibilidades de expresión. Si no es oficialmente utilizada para la enseñanza de las ciencias más difíciles y más abstrusas es porque tal utilización no está permitida, y no por defecto alguno en la capacidad de la lengua para tal uso. De hecho, se escribe en catalán de un modo normal sobre tales materias, y se publican libros, y se dan premios a los que los escriben. Y -cuando no se tropieza con prohibiciones oficiales- se enseñan en catalán la física y la biología más modernas. Es, lo repito, una cuestión de hecho. Y si reclamamos la posibilidad de llevarlo a la práctica de un modo normal es porque queremos ser lo que realmente somos, pero también porque creemos que nos beneficia a todos.

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