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La misión de los independientes

Recordaré siempre una síntesis de conductas que nos exponía en clase aquel hombre admirable que fue don Manuel Giménez Fernández. Un grupo de hombres que actúa sin ideología es una banda, un grupo de hombres con opinión pero sin acción es una tertulia, cuando hay acción e ideología surge un partido político. Los que hemos dado en llamar independientes tienden a ser calificados desde fuera como tertulia, y ellos mismos se inclinan a considerarse así, unas veces con complacencia y otras con sentimiento. Pero las síntesis y juicios de conductas de grupo no pueden sin más aplicarse a comportamientos individuales. Y, realmente, ¿es tan ineficaz y poco importante su presencia ' como para reducirlos a supervivientes de los casinos?; ¿o es tan molesta su acción de francotiradores que hay que meterlos en vereda? Vaya por delante lo siguiente: como demócrata concibo perfectamente una sociedad en la que haya ciudadanos con opinión y acción política que no militen en ningún partido. Es más, no concibo lo contrario. Una sociedad en la que todos tuviésemos que apuntarnos a algo, ejercería sobre sus ciudadanos una presión moral de dictadura pluripartidista, que no sería menor que la de una dictadura unipersonal o unipartidista. Esto es reconocer lo evidente (evidencia democrática) y sólo dice a favor de los independientes el mantener vivo el espíritu de libertad individual, aunque desde dentro de algún partido esto se vea como una posición insolidaria ácrata o anarquizante.Por otra parte, a los propios partidos políticos cabe responsabilidad de que muchos prefieran la independencia, como consecuencia de su indeterminación ideológica y sus vacilaciones estratégicas. Por supuesto toda ideología política está en continua evolución y toda estrategia es mutable. Pero en la España de hoy las ambigüedades y los personalismos se pasan de la raya, Es verdad que esto es inevitable después de tan largo silencio. Los partidos políticos no nacen de la nada, sino de la unión de los hombres y de la discusión y síntesis de sus ideas, y esto es difícil en la clandestinidad impuesta por un régimen personalista como el franquismo.

A muchos hombres de partido he oído decir que el trabajo hay que hacerlo desde dentro. Dejando aparte el hecho de que no todos están dispuestos al riesgo de una participación activa en grupos que operan en un resbaladizo régimen legal (aquí sería infantil hablar de cobardía), ni en momentos de efervescencia política, esta invitación supone un desconocimiento de la verdadera posición ideológica de los no alineados. Sería un argumento válido para un indeciso, pero no para un independiente. Además aquí hay que distinguir lo siguiente: si la llamada a filas la hace uno de los grandes partidos tradicionales, el ciudadano normal ve difícil el influir en el juicio y formación de su paquete de ideas y tácticas, porque eso está a demasiada altura, y en algunos casos ni siquiera está bien precisada su configuración ideológica propia. En este punto tiene mucho ganado el partido que organice bien su base democrática. Y si se trata de un pequeño grupo o de una de las ramas de los partidos tradicionales, aparte de sus evidentes virtudes y esfuerzos, aparece con frecuencia el personalismo, los intereses regionales y la pequeña heregía, y nada de esto hará al hombre independiente entrar en la fila. En todo caso intentará crear su propio grupo, como se ve cada día.

Esto desde luego tampoco es un argumento definitivo a favor de los independientes. La indeterminación de los partidos y su amplio número, lo que hace ante todo es que esté justificado el crecido número de independientes interinos, de los que esperan la clarificación y ordenación del paisaje político. Pero en ningún caso puede ser causa última de esta postura política. De modo que aparte de que la existencia de ciudadanos no encuadrados suponga una afirmación de la libertad individual y, una denuncia pasiva del confusionismo político, hay que profundizar algo más en su papel social.

Hay que aclarar algunas cuestiones con premura. En primer lugar ser independiente no significa ser apolítico. El hombre apolítico es precisamente el que goza de menos independencia espiritual, el que bailará siempre, aunque no lo sepa., al son del poder. En se-undo lugar, el ser independiente no significa falta de acción política, lo que sucede es que la acción política puede ser individual y, de grupo, y una es bien diferente de la otra. En tercer lugar, la idea del ciudadano sin mácula en su torre de marfil es ridícula y estéril. Lacosa no va por este lado. El no pertenecer a un partido concreto no debe significar en ningún caso aislamiento del entor no socio-político . Y finalmente, esto es muy importante, conviene advertir que no se trata de un cántico al Individualismo una crítica de los partidos. Los partidos políticos tienen que existir (todos). En un contexto democrático no parece haber otro medio de articular la acción y organización política. Se trata de recordar que no tienen que existir únicamente los partidos y que no sólo su acción es fructífera.

Sobre esta base, si entendemos como una acción política de importancia el contribuir a la formación de las ideas, la influencia en el estado de opinión, la crítica de las posiciones ideológicas, la moderación de las estrategias de los partidos, está claro que los independientes tienen un ancho campo de actuación pública y que su labor puede ser importante. Sería un error exigir a los no alineados; actuaciones individuales o colectivas propias de partidos. Junto a ello hay que destacar que la simple existencia de hombres fuera de los cuadros es un freno social a los dogmatismos de todo tipo, lo cual, a mi modo de ver, contribuye a dar un sentido veraz a lo que es hacer política: encontrar fórmulas de convivencia para unasociedád plural.

En planteamiento enemistoso entre los partidos y los independientes sería muy de lamentar, y de hecho no creo que se produzca, aunque se advierten signos de incomprensión en estos primeros momentos. Evidentemente, los partidos llevan razón cuando dicen que ha llegado la hora de arrimar el hombro. Las virtudes de los liberales de la etapa franquista que reconocía Tierno Galván se darán en cualquiera otra época y régimen político. Incluso tal vez sean más importantes en un contexto pluripartidista por los magníficos servicios que pueden prestar a los partidos de su proximidad ideológica y al propio Estado. Sobre todo en un primer momento que puede ser largo, en que el potencial humano de los partidos será mucho más limitado que el número de sus votantes. En ellos pueden encontrar los partidos un nutrido grupo de colaboradores. Pero, por favor, no confundamos. No pienso en los independientes como un grupo de técnicos más o menos neutros a disposición de los partidos. Esto sería una deformación tecnocrática de una posición ideológica y en época como la actual, a los tecnócratas, no a los técnicos, Dios los con funda (y de hecho los confunde con frecuencia a juzgar por los resultados).

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Convendrá recordar la contribución al equilibrio social y el freno a los movimiento-, espasmódicos que supone la existencia de hombres con independencia política. Los necesita, aunque no sólo a ellos, la ciencia, la función pública, la Justicia, el Ejército, la prensa en cuanto tales hombres independientes, sin institucionalización, porque eso equivaldría a sustituir la sal y la pimienta por un insípido conservante.

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