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opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Cuántos dedos ves?

El juego adquiere belleza cuando da calambre, como ayer entre la Juve y el Bayern de Múnich

Juan Tallón
Álvaro Morata en el partido contra el Bayern.
Álvaro Morata en el partido contra el Bayern. ANDREAS GEBERT (EFE)

El fútbol ama a los equipos acorralados, casi muertos, como lo estuvo al principio la Juventus, y sólo unos pocos minutos después, en un giro de guión dramático, el Bayern de Múnich. No hay nada como un buen inicio, sobrecogedor, que te haga escupir el trago de cerveza. El juego adquiere belleza cuando da calambre. Apenas marcó Pogba, tras uno de esos errores que coronan a un defensa y su portero como los mejores del mundo, supimos que el destino cambiaba de signo, igual que en las noches que no vas a salir, y ya estás con el pijama, como si presintieses el fracaso, y al final sales, y entonces la vida te sonríe y no paras de decirte «menos mal que salí». De repente, después de seis minutos, era el Bayern el equipo que se encontraba contra las cuerdas.

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Enfrente emergía un Álvaro Morata que se había pasado la semana visionando documentales de vida animal y salvaje. Dio sus frutos. En pleno desconcierto alemán, recogió un chicle del suelo, que resultaría ser el balón con el que se jugaba el partido, y en una estampida de 70 metros, durante la que descartó rivales y derribó árboles al estilo de un rinoceronte, le dejó el gol a Cuadrado. Fue una acción bellísima, del Renacimiento, que puso a muchos aficionados locales a rezar. Habían empezado el partido clasificados para cuartos, con suavidad, y en media hora los turineses le habían puesto la maleta en la acera. El Bayern estaba sonado. Guardiola hubiese podido tomar a sus jugadores uno por uno y preguntarles «¿Cuántos dedos ves aquí?», y no todos habrían acertado.

Pero la Juve se olvidó de cerrar la eliminatoria. Sólo le faltó un gesto técnico para echar el telón y regresar feliz a Turín. Attilio Bolzoni, periodista que cubrió durante 35 años los asesinatos de la mafia, cuenta que muchas veces dictaba la crónica del crimen por teléfono, y en momentos importantes, al acabar tiraba del cable de la cabina para romperlo, y que el periodista que viniera detrás no pudiera dictar la suya. Eso fue lo único que le faltó a la Juve. Tirar del cable e inutilizar el partido. Morata tuvo varias ocasiones. Incluso su entrenador dispuso de alguna, pero sustituyó al español por Mandžukic.

Entretanto, el Bayern lo arriesgaba todo, el equilibrio defensivo, el guardiolismo, los calzoncillos. Todo. ¿Qué si no podía hacer? Caminaron hacia la electrocución, pues. Pero son alemanes. Ellos inventaron el cabezazo, del que han hecho una forma de Ilustración. Y como el último minuto para ellos no tiene secretos, empataron en el 90. Después vino la prórroga, durante la que cualquier cosa es posible. En el instante que empieza, siempre repito entre dientes lo que le dijo Kennedy a su mujer cuando llegaron a Dallas en noviembre de 1963: «Nos adentramos en territorio de chiflados».

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