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SIN BAJAR DEL AUTOBÚS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un placer barato y vulgar

Casi nada iguala la emoción de tirar el dinero en algo que te hace perder la cabeza, como el fútbol

Juan Tallón
Gradas repletas en el Las Palmas-Real Madrid.
Gradas repletas en el Las Palmas-Real Madrid.Elvira Urquijo A. (EFE)

Hubo un tiempo en que el fútbol era un placer barato y vulgar, no exento de clase, que se jugaba en domingo, igual que la misa. No costaba nada encariñarse con él. Las ganas de ir al estadio, y coronar la semana con noventa minutos gloriosos, no chocaban con el precio que había que pagar por la entrada. Creo que por los mismos días, esta vez en una modalidad de éxtasis vulgar y barato, los cubatas costaban doscientas pesetas, y tenían un sabor rudo y auténtico. Como para no aficionarse. A veces incurrías en los dos placeres de una tacada, en un gesto táctico; apenas dejabas las gradas, te dirigías al bar con tu dineral casi intacto, y pedías dos copas, una para beber rápido, sin sentimentalismos, y otra más despacio, mientras desgranabas el partido a gritos, pues cuando finaliza, el fútbol continúa por otros medios.

Pero los días se fueron encareciendo. Murieron las pesetas. Los fichajes se desmadraron. Se despedían entrenadores, se contrataban y se volvían a despedir. Los periódicos deportivos, como si hubiesen dado una vuelta entera al diccionario, repetían en sus portadas las palabras “fantástico” y “extraterrestre”. Murió el suspense en los carruseles de la radio. En algunos casos moriste tú también. Cuando nos dimos cuenta, el fútbol ya estaba en manos de hombres de negocios.

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Entran ganas de ponerse triste cuando se advierte que acudir al estadio, e incluso al bar, se ha vuelto caro y sofisticado. Este proceso de encarecimiento y afectación del placer de ver el fútbol en directo da como resultado el desafecto. Seguimos amando a nuestro equipo, sufriendo y alegrándonos con sus resultados, su estilo de juego, los fichajes, las alineaciones, pero nos hemos ido engañando a nosotros mismos y convenciéndonos de que los partidos se ven mejor por televisión. De pronto, se nos ocurren cosas más interesantes y aburridas en las que gastar cincuenta euros. Y es una pena, porque casi nada se iguala a la emoción de tirar el dinero, a cambio de que sean treinta euros, pongamos, en algo que te hace perder la cabeza, como el fútbol.

En un informe de Marca de 2012, el coste medio de una entrada en España era precisamente de 53 euros, muy por encima de los 30 de la Bundesliga. Ese mismo año, en el Veltins Arena de Gelsenkirchen, durante la eliminatoria de ida de la Europa League entre el Schalke y el Athletic, los aficionados locales desplegaron una pancarta en español que decía: “El fútbol no es sexo telefónico”, en referencia a los 90 euros que iba a costar la entrada de la vuelta en San Mamés.

Nosotros podemos seguir como hasta ahora, e ignorar que también los ingleses acaban de abaratar las entradas. Sin embargo, un día el desafecto será irremontable. La advertencia vale para los clubes y, ya puestos, para los bares que cobran el gin-tonic a 10 euros. No nos extrañemos si una tarde nos sorprendemos diciendo que donde se ve bien el fútbol es en un smartwatch, en la cama, mientras te emborrachas con una infusión.

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