Oyendo la música del crimen
Una panorámica de la última ficción policiaca en español indica que las nuevas tecnologías se han vuelto esenciales en el desarrollo de las intrigas
En tres de estas cuatro novelas, los crímenes los investigan mujeres. Mariana de Marco, imponente juez de instrucción, se enfrenta en El asesino desconsolado, de J. M. Guelbenzu, a dos asesinatos a cuchillo y a uno por estrangulamiento, con cuadro de Monet al fondo, en una torre de pisos suntuarios y en una ciudad que parece Gijón. La hermana Tegualda, monja evangélica, es la justiciera implacable que en La muerte es una vieja historia, de Hernán Rivera Letelier, persigue a un violador necrófilo entre las tumbas y los burdeles de Antofagasta. En Nada sucio, de Lorenzo Silva y Noemí Trujillo, la detective por desesperación Sonia Ruiz se las verá en su primer caso con el bello jefe de un supermercado madrileño, acosador de las trabajadoras. Treintañera, abandonada por el marido, hipotecada, en paro irremediable y detective sin licencia, Ruiz caza clientes en la clandestinidad de la Red, con un anuncio copiado de Pulp Fiction: "Investigaciones SR. Soluciono problemas. Cualquier problema". Es filóloga.
Las novelas de crímenes mantienen una relación histórica con las noticias de actualidad. A Nada sucio la ennegrecen los destrozos de la crisis económica, con esa detective Ruiz que, en busca de trabajo, lleva echados 1.084 currículos y está sin teléfono por falta de pago. Si pasamos a la sección criminal del periódico, encontramos casos de mujeres violentadas por hombres perversos en las novelas de Rivera Letelier y Silva & Trujillo, y en segundo plano en la de Guelbenzu. No falta un reportaje sobre el pasado sensacional: las vicisitudes de un monet, propiedad de una familia de religión judía y perdido en la Francia ocupada por los nazis, al que un periodista de investigación le seguirá la pista en El asesino desconsolado (al periodista lo supongo personaje importante en las próximas investigaciones de la juez De Marco). Estamos en las páginas dedicadas al fabuloso mundo del arte, es decir, de las joyas y el lujo.
En un momento en el que lo monetario ha alcanzado la categoría de criterio estético y la obra de arte se valora por la cantidad de público que atrae y las ventas que consigue, el dinero parece tintarse en esta literatura de una paradójica pátina repulsiva. En las novelas de Guelbenzu, Rivera Letelier y Silva & Trujillo, o en Cuando mi sombra te alcance, de Carlos Salem, siempre es dinero mal ganado, ostentado con ímpetu violento o directamente producto de desfalcos, estafas, tráficos criminales o trampas en fundaciones caritativas. En la novela de Salem, el dinero se encarna en un Mefistófeles con guardaespaldas y del gremio de la construcción, que, además de matar, compra almas poniendo sobre la mesa fajos y fajos de miles de euros.
Carlos Salem reúne en Cuando tu sombra... dos historias: vuelve a Pero sigo siendo el rey , su novela de 2009, y le añade La loca de pelo verde. Aquí lo sensacional periodístico se introduce a través de uno de los protagonistas, una celebridad de la televisión y la prensa: Juan Carlos I, rey de España, de incógnito y huyendo de una banda de matones millonarios, de Estoril a Madrid. En compañía del detective Arregui, un artista de la máscara como el Mortadelo de Ibáñez o el loco innominado de las sátiras negro-picarescas de Eduardo Mendoza, el Rey llegará a Madrid disfrazado de hippy y confundido con una manifestación de ovejeros. En La loca de pelo verde, el Rey, ya emérito, reaparecerá como ayudante del detective y disfrazado de detective de película, Johnny Bourbon. Salem ha imaginado un rey protector, paternal y valiente. Rebajándolo al nivel de la gente común, exalta a su rey.
El argentino Salem, en su castellano español, y el chileno Rivera Letelier, en su castellano de Chile (un valor más de La muerte es una vieja historia), comparten una suerte de irrealismo hilarante, una deformación bufa de lo real. La hermana Tegualda y su jefe, el Tira Gutiérrez, detective privado, andan tras un muerto viviente violador que quizá sea, hombre ya, un bebé rescatado de un sepulcro como Moisés lo fue del Nilo. La buena monja aplica la justicia automática y vengativa a que nos han acostumbrado los policías americanos. Cumple el Nuevo Testamento: "Porque la paga del pecado es muerte" (Romanos, 6, 23). Pero se presenten o no como puro divertimento, estas cuatro novelas tienen un aire de estar repitiendo algo en tono de homenaje o de parodia. Se leen como se oye una canción popular: la primera vez ya parece una repetición. J. M. Guelbenzu introduce, sin embargo, un acorde inesperado: deja suelta, en fuga, a la principal pieza criminal. Quizá la juez De Marco haya encontrado un enemigo perseverante como el Moriarty de Sherlock Holmes.
Hay una novedad, que empieza a ser corriente en la ficción policiaca: la investigación es prácticamente nula. En estas novelas son esenciales para el desarrollo de la intriga y la solución del enigma los dispositivos informáticos. Basta excavar en las profundidades de un teléfono o un ordenador para obtener la prueba condenatoria. Una nueva figura aparece como ayudante o adversario del investigador: el joven loco por la informática, el hacker, quizá un delincuente, buceador digital, practicante de lo que podríamos llamar vampirismo informático. En Nada sucio, por ejemplo, el hacker es quien resuelve el caso, incluso a espaldas de su socia, con su dinero de niño rico y protegiéndola en secreto: el trabajo de Sonia Ruiz básicamente se limita a seducir o dejarse seducir por el malo de la historia para robarle el teléfono.
'El asesino desconsolado'. J. M. Guelbenzu. Destino, 2017. 328 páginas. 19,90 euros.
'La muerte es una vieja historia'. Hernán Rivera Letelier. Alfaguara, 2017. 194 páginas. 18,90 euros.
'Nada sucio'. Lorenzo Silva y Noemí Trujillo. Menoscuarto, 2016. 150 páginas. 12,50 euros.
'Cuando mi sombra te alcance'. Carlos Salem. Navona, 2017. 528 páginas. 29 euros.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.