'Galveston'. Un 'noir' de amor entre huérfanos y perdedores
Hay novelas que se te meten en la piel y en el cerebro y colonizan tu pensamiento, tus sentimientos. Te cuesta desprenderte de ellas, de la sensación que te dejan al terminarlas. Cuesta ponerse a leer otra cosa y también cuesta escribir sobre ellas porque se han convertido en algo personal. El silencio y una mirada fija al sur más profundo parecen la mejor opción hasta que te das cuenta de que hay que compartir ese gozo, esa desazón.
Galveston de Nick Pizzolatto (Black Salamandra, traducción de Mauricio Bach) merece ser celebrada. Pizzolatto, creador y guionista de True Detective, escribe una historia de perdedores, llena de huérfanos, de dolor y amor; un drama en el que nada es accesorio, en el que los personajes viven y crecen a través de los diálogos, en el que un matón cowboy, solitario y marcado por la pérdida, busca sentido a una vida que se termina con la lucidez del que sabe que nada acaba bien. Un homenaje al sur de EE UU, a su paisaje, a James Lee Burke y a Cormac McCarthy.
“Me llamo Roy Cady, pero Gino fue el causante de que todo el mundo empezase a llamarme Big Country y siguen haciéndolo sin ningún cariño. Soy del este de Texas, del Triángulo de Oro, y esos chavales siempre me han considerado escoria, lo cual ya me parece bien, porque así me tienen miedo”. De esta manera se presenta el protagonista absoluto de la novela, Roy, un cowboy con una filosofía algo anticuada, reflexivo, y mortalmente violento cuando es necesario. Un matón alto, con barba, melena, sombrero de ala ancha y botas, un tipo que conduce una enorme ranchera F-150 del 84 y que vive en una caravana llena de películas de John Wayne. Un hombre cuya vida cambia para siempre cuando se le diagnostica un cáncer terminal (que nadie se queje de spoilers, esto ocurre en la primera página).
Roy es también el narrador de una historia contada desde un futuro más o menos próximo y por el que enseguida percibes que algo ha ido mal, muy mal. Roy va a conocer el amor, va a adquirir esa serie de compromisos que sabe que le están buscando la ruina pero que no puede evitar, se va a encontrar con una maravillosa mujer que hace nada era una niña, otro espíritu perdido que nunca tuvo una oportunidad. Nuestro cowboy cuenta la historia porque necesita esa catarsis, nos lleva de la mano por un sur de EE UU, árido, maltratado por el clima y deja claro que no hay salvación. Roy no se engaña: “Leí a un escritor decir que las historias nos salvaban, pero evidentemente eso es una gilipollez. No nos salvan”.
En su huida hacia delante para escapar de la venganza de su empleador Stan Ptitko, Roy forja nuevas lealtades, conoce el amor, se construye un pequeño mundo y mata, cuando es necesario, para preservarlo. Roy reflexiona, sufre, llora, bebe más de la cuenta, toma malas decisiones, se deja aplastar por errores del pasado, hace el ridículo, lucha, ama. Roy es un Raylan Givens pasado por una escuela de filosofía jesuita. Roy no es un personaje simplón y maniqueo. Roy es el noir en sí mismo.
Hay varios diálogos muy buenos, pero igual revelan más de la cuenta de la novela sobre el argumento. Sin embargo, sí puedo compartir esta reflexión que dice tanto del espíritu del personaje:
“De modo que me equivocaba cuando le dije a Rocky que puedes elegir lo que sientes. No es cierto. Ni siquiera es cierto que puedes elegir cuándo quieres sentirlo. Lo único que sucede es que el pasado se coagula como una catarata o una costra de memoria delante de tus ojos. Hasta que un buen día la luz la atraviesa”.
Hay más buenas noticias sobre la novela que suponeel estreno del sello negro de Salamandra, que sin duda animará y enriquecerá el gran panorma del género en España. Se prepara una adaptación cinematográfica que contará con el propio autor como guionista y con Matthias Schoenaerts como protagonista.
Dennis Lehane, un maestro del género cuando escribe, el mejor prescriptor y el más justo de los críticos cuando habla de lo que han escrito otros, dice que es el mejor noir que ha leído en la última década, “una elegía a los que se echaron a perder por el camino”. Por si les queda alguna duda, dejo una última cita que a mí todavía me corroe. Lean y disfruten.
“Un día naces y cuarenta años después sales renqueante de un bar, perplejo por todos tus achaques. Nadie te conoce. Conduces por oscuras carreteras y te inventas un destino porque la clave es seguir moviéndose. Así que enfilas hacia el último asidero que te queda por perder, sin tener ni idea de qué vas a hacer con él”
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