Larry David: agítese antes de usar
Larry David no es un comediante al uso, de hecho muchos/as coincidirían en que David podría no encajar en absoluto en la categoría. Ni en esta ni en ninguna otra.
Un servidor le entrevistó hace ya un par de años en Los Ángeles y no supo distinguir entre el David real y el protagonista de Curb your enthusiasm (Modera tu entusiasmo, que en España han emitido La Sexta, TNT y algunas cadenas autonómicas con el título de El show de Larry David): los dos vestían igual, los dos eran igual de esquivos e intrigantes, los dos tenían aspecto de vivir en otro planeta.
Este kamikaze con gafas, capaz de pervertir la más inocente de las situaciones y convertirla en una pesadilla, plasmó en Seinfeld todas sus obsesiones personales y convirtió la serie en un catálogo de situaciones imposibles que a pesar de ello resultaban extrañamente familiares. Su humor, alejado de los convencionalismos y la corrección política, reventó los audiómetros de los Estados Unidos, Australia o el Reino Unido y le convirtió en un multimillonario de tomo y lomo.
Después de eso decidió que le apetecía ir un poco más lejos y presentó a HBO un proyecto llamado Curb your enthusiasm en el que -básicamente- se interpretaba a sí mismo: el guionista forrado de pasta que dedica sus días a meterse en toda clase de follones de los que acostumbra a salir con los pies por delante. HBO dijo que sí y la serie se convirtió ipso facto en un icono de los que disfrutan sufriendo.
Curb your enthusiasm es pura apología de la vergüenza ajena, llena de momentos en los que uno se sorprende tapándose el rostro con las manos y se sonroja mientras las carcajadas se le congelan en la garganta. Sería difícil llegar a los niveles de mala hostia de Curb, y más difícil aún hacerlo sin que el espectador se preguntara qué coño es todo aquello y ahí reside el gran mérito de la serie. David no tiene límites y su humor va desde las dificultades que tiene hacer el amor con una mujer en silla de ruedas (con la silla como delirante núcleo de la escena) a lo sencillo que es hacer montar en cólera a toda una comunidad (normalmente la judía, aunque hay para todos). Todo ello resulta -en manos de Larry- apabullantemente natural. Lo peor (o lo mejor) es que lo que él hace/dice muchos/as hemos deseado hacerlo/decirlo alguna vez sin que nunca lo hayamos concretado por una simple cuestión de sentido común o de moral judeo-cristiana o de higiene mental (táchese lo que proceda).
No, no es una serie para todos los paladares, de eso caben pocas dudas, pero para aquellos que osen adentrarse en sus territorios encontrarán en este señor calvo de andares cansinos uno de los bichos más fascinantes que se han paseado nunca por la historia del humor.
Su octava temporada, que empieza en breve, amenaza con ser más faltona que nunca, con un David ya desatado, mudándose de Los Ángeles a Nueva York, dispuesto a meterse en líos con quién haga falta. Aunque no habría que decirlo es obligatorio ver Curb en versión original, solo por oír a David aquello de "preeeeetty, preeeetty, preeetty" ya vale la pena. Doblada -que quede claro- es ininteligible.
De momento no parece que al guionista se le acabe la cuerda, y tal como está el mundo eso debería ser una buena noticia. Eso sí, consúmanlo con mucha precaución: la aplicación de su filosofía en el mundo real podría tener consecuencias fatales.
Avisados/as quedan.
P.D.: Curb contiene la mejor intro musical de la historia de la comedia catódica. Ya lo he dicho.
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