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Columna
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El fútbol y sus vetustos mitos

Un libro majestuoso, Años de vértigo, de Philipp Blom (Anagrama) enseña, entre tantas otras cosas, que conceptos arrastrados del pasado actúan como importantes zombis en las épocas de cambio. Así, los usos y creencias sobrevivientes que relata Blom para el periodo 1900-1914 hallan su paralelismo en los anacronismos de nuestro tiempo. Me referiré solo al fútbol para ilustrarlo.

Lo primero que se ve como algo rancio es el caso del hincha, incondicional seguidor de un equipo y dependiente en su humor de los buenos o los malos resultados. El hincha se apega al club y se complace o padece parasitariamente con él. Parece exagerado este gran apego; este es el carácter referencial del hincha.

Los aficionados aman al canterano como a un 'niño jesús', fruto de la propia huerta

Los equipos no se forman por jugadores de la tierra, no permanecen mucho tiempo en ese vestuario y, en consecuencia, no componen, como antes, una alineación que pueda recitarse como un rezo; ni tampoco, cuando besan la camiseta, puede creerse que ese gol y esa camiseta se viven con devoción. Lejos de lo sagrado, los equipos son mecanos mercantiles cuya finalidad es ganar un título, mantenerse en mitad de la tabla o no descender. Ha concluido la pretensión de ser campeón, más allá del cálculo contable de un par de equipos.

Se trata, en suma, de un negocio regido en el mundo del entretenimiento y en donde los espectadores, la publicidad y la taquilla aumentan en función del espectáculo. ¿Por qué, sin embargo, los aficionados asisten al partido menos como espectadores que como feligreses? ¿Más como fanáticos que como espectadores?

La respuesta coincide con la regla de que el pretérito mantiene residuos sin disolver flotando sobre el presente. Protestas contra el juicio arbitral, peleas en las gradas, resistencia a aceptar publicidad laica en las camisetas o inscripción de recién nacidos como socios del club, son factores congruentes con el pasado del fútbol, vivido como una nación, una tribalidad o una iglesia.

Y a este talante pertenece también el célebre mito de la cantera. Un equipo con cantera se tiene por más puro que un equipo sin ella. No obstante, si se exceptúa el caso del Athletic de Bilbao, cuyo fútbol-nacionalismo es también étnico, en los demás supuestos el mito canterano no es sino el timo de la cantera.

En primer lugar, parece lo más propio de un negocio del espectáculo realizar fichajes espectaculares. El chico de la cantera, nacido en parajes menos urbanos donde sí hay más canteras, será al cabo un ejemplar sin glamour, acaso extraordinariamente bueno pero producto del corral. Y, ¿para qué ese cultivo casero? ¿Para ahorrar dinero? ¿Para presumir de granja?

El presente del fútbol no se plantea ahorrar, criar o cultivar sino ganar, mucho y pronto, a través de su gestión. Criar jugadores evoca la actividad agraria y el fútbol, más allá de la WM con que accedió al sector industrial, se incorporó ya al sector servicios desde la Eurocopa de 1992. Servicios practicados en uno u otro mercado internacional para competir con otros rivales internacionales.

Los aficionados, partícipes de la antigua cultura, aman al canterano como a un niño jesús, fruto de la propia huerta. Los espectadores, cínicos consumidores del espectáculo, entran y salen. El aficionado tradicional goza con un 6-0, mientras el espectador aprecia sobre todo un partido donde el vaivén del juego incremente la incertidumbre del resultado. El aficionado anhela la gran victoria, pero el espectador busca la calidad del buen relato.

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