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Crónica:ESTADOS UNIDOS | La Cumbre de Copenhague
Crónica
Texto informativo con interpretación

Obama sabe jugar a todas las bandas (y ganar)

Antonio Caño

La actuación de Barack Obama en Copenhague, concentrada en unas pocas horas de una intensidad extenuante, resultó decisiva para salvar la Cumbre del Clima. Al margen de la calidad del acuerdo alcanzado, la reunión -esas trascendentales 11 horas en particular- demostró que la Administración norteamericana está ahora del lado de los que buscan soluciones y, por primera vez, unió en los mismos propósitos a países desarrollados y emergentes que antes sólo intercambiaban reproches.

Como dijo Obama, con gesto de agotamiento, antes de regresar a Washington, "por primera vez en la historia, todas las grandes economías han aceptado juntas su responsabilidad para hacer frente a la amenaza del cambio climático".

La diplomacia de EE UU negoció durante once horas frenéticas
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¿Cómo se llegó a ese compromiso? ¿Quiénes jugaron en contra y quiénes a favor de evitar un fracaso total en Copenhague? El relato de algunos asesores de Obama que participaron en los debates ayuda a reconstruir lo que pasó en esas horas frenéticas de la tarde y noche del viernes en las que se fraguó un acuerdo insólito tras unas escenas de diplomacia aún más inverosímil.

Obama llegó a Copenhague, como dejó claro en su discurso ante el pleno, para presionar a China sobre la necesidad de aceptar alguna forma de control sobre las promesas de recorte de emisiones que el Gobierno de ese país viene haciendo. Ése era su objetivo principal y, por eso, su primera reunión bilateral fue con el primer ministro chino, Wen Jiabao. El encuentro fue difícil. Obama abordó, en efecto, el asunto de la transparencia y el control, y Wen, poco habituado a discusiones tan francas, no se dio por aludido.

Tardó poco el presidente norteamericano en comprender el grado de irritación de su interlocutor. Apenas unos minutos después de esa entrevista, en una reunión multilateral que se suponía crucial para pactar una declaración final, Wen Jiabao ni siquiera abrió la boca. Todo lo que China tuvo que decir lo dijo a través de un funcionario de tercera categoría que nadie reconocía en la sala y que parece ser un responsable de asuntos del clima en el Ministerio de Asuntos Exteriores chino.

Obama salió de esa reunión tan indignado con la actitud china que pidió otra entrevista bilateral con Wen y le dijo a sus colaboradores que, a partir de ese momento, sólo hablaría con el primer ministro en persona.

De forma paralela, Estados Unidos trataba de organizar una reunión con los líderes de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva; de India, Manmohan Singh, y de Suráfrica, Jacob Zuma. Esos tres países han venido respaldando de forma más o menos coordinada las posiciones de China.

Ninguna de las dos gestiones fue fácil para los diplomáticos norteamericanos. En cuanto a los chinos, éstos no encontraban una hora para la reunión y luego pidieron cambiar la que se había conseguido fijar, lo que obligó a modificar también la agenda de Obama. Sobre los demás países, India dijo que su delegación ya estaba en el aeropuerto -era poco antes de las cuatro de la tarde-, Brasil manifestó que, sin los indios, no participaría, y Suráfrica, que aceptaba inicialmente, no creía necesario acudir a la reunión si no estaban ni indios ni brasileños.

Estados Unidos no tuvo, por tanto, más remedio que renunciar a la conversación con esos tres importantes países emergentes. Mantuvo, sin embargo, la cita con China, aunque para adaptarse al horario solicitado, Obama tuvo que adelantar el encuentro que tenía previsto con el presidente de Rusia, Dmitri Medvédev, para hablar de desarme.

La confusión en esos momentos ya era monumental. Nadie sabía con quién sentarse a negociar. Ni siquiera se sabía qué delegaciones quedaban ya en Copenhague. Lo peor, sin embargo, estaba por llegar.

La entrevista entre Obama y Wen se fijó para las siete de la tarde. Hasta ese momento, el presidente norteamericano estaba en otra reunión multilateral con países europeos y de otros continentes, haciendo tiempo, más que otra cosa.

Cuando Obama salió de esa conferencia para acudir a su entrevista con Wen fue informado de que la sala prevista para el encuentro estaba ya ocupada por una reunión de Wen con Lula, Singh y Zuma. Obama abrió la puerta, le preguntó en voz alta a Wen -esta parte fue grabada por las televisiones-: "¿Estás listo para encontrarnos?" y, tras la respuesta obtenida, entró. El presidente norteamericano ni siquiera tenía un asiento en la mesa. Les dijo que no había problema, que se sentaría al lado de su amigo Lula, y éste le cedió una silla de uno de sus delegados para ocupar su posición -en realidad, dos porque también estaba la secretaria de Estado, Hillary Clinton-.

¿Quién organizó ese encuentro? ¿Qué pretendía China al convocar en el mismo lugar y a la misma hora por separado a Estados Unidos, y a su grupo de países amigos?

Como quiera que fuese, Obama decidió que ésa era la oportunidad esperada para hablar con todos a la vez y se coló en una reunión que no estaba en su agenda. Su osadía acabó ayudándole.

Obama les dijo a los líderes de esos cuatro países que, si ellos no aceptaban un acuerdo, Estados Unidos estaba decidido a anunciar un compromiso por separado con los países europeos y otros muchos de otras partes del mundo. Les advirtió del riesgo de que aparecieran ante la opinión pública como los responsables del fracaso de Copenhague.

No hay una versión más precisa sobre los detalles de esa reunión, pero el hecho es que de ella salió el único acuerdo que hoy puede celebrarse. Para hacer todo más difícil, Obama tuvo que salir de ese encuentro antes del final porque la gigantesca tormenta de nieve que afecta a Washington le impedía aterrizar allí después de cierta hora.

A las dos de la mañana, hora local, Obama entraba de regreso en la Casa Blanca. Según él, con la sensación del deber cumplido. "Esto es lo que habíamos venido a hacer", confesó a los periodistas.

Barack Obama, en Copenhague.
Barack Obama, en Copenhague.AP

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