Muerta antes que asesinada
Christine Lang padeció 42 años de maltrato antes de morir acuchillada en Madrid - El fiscal pide en el juicio 18 años de cárcel para el marido
Christine Hedwig Lang llevaba muchos años muerta cuando una puñalada en el cuello y otras 11 en todo el cuerpo acabaron con su vida. Muerta en vida a base de bofetadas, insultos, zarandeos, silencios, aislamiento y asfixia económica.
Una muerte lenta, a lo largo de 42 años de matrimonio marcados por la dominación absoluta de un marido que sólo la dejó trabajar lejos de él cuando dejó de pasarle dinero. Entonces ella salió de su casa de Aluche, un barrio madrileño de clase media, para limpiar por las casas y poder mantenerse y aportar la mitad de los gastos del piso. Así se ganaba la vida cuando la perdió, el 23 de septiembre de 2008, la víspera de la vista del divorcio que al fin se había atrevido a pedir. Su marido, Antonio Serrano Checa, un hombre de 66 años con mirada fría y gesto adusto, se sentó ayer en el banquillo de la Audiencia Provincial de Madrid. El fiscal pide para él 18 años de cárcel por homicidio y violencia doméstica habitual.
Al morir, Christine Hedwig Lang -Cristina para los amigos y familiares que testificaron ayer- tenía 66 años y "aparentaba 80". Una mujer consumida que se había casado lozana con Antonio Serrano en 1965, en Suiza. Allí había emigrado él. Allí trabajaba ella, nacida en Baviera (Alemania). Desde la boda comenzaron los malos tratos, según recoge el escrito de la fiscal: "De forma constante
ha venido agrediendo, humillando y amedrentando y restringiendo la libertad de su esposa". Nunca hubo denuncia.
Un año después del enlace, en 1966, nació la única hija, Natalia. Ayer testificó voluntariamente, en su calidad de "hija del acusado y de la fallecida", como dijo la presidenta de la sala, María Tardón. Pidió declarar separada de su padre por un biombo. "Vinimos a España en 1974. Los primeros años había malos tratos, violencia física. Luego llegó el maltrato psíquico. Mi padre anuló a mi madre y en los últimos años la aisló incluso de su familia alemana", relató con entereza Natalia Serrano Lang.
Contó episodos concretos, como aquella agresión en el coche cuando ella era pequeña y gritaba "¡mami!, ¡mami!" mientras caían los golpes; como, muchos años después, su madre le contó que su padre había intentado asfixiarla con la almohada. Y también que "le pegó para lograr que ella repartiera con él una herencia que acababa de recibir en Alemania". Ella le dio la mitad de los 18.000 euros pese a que quería destinar ese dinero a algo que le hacía ilusión: mejorar la cocina.
"Ella me callaba muchas cosas porque no quería hacerme sufrir, ni indisponerme con mi padre". Al crecer, la hija intentaba "mediar". "Cuando estábamos comiendo mi padre decía: 'Esta tía es una mierda, no vale para nada, ni siquiera sabe cocinar. Lo decía delante de ella, igonorándola", relató. "Él es muy irascible. Si no se hace su voluntad se torna violento. Si se le obedece, es amable y zalamero", describía. "Si la comida no le gustaba, rompía la vajilla".
Cristina, que en los primeros tiempos se había ganado la vida cosiendo en casa, trabajó 15 años en el bar que su marido abrió en Aluche. "Mi padre no la quiso dar de alta en la Seguridad Social para ahorrarse el dinero. Decía que era un gasto innecesario". El bar cerró. La economía familiar se deterioró y en los años noventa la mujer empezó a trabajar de asistenta para poder subsistir. "El maltrato fue una situación permanente en la vida de mi madre", resumió Natalia.
-"¿Por qué no denunció nunca?", preguntó la abogada de la defensa.
-"Porque tenía pavor. Tenía miedo a mi padre y no tenía dónde ir", respondió la hija.
Tras la muerte de Ana Orantes, la mujer quemada por su marido en Cúllar-Vega (Granada) tras haber relatado sus malos tratos en televisión en 1997 y cuya muerte sirvió de aldabonazo para iniciar la lucha contra la entonces llamada violencia doméstica, Natalia identificó mejor lo que le ocurría a su madre.
A partir de 2000, la relación marital se deterioró "más enérgicamente", según la fiscal. Cristina estaba muy deprimida, pero lo silenciaba, igual que los malos tratos: muchos de sus allegados solo se enteraron de que los sufría cuando murió apuñalada con un cuchillo de cocina.
En verano de 2007, Natalia acompañó a su madre a asesorarse en la Asociación de Mujeres Separadas y Divorciadas. Ella no quiso denunciar las agresiones. Se limitó a pedir el divorcio, pero aún así tenía miedo. Se lo había confesado a su cuñado Francisco, que descubrió el maltrato de Antonio por casualidad en 2004 y afeó la conducta a su hermano. "Creo que no voy a estar tranquila jamás. Creo que siempre le he tenido miedo", le dijo Cristina.
"Discusiones como en todo matrimonio"
Cuando la notificación de la vista de divorcio llegó a su marido, en junio de 2008, Cristina optó por irse a vivir a la caseta de la finca rústica que tenía el matrimonio en Villanueva de la Cañada, al oeste de Madrid. Allí murió apuñalada. Por eso juzgan ahora a su marido, Antonio Serrano, en prisión desde entonces. "Teníamos discusiones como cualquier matrimonio", dijo ayer a preguntas de la defensa. No reconoció más.
Pese a que, según un testigo, el hombre había dejado de visitar la finca al menos cuando ella estaba, el 23 de septiembre de 2008, la víspera de la vista de divorcio, acudió a la parcela. "Fui sobre las tres de la tarde a regar, ver los animales [tenían un par de perros] y a lavar el coche". Pasadas las cinco, "cuando estaba preparando un aguacate para comer", llegó Cristina. Según el marido, ella le habló del divorcio "en un tono que nunca había empleado". Él se sintió "frustrado y desilusionado". Dijo no recordar qué pasó desde ese momento hasta que vio a su mujer "tendida en el suelo, en un charco de sangre". Tenia una docena de puñaladas. Sobre la encimera del cobertizo que albergaba la cocina quedó ensangrentado un cuchillo de tres centímetros de ancho y 17,5 de filo.
El marido fue al cuartel de la Guardia Civil de Brunete. "Me dijo que se había vuelto loco y había apuñalado a su mujer. Llegó limpio", relató como testigo el primer agente que le atendió. La abogada que tramitaba el divorcio de la mujer, aseguró que el marido no quería repartir los ingresos de las pensiones (la del hombre en España y las de los dos en Suiza y Alemania). Pidió para su clienta 375 euros de los poco más de 900 que sumaban. El marido se negó.
Cuatro décadas de agresiones
- Boda. Christine Hedwig Lang y Antonio Serrano se casaron en Suiza en 1965. Un año después nació su hija.
- Residencia. En los años setenta la familia volvió a España. Se instaló en el madrileño barrio de Aluche y puso un bar.
- Asesinato. El maltrato se produjo en los 42 años de matrimonio, según la fiscal. La mujer murió en 2008 tras recibir 12 puñaladas en la finca rústica en la que se había refugiado. Era la víspera de la vista de divorcio.
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