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crisis desde mi terraza

GUAPOS

Se supone que no debería escribir esta columna. Va de guapos. Y, según la tradición, le debería corresponder a una mujer o a un gay. Rompiendo la usanza, les desvelo que desde mi perezosa y poco militante heterosexualidad (¿por qué será?) siempre me han fascinado mucho más los bellos que las bellas. Es una cuestión hamletiana: no es lo mismo estar con guapas que ser guapo. Lo primero es circunstancial; lo segundo, existencial.

Antes de que me acusen de pedante ontológico, me explico: daría mi peculio por pasar una noche (y luego contarlo, por supuesto), con Scarlett Johansson, pero entregaría mi alma y hasta dejaría la cerveza por transmutarme en el Alain Delon de El Gatopardo o en el Paul Newman de El buscavidas.

Siendo tan primorosamente guapo sobra todo, hasta la seducción. ¿Para qué esforzarse en concertar citas románticas, desplegar simpatías o escribir cartas encendidas cuando se sabe que basta una mirada pícara o una sonrisa canalla? Una vez le escuché a Pedro Almodóvar una de las frases más reveladoras que recuerdo: "No hay mejor sensación que entrar en un local y sentirse deseado". ¡Qué daría yo por experimentar esa conmoción, ese estremecimiento de que te miren y te deseen colectivamente, sin esfuerzo alguno! Lo que le está reservado al resto de los mortales no es más que palabrería y gimnasia amorosa. Sudor, al fin y al cabo.

No todo es la belleza física, dirán. Pero ser guapo es mucho más importante de lo que se cree. En esa envoltura, hasta los gestos y las frases más triviales cobran glamour. Rutger Hauer, el rubio actor holandés, improvisó uno de los monólogos más famosos del cine en Blade runner: "He visto cosas que vosotros no creeríais; atacar naves en llamas más allá de Orión, he visto rayos C brillar cerca de la puerta Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia", decía el robot replicante antes de morir. Hauer, tan apuesto como mediocre actor, ha pasado a la posteridad por esta charada galáctica. ¿Se imaginan pronunciándola a José Luis López Vázquez, cuya talla dramática está a años luz de la de este actorzuelo serie B?

Ni usted ni yo podríamos tampoco sostener los diálogos absurdos del Al final de la escapada, porque no tenemos las facciones desmesuradas de Jean-Paul Belmondo, y más vale que no ensayemos desde la terraza las poses melancólicas de Jude Law en El talento de Mr. Ripley. Lo que en él es un rictus apolíneo, en nosotros sería un tic ridículo. Y es que el que es guapo, es guapo. Y el que no, a escribir columnas de verano. O a leerlas.

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