Ella es ahora libre
Lubna Husein se rebeló contra el castigo a 40 latigazos por llevar pantalones en Sudán. Se sintió amenazada. Escapó del país. Desde París defiende el derecho a usar el 'hiyab'
Sólo había transcurrido un mes desde que todos los focos del mundo se posaran en ella. Un mes desde su desafío al régimen sudanés por condenarla a 40 latigazos por llevar pantalones. Corría mediados de octubre de 2009. Fue entonces cuando aquel hombre desconocido de la larga barba negra se presentó en su casa en Jartum con un CD, un vídeo y un niqab, largo vestido negro que sólo permite que se vean los ojos de la mujer. Venía a reconducirla, a recolocarla en el buen camino, a explicarle cómo debe vestir una buena musulmana. Lubna le dijo al tipo, en referencia al niqab: "Muchas gracias, le prometo que lo pienso usar". Dos semanas más tarde, Lubna Husein abandonaba Sudán enfundada en ese largo niqab negro sin que la policía del aeropuerto la pudiera reconocer.
"Controlar la manera de vestir de las mujeres es cosa de Estados policiales. Las mujeres eligen lo que llevan"
"Lo mejor hubiera sido quedarme en mi país. Pero allí no podía seguir. Podían enviarme a prisión o matarme"
Un islamista acudió a su casa para decirle cómo debía vestir y le dio un 'niqab'. Lo usó para escapar de Sudán
Era la primera vez que se ponía un niqab. Porque si por algo se ha distinguido ella es por su desafío a las normas establecidas. Lubna se ríe al recordar lo que le dijo al hombre de la barba negra y su cara se ilumina. Qué paradoja, acabar huyendo bajo la prenda que te ofrece el enemigo. Sentada en la cafetería del Instituto del Mundo Árabe de París, a sus 36 años, presenta un aspecto totalmente distinto del de los días en que su velo, sus gafas y sus pantalones tomaron los informativos de medio planeta. Lleva el pelo suelto, pantalones de terciopelo color crema, viste a la occidental, parece otra. Un velo morado adorna su cuello.
El velo, esa prenda que centra el debate en estos días en España, que lleva decenios haciéndolo en Francia. Preguntada por el hecho de que en Europa se pueda rechazar su uso, es tajante: "No veo diferencia entre un hiyab y la capucha de un abrigo". Lubna agarra su anorak y se pone la capucha sobre sus rizados cabellos negros. "Controlar la manera de vestir de las mujeres es cosa de Estados policiales. Imaginemos que Francia o España deciden prohibir el velo, ¿cómo se controla eso? La gente se pondría capucha. Las mujeres tienen derecho a elegir lo que llevan".
A ella la persiguieron por llevar pantalones. No comprende que se restrinja en Europa el derecho de las mujeres a llevar velo.
Su historia fue sonada. La detuvieron junto a otras 12 mujeres en julio de 2009, cuando asisitía a un concierto en Jartum. Por llevar pantalones. Diez de las detenidas se declararon culpables y recibieron 10 latigazos cada una, además de una multa de 75 euros. Lubna se resistió. Abandonó su puesto de agente de prensa en la ONU -y la inmunidad que ello suponía- para desafiar a las autoridades del régimen integrista sudanés. Pasó 22 horas en prisión. Al final, le conmutaron la pena de latigazos y el oficialista sindicato de periodistas pagó su fianza de 150 euros para apagar el ruido mediático. Pero su lucha ya se había hecho visible en medio mundo. Había dejado al régimen de Al Bashir con los pantalones al aire.
"Lo mejor hubiera sido quedarme en mi país para continuar mi lucha", explica mientras se sirve un poco más de té a la menta. "Es lo que yo quería hacer. Pero allí ya no podía seguir. No me podía quedar callada como me pedían. Me podían llevar a prisión de nuevo en cualquier momento, o matarme".
La decisión de dejar su país llegó después de un nuevo paso por comisaría, en octubre del año pasado, un mes después del incidente de los pantalones. Esta vez, estaba tranquilamente tomando un té en una cafetería cuando dos agentes de la policía secreta la llevaron presa. "Me dijeron que no necesitaban de la ley para arrestarme. Hay tres testigos que pueden acreditarlo. Éste fue su mensaje: 'Usted ha insultado al Gobierno y al presidente'. Les dije que sólo había denunciado que no se respeta la ley ni la Constitución en Sudán. Me dijeron que podían conseguir testigos contra mí para cualquier cosa. Pensé que podían poner drogas en mi bolso y acusarme de lo que quisieran. A las tres horas me soltaron y volví a casa. Entendí su mensaje".
Después llegó el segundo mensaje, el del hombre de la barba negra, "un miembro de un grupo islámico" que se presentó en su casa para aleccionarla sobre su vestimenta. Ella ya tenía su decisión tomada. En Sudán era un blanco muy fácil.
Tenía prohibido salir del país, pero debía proseguir su lucha desde fuera; concienciar al mundo de la situación en que viven las mujeres musulmanas en regímenes como el sudanés. El niqab que le dio aquel hombre encajó perfecto en su plan de fuga.
Lubna Husein saca una especie de pequeña calculadora blanca que en realidad es un traductor árabe-inglés. Teclea algunas palabras para explicarse con mayor precisión. Dice que no puede dar detalles de quiénes le ayudaron para no comprometer a nadie. Cuenta que no dijo nada a su familia, ni a su hermana, ni a su madre, con las que vivía en Jartum. Les explicó que se iba de viaje a Wad Medani, al sur del país, hizo su maleta y se largó. Sólo una persona la ayudó en el aeropuerto. Enfundada en el niqab, se subió a un avión rumbo a Yemen. Comenzaba una nueva vida.
Una asociación yemení de lucha por los derechos de las mujeres la recibió con los brazos abiertos. La empezaron a reclamar de varios países árabes para dar conferencias. "Tenía que seguir con mi lucha, con mi campaña mediática. El problema de las mujeres musulmanas no es exclusivo de Sudán". Conferencias en Amán, El Cairo, París. La cuestión de visados y papeleos se la resolvió su editorial francesa, Plon, que a finales de noviembre le publicaba Cuarenta latigazos por llevar pantalones, el libro que empezó a escribir en Jartum.
"Yo no lucho sólo porque las mujeres puedan llevar pantalones en Sudán. Lucho por la libertad de las mujeres de elegir su destino: lo que van a estudiar, si van a trabajar, si se quieren separar de su marido. Hay muchos países en los que las mujeres no pueden votar. No estoy en la consecución directa de la solución, pero estoy contenta de contribuir a ella invitando a la gente a pensar en ello". Lubna Husein está preparando ahora un nuevo libro, que se publicará en agosto, en el que desmonta la idea de que el islam es incompatible con los derechos de las mujeres. "El islam es la relación entre la persona y Dios, no es un asunto gubernamental. Si bebes, si tienes novio, eso es una cosa entre tu Dios y tú. Tenemos que luchar por nuestros derechos y no esperar sentadas a que estos lleguen por sí solos".
Lubna nació en Omdurmán, junto a Jartum, ciudad conocida como el pequeño Sudán porque allí recalan gentes de todo el país, cristianos del sur, musulmanes del norte. Se acostumbró desde el colegio a convivir con alumnos de otras confesiones, de otras tribus.
Su padre trabajaba en el comercio de semillas y animales; era la mayor de tres hermanos. Muy pronto empezó a leer sobre los derechos de las mujeres y en la Universidad, mientras estudiaba Periodismo, empezó a escribir columnas contra los recortes en materia de educación del régimen de Al Bashir, hombre en busca y captura por parte de la Corte Penal Internacional por crímenes de guerra en el conflicto de Darfur. En el año 2003, a los 30 años, se casó con el periodista Abderramán Mukhtar, comentarista político del diario Sahafa, que falleció un año más tarde por un problema de hígado. "La sociedad sudanesa me preguntaba por qué no me casaba de nuevo". Su papel de viuda joven no era bien visto.
-Hay estudios que apuntan a que se está produciendo un cambio silencioso en muchos países árabes hacia la igualdad. Las mujeres tienen menos hijos, se casan más tarde, estudian, trabajan. ¿Es eso así?
-Ese cambio de las mujeres se da sólo en las grandes ciudades y es por razones económicas. En Sudán, hace 30 años, a las mujeres no las dejaban trabajar. Ahora, sus padres les ayudan a buscar una carrera para que contribuyan a la economía familiar. El cambio está en marcha entre familias con un cierto nivel de educación o entre chicas de origen humilde que quieren progresar. Necesitamos cambiar las mentalidades para apoyar a esas mujeres. Las mujeres deben trabajar, pero no sólo por cuestión de conseguir un salario.
-¿Se puede soñar con un futuro cercano de mayor igualdad?
-Podemos soñar con la igualdad. Los esclavos consiguieron su libertad hace 130 años, y el motor también fueron razones económicas. Los motivos económicos son los que llevarán al cambio. Las organizaciones de mujeres están luchando por la igualdad, pero las leyes no acompañan. El texto constitucional de Sudán, de hecho, es acertado. Pero, desafortunadamente, es mero papel.
-En su país se exige a la mujer que llegue virgen al matrimonio. ¿Está de acuerdo?
-Eso es cuestión de cada cual. ¿Por qué los hombres no tienen que llegar vírgenes al matrimonio? El matrimonio debe ser algo fluido, no algo duro. Es la sociedad y sus leyes las que lo complican todo. No acepto estar con un hombre que tenga otras mujeres; no acepto la poligamia: si estás con una persona, estás con una persona.
-¿Y el aborto?
-El aborto no me parece bien. El bebé tiene derecho a vivir. Los árboles y las plantas tienen derecho a crecer. A los que cortan árboles se les castiga. Los niños son más importantes que los árboles y las plantas.
Lubna Husein está apenada por las fallidas elecciones que se celebraron en su país a principios de mes. Era la primera convocatoria multipartidista en 24 años, pero los principales partidos opositores, entre ellos el Movimiento de Liberación del Pueblo de Sudán (SPLM), que representa a los cristianos del sur, decidieron retirarse ante la falta de garantías que ofrecía el proceso organizado por el régimen de Al Bashir. "La última oportunidad para la unidad de Sudán eran unas elecciones justas. No ha sido así. Al Bashir es un dictador. Supongo que los sudaneses del sur se independizarán. Espero que no haya una guerra".
La luz suave de la tarde se cuela a través de los ventanales del Instituto del Mundo Árabe, portentoso edificio ideado por el arquitecto Jean Nouvel. Aquí viene cada día Lubna para acceder a la biblioteca y trabajar en sus libros y conferencias. Desde que abandonó Sudán, vive a caballo entre El Cairo y París.
En la Ciudad de la Luz se ha integrado en la organización Ni Putes ni Soumises (ni putas ni sumisas), que lucha por los derechos de las mujeres en barrios empobrecidos y con mucha inmigración. Lubna difunde su mensaje entre las mujeres musulmanas: "Muchas de ellas no conocen sus derechos", explica.
Lubna se levanta y consulta su iPhone. "En Francia me siento una mujer libre. En mi relación con Dios no se meten por medio ni la sociedad ni la policía. No tengo miedo aquí. Sólo tengo miedo de mi Dios".
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