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Tribuna:laboratorio de ideas
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Cinco erres para mover la economía

Antón Costas

Dice un refrán que "a perro flaco todo son pulgas". Algo así le ocurre a la economía española. Hasta hace un poco más de un año era un ejemplo a imitar, un "milagro económico". Crecía, creaba empleo, tenía estabilidad presupuestaria y de precios. Tenía algún defectillo congénito, como era su escasa productividad, pero en todo caso era una enfermedad asintomática que no impedía crecer. Pero una vez ha entrado en recesión, todo son males y defectos.

La crisis financiera y el fallo de los bancos en suministrar ese bien público que es el crédito (¿qué haríamos con las empresas eléctricas privadas si dejasen de suministrar el servicio público?) han traído el hambre de consumo e inversión. Ahora todo son parásitos, como el desempleo y la pobreza, y defectos estructurales. ¿Qué hacer? ¿Aprovechamos para reformarla, o primero remediamos la debilidad del sector privado con más gasto público, aunque para ello tengamos que endeudarnos?

Es un despropósito pretender arreglar todos los problemas reformando la contratación laboral o las pensiones

Acogiéndose a lo de que "nunca se debe desaprovechar una buena crisis", algunos priorizan reformas profundas aun antes de que el enfermo se recupere. El riesgo es que haya que decir lo del cirujano cínico: "La intervención fue bien, pero el paciente murió". En sentido contrario, es sorprendente la cantidad de males y defectos que desaparecen con una buena alimentación.

Para hacer que la economía vuelva a funcionar va bien pensar en una estrategia con cinco R: rescate, recuperación, reconversión, reforma y reequilibrio.

La magnitud del desplome del valor de los activos inmobiliarios y el peso que las operaciones con esos activos tenían en el balance de los bancos amenazaron hundir el sistema financiero. La primera tarea tenía que ser, y sigue siendo, salir al rescate de los bancos, utilizando para ello el dinero de los contribuyentes y provocando déficit público. Los bancos son un bien público, pero los banqueros no. El hecho de que se utilicen recursos de los ciudadanos para remediar los desaguisados de directivos muy bien pagados que no se hacen responsables de sus fallos ha generado una justa indignación. Más allá de la crisis, ésta es una de las grandes cuestiones pendientes que nos deja esta crisis financiera.

La siguiente R es la recuperación de la actividad económica. Una economía de mercado no funciona si no existe consumo e inversión privada. Cuando desaparecen, como es el caso, hay que salir al rescate de la demanda. Eso genera más gasto público y, como con la crisis caen los ingresos por impuestos, también más déficit.

¿A qué damos prioridad a corto plazo, a la recuperación o al déficit? Imaginen a un piloto de una aerolínea con problemas que cuando el avión aún está despegando decide sacar potencia a los motores para ahorrar combustible. El desastre. El conflicto entre recuperación y déficit hay que resolverlo en el medio plazo.

La tercera R es la de la reconversión industrial y financiera. Una recesión no es sólo una simple caída temporal de la demanda. Al contrario, es como un vendaval que a la vez que se lleva por delante empresas y modelos de negocio obsoletos, libera energías acumuladas que hacen surgir nuevos negocios y empresas. Más de la mitad de las grandes empresas de la lista de Fortune nacieron durante una recesión. Esta "destrucción creadora" obliga a sectores y empresas a reestructurarse o desaparecer.

Eso es lo que ocurrió, como recordarán los menos jóvenes, en los años ochenta, cuando tuvimos que llevar a cabo una fortísima reconversión industrial. Lo mismo hay que hacer ahora con el sector de la construcción o el turístico, entre otros. Han de transformarse desde modelos de negocio que en muchos casos son aún artesanales en verdaderas industrias. Como dije aquí en otra ocasión, se trata de mejorar el "modelo" productivo, no de cambiarlo. Eso exige una profunda reforma empresarial, en la que los protagonistas son los empresarios y trabajadores. Pero el sector público ha de ayudar mediante planes que fomenten esa reconversión y la reforma. Planes que también generan déficit público.

La cuarta R es la de la reforma de las instituciones y reglas que rigen la conducta de los agentes económicos, pero también de los actores políticos. Pretender que todos nuestros problemas se arreglen reformando las formas de contratación laboral o las pensiones es un despropósito, reflejo en muchos casos de una cierta pereza intelectual. Los problemas con las instituciones y reglas van más allá del mercado laboral. Una reforma evidente es la de los mecanismos de retribución de altos directivos. Si no se contempla la reforma desde una perspectiva amplia, la percepción de injusticia y agravio bloqueará cualquier avance en este terreno.

La última R es la del reequilibrio de las cuentas públicas. Es de sentido común que no se puede vivir mucho tiempo con niveles elevados de déficit y deuda. El riesgo sería la "portugalización" o "italianización" de nuestra economía, en el sentido en que esos dos países se estancaron a inicios de esta década por su elevado déficit e incapacidad de transformarse. La clave está en que los déficits a corto plazo vayan acompañados de políticas de recuperación, reconversión y reforma creíbles. Y que el reequilibrio afecte tanto a los ingresos como a los gastos. De hecho, hay margen para hacer de los gastos un instrumento socialmente más equitativo y eficiente.

¿Cuál es la estrategia más adecuada para combinar esas cinco R? Los manuales no nos lo dicen. La respuesta pertenece al campo del "arte" de la política. Tiene mucho que ver con el "olfato clínico" de los políticos, con su intuición acerca de lo que en cada momento es socialmente aceptable. Y con su decisión para hacerlo.

Hace falta política. Buena política.

Antón Costas Comesaña es catedrático de Política Económica de la UB.

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