¿No tiene discos cuadrados?
La redacción de la revista vienesa Pult und Takstock pensaba en 1925 -en la introducción a un artículo de H. H. Stuckenschmidt, el amigo y biógrafo de Schoenberg- que la reproducción mecánica del sonido acabaría por imponerse aunque nunca ganaría del todo la batalla "al trabajo manual". La cita aparece en un libro sorprendente y más aún entre nosotros, por más que estemos acostumbrados a que alguna excentricidad maravillosa compense la magnitud lagunar de lo ordinario. El libro se llama La música del vinilo y su autor es José Antonio Sarmiento. Curiosamente, o no tanto, quien me llamó la atención sobre él se dedica al rock y a la fotografía, es decir, que de Remy de Gourmont a Mathieu Briand, vaya dos extremos, pero también de Guillaume Apollinaire a Lou Reed, la provocación funciona en su sentido más positivo, ese que seguramente espera y teme a la vez ese mundo de la clásica para el que este libro seguramente no se escribió. El trabajo de Sarmiento es un repaso por la literatura referida a la reproducción del sonido con fines más o menos artísticos y por la iconografía que ha generado la manipulación de un objeto -no me lo negarán- precioso y su conversión en otros parecidos. Por ejemplo, Jack Goldstein incurre en los dos campos con sus microsurcos de colores: "Quise hacer una película de un hombre ahogándose pero resultó inviable, por lo que terminé haciendo un disco, el cual proporciona la misma experiencia". O R. Murray Schafer, que propone leer, imaginando el giro del vinilo, un poema propio que es toda una declaración de amor: "Soy el sonido que no termina nunca". Como el "silencio sólidamente helado" de Henning Christiansen. Es un poco palmario decir que este libro es un homenaje a los viejos discos que ya no volverán pero sí, también es un homenaje, un impulso hacia la gloria para un invento que comienza con un perrito escuchando la voz de su amo, lo ensartan como en una brocheta -Nam June Paik- y hasta desvían su evolución natural como hace Mauricio Kagel en su El rodeo hacia una más alta subfidelidad. Del fonógrafo que les enseñaba a construir el maestro de Rilke a sus alumnos a la espiral determinista de Janek Schaefer, casi siglo y medio pasa por este libro que es también -en buena medida gracias a la magnífica introducción del autor- una historia lateral del sonido grabado, una mirada a los márgenes de su camino, a la autonomía del continente una vez que el contenido quiso aspirar, igualmente, a esa perfección que no lo es justamente porque depende de aquel trabajo manual del principio. Lo explica muy bien Béla Bartók en su conferencia Música mecanizada. Y a su manera Ramón Gómez de la Serna cuando, a cuenta de los espíritus, dice que el gramófono habla con la nariz y el alma sólo puede por la boca. Y no digamos Karl Valentin preguntándole a la vendedora: "¿No tiene discos cuadrados?" Un libro impagable.
La música del vinilo. José Antonio Sarmiento. Taller de Ediciones. Cuenca, 2009. 390 páginas. 36 euros.
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