Solá, el eterno malo
El argentino se centra de nuevo en el teatro, "la verdad del actor", con la obra Por el placer de volver a verla
"Soy hipercamático. Quiero estar en la cama todo el día, pero mi mujer no me deja", asegura el actor Miguel Ángel Solá (Buenos Aires, 1950). Cuesta, sin embargo, imaginarlo tan inactivo a la vista del tiempo que dedica a su vergel particular: "Necesito saber que todo el entorno lo hago para mí. Los matices que quiero en las plantas para la primavera, para el otoño...". Su casa es enorme, pero, como ocurre en muchos hogares, casi toda la vida de la familia -la completan su mujer, la actriz Blanca Oteyza, sus dos hijas adolescentes, María y Cayetana, y su suegra, la Abu- se concentra en una habitación de diez metros cuadrados. Preside el lugar de reunión un piano que tocan las niñas, pero hay espacio para todo: un ordenador, una guitarra de sus tiempos de músico, facturas y poemas que cuelgan de las estanterías, carteles de cine, revistas de perros (tienen cuatro) o para las manualidades escolares de sus hijas. De su refugio apenas sale para actuar en Por el placer de volver a verla, de Michel Tremblay, con dirección de Manuel González Gil, que protagoniza junto a su mujer en el teatro Amaya de Madrid. "Mi papel es el del autor, el director y el actor principal de una obra que escribe para poder estar un rato con su madre", explica el actor que atrasó el estreno por un accidente doméstico que le obligó a pasar por quirófano. Todo lo que toca Solá se vuelve oro: "Yo no lucho por la fama, lucho para hacer buenas cosas, nada más. El Diario de Adán y Eva, con diez años en cartel, la han visto un millón y medio de espectadores. Y en esta nueva obra estamos teniendo un promedio de 630 personas por función. La gente sabe que no les voy a engañar, que van a ver un buen trabajo".
Considera que aún no ha llegado su personaje en cine y está harto de ser el ogro de los 40 largos en los que ha participado. "Me quieren ver así. Me parece una jugada de la vida que me den siempre papeles de malo. Me he caracterizado por dar el pecho y la cara contra gente mala, en defensa de los derechos humanos en mi país, y me llaman para personajes de la represión argentina, torturadores. Me molesta porque conozco a cómplices de todo a los que llaman para hacer de buenos". En los próximos meses seguirá subido a un escenario. "Ninguna de mis obras ha bajado de los tres años en cartel. Y eso da la posibilidad de buscar todas las aristas de los personajes para expresarlas. Parecen recién horneados y así es como entiendo el teatro, en movimiento. En definitiva, son ellos los que vienen a contarnos una historia, no nosotros. Ni siquiera la cuenta el autor de la obra".
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