Maldita adolescencia
Skaters, surfers, vampiros, monstruos y candados -de Van Sant, Burton, Jonas Brothers, Federico Moccia...- dominan el panorama de libros, películas, series y música para el público juvenil
Nada resume mejor el delicado equilibrio de la adolescencia que la tabla de skate. Quienes practican este desafío saben, como el náufrago, que la tabla es un salvavidas, que la tabla permite desafiar la gravedad y la ley, que la tabla es el primer mandamiento. En Paranoid Park, Gus van Sant logra una de las mejores incursiones en ese mundo esquivo al que vuelve periódicamente para hechizarnos con una sabia mezcla entre lo monstruoso y lo bello que está en la entraña de obras como Mi Idaho privado, Drugstore cowboy o, más recientemente, Elephant y Lost days. Van Sant adopta recurrentemente un plano-secuencia que tiene que ver con este mundo adolescente: la cámara sigue la espalda del protagonista muchos minutos, como diciendo: "Eh muchacho, toma el camino, llega hasta el final del pasillo sin miedo, tienes toda la vida por delante, muchacho". La vida en esos años es, a menudo, unos padres divorciados, una novia tonta, un sitio de comida rápida, un temor a salir del armario y sobre todo la tabla y esa cueva del dragón que, en el centro de cualquier ciudad del mundo, en cualquier Paranoid Park, gobierna un grupo de desarraigados que hacen skate, toman drogas y se suben a los trenes en marcha.
Tim Burton apura la posproducción de 'Alicia', el gran espejo en el que se refleja todo esto
Alex, protagonista de Paranoid Park, también se subió a un mercancías en una ciudad portuaria como Portland y se encontró, como suele ocurrir a esa edad, con el monstruo en persona. Pero no contemos el secreto hechicero de esta hermosa fábula que pasó pidiendo permiso por los circuitos de arte y ensayo y que incluye en su ensoñación dos músicas que inciden en ese estado de eterna insatisfacción e hipnosis llamado adolescencia: la magia de Nino Rotta y la tierna desesperación de Elliott Smith.
Inconscientemente, Paranoid Park nos lleva a otro puerto muy distinto, Inherent Vice, la última novela del reaparecido Thomas Pynchon publicada en Estados Unidos sobre otra de las grandes artes del equilibrio y la adolescencia: el surf. Aunque el detective Doc Sporello tiene algo más del Marlowe de Chandler que de uno de esos Jonas Brothers de la vida, la marihuana, California y el rumor del oleaje acentúan esa marca de la eterna juventud californiana que la música de Beach Boys ilustró con su resaca psicodélica.
Vampiros y
skaters. Digamos que hay una cultura para el consumo adolescente y una pulsión adolescente que busca la complicidad del adulto en la cultura. En el primer caso están aquellos fenómenos que van desde Stephenie Meyer a Laura Gallego; en el segundo, estos eternos alquimistas como Van Sant que todavía rastrean los secretos de la rebeldía sin causa. De un lado, los vampiros; del otro, los skaters emocionales. En nuestros días, la derrota de estos últimos llega hasta la videoconsola con Kurt Cobain convertido en icono del Guitar Hero. Por su parte, que los victoriosos vampiros arrasen lo atestigua la televisión: la nueva perla de HBO, True Blood, está concebida por el mago de la nueva ficción Alan Ball (A dos metros bajo tierra, basada en la saga The southern vampires, de Charlaine Harris, y a grandes rasgos se apoya en la siguiente receta: los vampiros del rural de Luisiana son ya inofensivos desde que han descubierto un gran invento, los comprimidos de sangre sintética inventados por los japoneses, pero alguno insiste todavía en quebrar las reglas de la comunidad y volver a la antigua usanza draculina: el mordisco a la yugular. Otra autora que cultiva el género del mordisco con una popularidad asombrosa es la neoyorquina Claudia Gray, de la que Montena ha traducido ya en el mercado español dos potentes dosis de colmillos: Adicción (nada que ver con aquella bizarra película que Abel Ferrara hizo con un vampiro que leía a Proust encarnado por Christopher Walken) y Medianoche (la hora en que los vampiros salen de marcha).
Recapitulemos. La última vez que su hijo o su hija le han pedido dinero prestado no para comprarse un comprimido de sangre sintética japonesa sino para el último disco de Jonas Brothers, usted probablemente se ha quedado in albis. Podemos tranquilizarle, no se trata de una regresión. La prestigiosa y siempre progresista revista Rolling Stone aparte de dedicarles una portada al grupo (nada raro, también lo hizo con Backstreet Boys o Britney Spears en su momento), incluía su disco (y eso sí que es pecado) entre lo más grande del pasado año, en liza con los trabajos de Dylan, Wilco o TV On the Radio. Airados, muchos lectores de la edad de Willie Nelson cancelaron la suscripción a la publicación, pero otros muchos se subieron al carro de estos mocosos, más jóvenes todavía que los Kings of Leon (también hermanitos) cuando empezaron. Total que los Jonas son hoy material de culto casi para todas las edades y Nick Jonas, que ya es embajador mundial contra la diabetes, quiere ser en un futuro no muy lejano presidente de Estados Unidos.
Pero la palma de todo este puñetero revuelo sentimental, que asquearía a Holden Caulfield (El guardián entre el centeno fue publicado en 1951 cuando estaban de moda el swing, la franela y el whisky con soda), pero que hace frotarse las orejas de contentos a editores y disqueros de medio mundo, se la lleva un autor romano Federico Moccia, que ha conseguido eclipsar a la mismísima Fontana di Trevi con una ferretería sentimental que está haciendo estragos en el mundo: poner candados en el Ponte Milvio, uno de esos puentes que, con menos glamour que Brooklyn o Waterloo, está a punto de ser literalmente cubierto por ese óxido amoroso con el que muchas parejas adolescentes sueñan con vencer el tiempo. Nada de juramentos de sangre, ni vampiros, ni tablas tuneadas de skate o de surf, un buen candado de ferretería (puedes usar el de la vespino o el de la taquilla del cole) y a caminar para siempre unidos hasta el sagrado matrimonio. El caso es recurrente. Federico mandó su primer libro (Tres metros sobre el cielo) y fue estrepitosamente rechazado hasta que con Perdona si te llamo amor rompió todas las predicciones y volvió a aquellos tiempos en que los románticos italianos (Luigi Tenco, Tony Renis, Jimmy Fontana) debatían estas cuestiones en el Festival de San Remo. Los amigos del tocino de cielo pueden también zamparse Tengo ganas de ti, no apto para diabéticos culturales.
Cuento gótico. Pongámonos un poco más serios y dejemos en paz a skaters, surfers, vampiros y candados. En la mesa de novedades de este otoño hay dos lecturas altamente recomendables para ese sector del público que los editores, llevados por su natural pesimismo, engloban el dicho "para todas las edades". De Dave Eggers hemos hablado aquí cuando publicó Qué es el Qué y podemos añadir que es el intelectual de moda en Estados Unidos, con sus revistas McSweeney's y The Believer y sus constantes acciones humanitarias en África. Su nueva incursión que dará que hablar se llama El Monstruo y es un relato fantástico sobre el universo de la infancia que los niños a duras penas entenderán, pero que incide en lo que los psicólogos llaman "desarraigo" y Almodóvar, "mala educación". Un niño de familia disfuncional que sufre la indiferencia de su hermana adolescente, de su padrastro y hasta de su perro se interna un día en el bosque cercano a su urbanización y va a dar a la Isla de los Monstruos, seres que le deparan una fantástica acogida hasta que tanto Max como ellos se dan cuenta de una cosa: ambas partes esperan demasiado del otro, casi como en el amor. Spike Jonze tiene ya la película a punto con guión de Eggers y muchos adolescentes ya empiezan a descolgar el disfraz de lobo colgado detrás de la puerta.
También con muchas credenciales de genio-ligeramente-inadaptado se presenta el francés Mathias Malzieu, que llega a España tras el gran éxito en Francia de La mecánica del corazón, un cuento gótico ambientado en Edimburgo (uno más) que cuenta las andanzas del pequeño Jack que viene al mundo con un corazón estropeado que tendrá que reemplazar por ¡un reloj de madera! Una aventura romántica que va de Escocia a Andalucía con un peso en el alma: el protagonista nunca deberá enamorarse. Malzieu, como Amenábar, pone también música a las andanzas de su criatura puesto que es la voz del grupo Dionysos.
La mecánica del corazón recuerda bastante a La melancólica muerte del chico ostra, del maestro Tim Burton, al que no sabemos bien si culparle de esta oleada de vampiros y novias cadáver; de adolescentes románticos subidos a una tabla de skate que arrecian sobre nuestro panorama editorial mientras él apura la posproducción del gran espejo en el que se refleja todo esto, Alicia en el País de las maravillas, de Lewis Carroll. Yo siempre he pensado que este hombre fue, en su vida anterior, un conejo. -
Paranoid Park. DVD editado por Avalon. Perdona si te llamo amor y Tengo ganas de ti, de Federico Moccia. Planeta. Jonas, de Jonas Brothers. Universal. Monstruos, de Dave Eggers. Mondadori. La mecánica del corazón, de Mathias Malzieu. Mondadori. Canal + emite desde septiembre la segunda temporada de True Blood (Sangre fresca). Alicia, de Tim Burton, se estrenará en España el próximo mes de marzo.
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