Lugar de la poesía, lugar de la traducción
Clara Janés (Barcelona, 1940) vive en Madrid en un séptimo piso en el que la luz tiene vida propia. La escritora, que ocupa esa casa desde 1983, dice que durante años se levantó al amanecer. Era el momento de la poesía en una espartana habitación en la que todavía sigue escribiendo versos, pero a la hora que sea: el insomnio trastocó sus costumbres. La estancia, no obstante, sigue siendo la misma: una cama, una mesa casi vacía, una colección de fósiles en la pared y una única estantería que atesora los libros de Vladimir Holan, sus propios libros y los cuadernos de espiral que contienen sus diarios. Empezó a escribirlos con 15 años y ahora se afana en pasarlos a limpio: "No sé si se publicarán", explica. "Algunos ya los quemé en la caldera de la calefacción de mis padres, en Barcelona. Ahora solo destruyo los que creo que pueden hacer daño a alguien". Esos cuadernos contienen sus anotaciones sobre sus amigas María Zambrano y Rosa Chacel. O sobre Eduardo Chillida en los años en los que el escultor y la autora de Kampa trabajaron en un libro conjunto. Uno de sus grabados subraya la geometría de la pared blanca.
El vacío de la habitación de la poesía contrasta con el abigarramiento de una sala contigua, amueblada con tres ordenadores, un escáner y una mesa redonda que fue de su padre y a la que Clara Janés se sienta para traducir. Sobre ella, ahora, el original persa de un libro sufí en torno al lenguaje de los pájaros: 6.000 versos cuya primera versión escribe siempre a mano. Como la poesía. Irán es uno de los polos de la labor como traductora de la poeta barcelonesa. El otro polo es Praga, más aún, la isla del río Moldava en la que Holan vivió recluido. Si los libros del autor checo ocupan una de las estancias, su foto, aislada, preside el escritorio de la otra. El resto son libros, diccionarios, fotografías y cuadros de su hija, de Eugenio Sempere o del propio Chillida. Janés -que acaba de publicar Viaje a los dos Orientes (Siruela) y ultima un poemario que aparecerá en otoño, Peregrinaje- dice que no tiene manías a la hora de escribir. Cualquier sitio es bueno: aeropuertos, hoteles, estaciones. "Las distracciones están en Madrid", afirma. Su pasión oriental la llevó a fabricar, de adolescente, una troupe de marionetas japonesas. Mientras las saca, impecables, de una caja que guarda en el pasillo, se lamenta de que la casa sea pequeña. Ya no le queda espacio para más libros. Así pues, cada tanto manda unos pocos al trastero y anota los títulos en el ordenador para localizarlos: "Es complicado decidir qué conservas, pero estar vivo es eso".
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