¿Por qué seguimos siendo tan salvajes?
La crueldad colectiva con los animales sigue divirtiendo a muchos españoles - Los ayuntamientos financian tradiciones supuestamente ligadas a mitos de fertilidad y hombría
Los españoles suelen presumir de cómo ha avanzado el país en pocos años o, como se decía, que Europa ya no acaba en los Pirineos. A esta vanagloria contribuye sin duda el reconocimiento en el exterior del cambio hacia el civismo y la modernidad. Salvo en ciertas fiestas populares, en las que miles de animales siguen siendo torturados en una extraña diversión colectiva, muchas veces pasada por el alcohol. Tradiciones que algunos municipios ya han suavizado o erradicado, pero que perviven en nombre de una dudosa cultura en muchas otras localidades.
Cuando se trata de mantener las tradiciones más bárbaras, no gusta que el extranjero mire, ni opine, ni critique. ¿Qué sabrán ellos? Y los lugareños son capaces de apalear incluso a los paisanos si muestran su repulsa hacia esos espectáculos.
La presión ha hecho retroceder el salvajismo, pero perviven casos
Algunas prácticas, una vez prohibidas, se extinguieron en la clandestinidad
Algunas fiestas carecen de historia: no tienen más de 30 años
Los gallos estaban relacionados con la masculinidad en la cultura cristiana
Las bestias son chivos expiatorios de la sociedad, dice un antropólogo
Muchos diferencian la corrida, regulada, de estas fiestas más fáciles de abolir
Tordesillas, Coria y Medinaceli mantienen festejos crueles con el toro
Esta misma semana, los famosos alanceros de Tordesillas (Valladolid) han dado muerte a Valentón, un toro que bajó acosado por las calles del pueblo, cruzó el puente sobre el Duero y escapó campo a través. Eso creía, pero allí lo esperaron las lanzas, que lo atravesaron hasta que le dan muerte. Confrontar lo ocurrido cada año con la versión de los matarifes es en vano, porque no permiten que los foráneos se acerquen al toro ni lo fotografíen cuando le dan la puntilla, ni cuando lo trasladan en un camión, ya sin rabo, de nuevo al pueblo.
Los grupos ecologistas creen que ha llegado el momento de plantear este asunto como una cuestión de "dignidad nacional" y dejar "de hacer el ridículo", pero saben que lo que tienen enfrente no es sólo la sacrosanta tradición sino también el interés de las autoridades, el negocio de la fiesta.
El maltrato no distingue animales. Cuando acaba la celebración hay gallos decapitados, gansos descoyuntados, plumas, cuernos, sangre, fuego, vísceras, cerdos, cabras y burros estresados; todos ellos han contribuido a perpetuar antiguos mitos asociados a la fertilidad y a la hombría, pero en España triunfan los bovinos, da igual que sean torazos de 500 kilos que malhadadas vaquillas que se desangran entre bomberos toreros.
Y triunfan porque en estos encierros, los famosos y los de pueblillos de tres al cuarto, corre el dinero público. "Divertirse con vacas y vaquillas goza de más reconocimiento y protección porque se amparan en las corridas de toros, completamente reglamentadas, y los ayuntamientos dejan dinero en estos espectáculos", dice Theo Oberhuber, de Ecologistas en Acción.
"Porque enfrentarse al toro también se hacía en Inglaterra, pero acabaron con aquellas tradiciones hace mucho tiempo. Y sin embargo, lo que no ocurre en ningún país bananero pasa en España, que sus señorías se ponen a discutir en el Congreso cómo y de qué manera se ha de maltratar a un toro en la plaza", añade Manuel Cases, vicepresidente de la Asociación para la Defensa y Derechos del Animal (ADDA), una de las organizaciones con más solera en este campo.
Los ecologistas dicen también que muchos de estos espectáculos no tienen más tradición que 30 o 40 años. Son pocos los que se remontan siglos atrás. "Cada vez hay más rechazo social, pero al final es una cuestión que depende de los ayuntamientos", asegura Oberhuber. Y ¿cómo esperar que un ayuntamiento tome la iniciativa de prohibir estos festejos que ellos mismos subvencionan e incluso pagan por completo?
En los pueblos pequeños no hay alcalde que se atreva a contrariar al pueblo en sus fiestas. Y los que las rechazan, callan. "Y los partidos políticos mayoritarios siempre juegan a lo mismo: cuando están en la oposición prometen una ley nacional contra el maltrato animal, pero cuando llegan al Gobierno ya no se acuerdan", lamenta Manuel Cases.
Los defensores de estos festejos suelen dar respuestas que se caen por su propio peso. "También comemos carne y matamos para eso" o aquello de "el que no sea de aquí, que no opine"; pero otros enarbolan la bandera de la tradición como un legado precioso que no puede perderse.
¿Lo justifica todo la tradición? "La tradición es la cultura de los pueblos, por eso se rebelan cuando les quieren desposeer de ello", dice el profesor de Antropología Social de la Universidad de Extremadura Javier Marcos. Y añade: "España ha sido un país rural y campesino donde los animales siempre han estado muy presentes. Cada uno de ellos tenía un valor simbólico, por ejemplo, los gallos en la tradición judeocristiana estaban muy relacionados con la masculinidad. Casi todos estos festejos tienen valor genésico, reproductor, de fertilidad". Este profesor, que imparte clase de Etnografía Regional, opina que las tradiciones van cambiando, pero lo hacen poco a poco, y cree que hay que respetar las leyes, pero no está a favor de que desaparezcan las tradiciones, prefiere dulcificarlas como una "respuesta adaptativa al progreso".
Y se suma a aquellos que defienden que "lo que es cultura o no, no se puede decir desde fuera de los contextos en que suceden las cosas, deben valorarse desde dentro, desde las propias culturas locales; las cosas no se cambian con decretos, mire lo que pasó con el carnaval, que estuvo prohibido y ha resurgido con toda la fuerza". Marcos dice que "la agresividad hacia los animales ha sido siempre universal".
Sí, pero lo que sorprende que las gentes se divierta con ello. Nadie que pasea en barca cogería un ganso que nada a su lado y le retorcería el cuello sin más. Pero en las fiestas de Lekeitio (Vizcaya) las cuadrillas disfrutaban cuando el cuello del ganso crujía o se desgarraba hasta separarse del cuerpo. Ahora lo hacen con animales muertos.
Parece que el contexto en que se celebran estos acontecimientos tiene su relieve. Lo explica el antropólogo Javier Marcos: "La gente se divierte por varias razones que confluyen. Es, por un lado, una tradición ligada a un contexto determinado, a un ritual, que sólo ocurre una vez al año y eso lo convierte en algo excepcional; sería criticado y combatido si se hiciera fuera de ese espacio y ese tiempo. Por otro lado, estos animales a los que se maltrata son chivos expiatorios a los que simbólicamente se les ha cargado con los males sociales, económicos, de tal forma que la sociedad metafóricamente se purifica atribuyéndole el mal al animal. Con ciertas reservas, también podría afirmarse que estos festejos representan el triunfo de lo racional, de lo humano, sobre la bestia, lo salvaje e incontrolado; es el dominio de la cultura y de lo doméstico sobre cierta anarquía o caos, que representa el animal", menciona Marcos.
Por último, cita dos características ya ligadas al mundo actual que propiciarían, a su parecer, el mantenimiento de estos espectáculos siglo tras siglo: "A la gente le gusta lo morboso, lo impactante, y se están reproduciendo modelos de la sociedad más vigente, es decir, la violencia, los dominantes y los dominados, una violencia que ni justifico ni legitimo", advierte.
La tradición sin más no convence a muchos: "También era tradición ir a la aldea vecina, matar a los hombres y violar a las mujeres", reflexiona el neurocientífico Alberto Ferrús, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). "Un toro es un mamífero, se parece bastante a nosotros. Claro que sufre, su estructura neurológica está muy desarrollada. Una herida es un trauma para ellos y para nosotros y un proceso de acoso continuado les causa un estrés enorme", asegura. "Y claro que comemos carne, pero para matar a los animales hay que emplear la forma más civilizada posible, o sea, rápida y, si puede ser, indolora", añade.
Ferrús, del Instituto Cajal, explica que cuando un bebé se hace una herida en la yema del dedo su sufrimiento es mayor que si eso mismo le ocurre a un adulto. "Por lo mismo, un toro puede aguantar en pie una herida que a un hombre le dejaría derrotado, pero si le zahieren durante un buen rato se debilita y sufre igual, sólo hay que ver la sangre que pierden", dice.
Si los animales sufren más o menos como lo harían los humanos, ¿por qué la gente se divierte con ello? "Eso no es más que un atavismo primitivo y vandálico".
Es posible, pero en España parece que coleccionamos atavismos vandálicos. Y que los mantenemos siglo tras siglo. "Somos bárbaros por nuestra historia, pero también porque hemos tenido gobiernos muy permisivos que han tolerado todo esto. ¿Por qué no hacen un pacto para erradicarlo?", se pregunta Manuel Cases, de ADDA. No sabe por qué en España ha ocurrido esto desde siempre. "Es cosa de nuestra historia".
Pero incluso para demostrar que la historia y la tradición puede cambiarse sirven como ejemplo también estos pueblos que han puesto fin a la barbarie. En Muñana, un pueblillo de Ávila, los bisabuelos recuerdan las carreras de gallos, donde los quintos que se tallaban para ir al servicio militar demostraban su bravura. Ya no eran niños, sino hombres. A lomos de un caballo al galope arrancaban las cabezas a los gallos vivos que colgaban por las patas de un soga en alto. "Hace unos 15 años se dejó de hacer y hoy sólo lo defienden entre los jóvenes, los que son más cromañones", dice una chica que oculta su nombre. Cuando les prohibieron tan edificante jueguecito algunos desfogaron su rabia organizando las carreras de gallos en fincas privadas, lejos de los tricornios. Pero eso se dejó de hacer. "Se sustituyeron por carreras de cintas, que es lo mismo, pero tiran de unas cintas colgadas de carretes. Las cintas tienen mensajes, chorraditas, con humor", dice esta muchacha. "Los quintos de ahora ya no lo hacen, entre otras cosas porque les da asco", añade. Las cintas, sin embargo, siguen con éxito.
Las carreras de gallos han sido tradicionales también en algunos pueblos de Cáceres, como en Salvatierra de Santiago, pero se esfumaron a mediados de los setenta. Y no ha pasado nada.
Quizá estas tradiciones se extingan cuando los quintos y otros más mayores no sientan necesidad de demostrar esa suerte de hombría. Quién sabe.
En Manganeses de la Polvorosa (Zamora) hace años que se dejó de tirar la cabra del campanario, que ha sido sustituida por un muñeco de trapo y unos fuegos pirotécnicos sin que la fiesta haya perdido mucho vigor, a decir de algún vecino. También hay poblaciones en el norte que han sustituido los infelices gansos por sacos y la diversión continúa. Y algunos pueblos, como el extremeño de Villanueva de la Vera, sucumbieron a la presión de los protectores de los animales y tuvieron que demostrar año a año que no se maltrataba ni se mataba al burro que sacaban en procesión por las calles.
Los ecologistas tienen la mirada puesta en tres fiestas con toros especialmente arraigadas que repudian: el de la Vega, en Tordesillas (Valladolid), el de Coria (Cáceres) y el de Medinaceli (Soria). Pero por toda España se sacan astados a la calle, se corren encierros, se les prenden teas de fuego sobre la testuz, se les ata con sogas, se les alancea o banderillea sin cuento. "Muchas de las personas que están en el mundo del toreo repudian estos festejos", asegura Manuel Cases. ADDA siempre ha diferenciado las corridas de toros del resto de las tradiciones con animales, "no por la crueldad, que puede ser parecida, sino por las posibilidades de erradicar unas y otras".
Algunos de los eslóganes que usan los conservacionistas para combatir estas fiestas recuerdan a los lugareños que no tienen ni biblioteca y hablan de maltratar a un animal como forma de preservar la cultura. Pero no calan. "El ritmo al que se están extinguiendo estos espectáculos es muy lento, sobre todo cuando se trata de toros", dice Theo Oberhuber, de Ecologistas en Acción. Y aunque no parezca fácil enfrentarse a una multitud enardecida por la fiesta y las más de las veces por el alcohol, suelen respetar los mandatos de la autoridad competente. Así han cesado algunas aberraciones que no tenían ni la gracia de ser tradición.
Así y con la presión de los grupos por la defensa de los animales, que sin mucha ayuda se manifiestan año tras año en los pueblos más polémicos. No les falta valor; en algunos casos, como ha ocurrido en Tordesillas en ocasiones, el autobús que los transporta lleva escolta policial y suele haber más agentes que el día de la fiesta, cuando ya el alcohol hace estragos y no hay quien se atreva a meter la jeta en ese avispero.
El PACMA es el partido Antitaurino contra el Maltrato Animal. Se han convertido en la séptima fuerza política en la circunscripción madrileña. Y siguen en su lucha. El día 20 de este mes se adherirán a una manifestación convocada por un colectivo regional en Algemesí (Valencia) contra las becerradas. Dos días más tarde, el 22, y también el 24, nada impedirá que los más bravucones empleen sus peores artes taurinas con las vaquillas. Y luego le tocará el turno a otro pueblo, y luego a otro. Al pueblo le llegó el pan, pero no quiere decir adiós a la charlotada.
Entre el rechazo y la admiración
- Corridas de toros. Una encuesta de 2006 elaborada por la empresa Gallup reveló que el 72,1% de la población en España afirma no tener ningún interés por los espectáculos taurinos. Este desinterés lo demuestran sobre todo las mujeres, con un 78,5%, y las personas con edades entre 15 y 24 años, 81,7%.
- Caza del zorro. Las famosas cacerías se prohibieron en el Reino Unidos, pero los ecologistas dicen que no están extinguidas del todo, por la permisividad legal.
- Legislación. Las comunidades tienen sus propios reglamentos sobre los espectáculos que se celebran en sus territorios. Son todas ellas ambiguas y permisivas. Sólo en Canarias no se celebran, pero porque no hay tradición. En cambio "hay peleas de gallos", denuncian las organizaciones de defensa de los animales.
- Tradición. Los países anglosajones han tenido más respeto a los animales tradicionalmente, sostiene el antropólogo Javier Marcos, algo que no ha ocurrido en España.
- Dinero. La Fundación Altarriba calcula que sólo en festejos taurinos la Comunidad de Madrid gastó en 2006 unos 500.000 euros.
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