No sé qué ponerme
Cualquiera que me conozca sabe que no soy dada al chovinismo. Pero admitámoslo: a nuestras fiestas no las gana nadie a abiertas y acogedoras. Aquí todo el que viene es bien recibido. ¿Que igual se le recibe tirándole harina y huevos y poniéndole como un Ecce Homo? Pues sí, es cierto, pero no lo hacemos por maldad o desprecio, sino al contrario: en Bilbao rebozamos al extranjero con cariño, para que se sienta admitido como uno más. Como si le dijéramos: "Mira, últimamente hemos cogido la costumbre de reunirnos multitudinariamente, rebozarnos unos a otros como si fuéramos rabas o gambas en gabardina, y dejar todo el recinto festivo hecho una guarrada. Y como esto va camino de convertirse en una tradición, te vamos a poner perdido, para que te sientas integrado y participes". Y el extranjero lo agradece, se alegra un montón y tira también unos cuantos huevos para celebrarlo.
En otros sitios eso no pasa. Hay lugares en los que, si no conoces a los nativos, andas más perdido que Falete en Naturhouse. Los extranjeros vagan por las calles como pollos sin cabeza, sin saber dónde ir y, si tienen un familiar, quizá les lleve a alguna caseta, pero luego parecerá que le deben la vida. ¡En Bilbao no necesitamos familiares; aunque hayas nacido en un huevo Kinder te cuelas en cualquier lado!
Y con la ropa, igual. Hay ciudades superexquisitas y estás todo el día agobiada: "Que no sé qué ponerme; esto no va con esto otro..." Aquí eso no es problema. Las propias pintas de Marijaia ya dicen: vete como quieras, porque peor de lo que voy yo va a ser difícil. Y eso relaja mucho. Tanto que un amigo mío, Fito, se ha hecho un disfraz de galáctico con un protector solar de coche, de esos plateados. Se rodea el cuerpo con él, lo ata con un cinturón, ¡y a las txosnas, a bailar! Claro, a medida que baila, el disfraz se va cayendo, pero no es problema; vuelve a subírselo y dice que es un modelo "palabra de honor". En cualquier otro lugar le detendrían y se lo llevarían atado. Bien, pues en las txosnas está triunfando y todo el mundo quiere bailar con él y sacarse fotos. Y es que no es chovinismo, créanme; es que somos muy abiertos.
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