Un filólogo entre burbujas
Henrike Knörr es uno de los grandes expertos en onomástica vasca, tras haber aprendido euskera en Salamanca
Catedrático de Filología Vasca, bisnieto de uno de los introductores de la cerveza en Álava, hijo y sobrino de los creadores de los refrescos Kas, llegó a la filología por azar, invitado por Koldo Mitxelena, porque lo suyo era en realidad era la Filosofía pura. Ahora, antes de marcharse un año a Estados Unidos como profesor invitado con el fin de escribir un libro, mantiene su trabajo en la comisión de Onomástica de Euskaltzaindia y sus clases en la UPV, sin olvidar sus pasiones en busca de textos singulares en lengua vasca. Como el vocabulario vasco-islandés del XVIII que analiza en un reciente artículo, mostrando la estrecha vinculación de los pescadores vascos con la lejana isla.
Cuando Henrike Knörr (Tarragona, 1947) cuenta su mundo de identidades compartidas (entre alemana, vasca, catalana y castellana) Europa se vuelve más cercana, menos cantonal, como si la vinculación entre sus territorios y sus habitantes estuviera por encima de las fronteras de los estados y pendiente de otras referencias. Por ejemplo, la cerveza. Al fin y al cabo, fue la elaboración de esta bebida la que permitió el asentamiento en Álava del bisabuelo del actual catedrático de Filología vasca de la Universidad del País Vasco.
Es una historia literaria, con final feliz, y episodio dramático incluido. El bisabuelo Knörr llegó a Vitoria en el siglo XIX, huyendo de los conflictos que vivía Centroeuropa. "Estaba trabajando en La Azucarera y un vitoriano se enteró de que había llegado un alemán a la ciudad y que le podía ayudar a fabricar cerveza. Así que acudió donde el alemán y le dice: 'Si usted me ayuda a hacer cerveza, le doy a una de mis hijas'", recuerda Knörr. "Tampoco hay que extrañarse, eran costumbres de la época, frecuentes en toda Europa".
Y así fue, con la salvedad de que aquel bávaro natural de un pueblo cercano a Baden-Baden no se quedó con la joven que prefería. "Cuando fue a reclamar su parte del trato, después de que le había ayudado con la bebida, el alavés le presentó a sus dos hijas. El alemán eligió una, pero ésta respondió: 'Antes que casarme con él, me meto monja', lo que cumplió. Mi bisabuelo se acabó casando con la otra hija", concluye. Aquel Knörr se hizo alavés, pero nunca perdió los vínculos con su tierra natal, tanto que las ramas alavesas y alemanas se reúnen cada cuatro años para revitalizar sus vínculos.
Luego está la relación con Cataluña por parte de madre, natural de un pueblo del interior de Tarragona, donde Henrike vivió sus primeros años hasta que la familia regresó a Vitoria, después de un periplo que también incluye Algeciras. La familia Knörr mantenía la actividad cervecera que había emprendido el patriarca. Y aquí llega el segundo hito vinculado con la bebida de esta familia, que en parte se ha inclinado por las letras, la música y otras actividades en principio poco burbujeantes.
Porque fueron las burbujas las que marcan el éxito de los nuevos productos de los Knörr. "Mi padre y sus hermanos deciden hacia 1955 que es una buena idea completar la oferta de cerveza y gaseosa con refrescos de naranja y limón. También hicieron un refresco de cola, que se llamaba Kaskol, y por último una bebida fantástica, el Bitter Kas, un gran descubrimiento".
Henrike Knörr introduce en este momento su primera referencia, aunque indirecta, a la Filología: "Como me reconocía la viuda de mi maestro, Koldo Mitxelena: 'Antes, no sabía qué beber a la hora del aperitivo que no tuviera alcohol, pero con el invento del Bitter Kas, problema resuelto".
Y también aparece una mención a la Onomástica, la otra de las actuales dedicaciones de quien se licenció en Filosofía Pura. "El nombre del refresco fue lo más difícil de encontrar. Después de manejar muchos términos, a mi tía Blanca se le ocurrió poner la K del apellido delante de "As", el nombre de la gaseosa que elaboraba la familia; y de ahí surgió "Kas". En pocos años, el refresco de Vitoria se convirtió en una de las bebidas más populares del momento.
Poco a poco, Henrike Knörr se acerca a su actual dedicación, que tampoco es fruto de un plan meditado. "Cada uno encuentra su vocación por azar", llega a decir en algún momento de la charla. El joven vitoriano había estudiado Filosofía en Salamanca, donde también se inició en el euskera, como tantos otros jóvenes vascos de su generación. Podía haberse inclinado por el catalán, que hablaba con su madre, pero apostó por el camino más difícil.
"Yo creo en el esfuerzo, pero también reconozco que he tenido la fortuna de convivir con los pesos pesados de la cultura vasca: Julio Caro Baroja, Odón de Apraiz, Koldo Mitxelena, José Miguel de Barandiaran, en cuya casa de Ataun viví mes y medio... Eso es como una lotería. A mí, con estas relaciones ya me ha tocado el gordo", afirma. "Más de una vez he reconocido que me considero un enano en hombros de gigantes".
Ahora se marcha un año a Estados Unidos, a estudiar, impartir conferencias, y preparar un libro sobre onomástica que recoja todos los estudios que ha ido publicando a lo largo de los años en revistas científicas sobre la materia. "Me apasionan los nombres de lugares y personas, sus variantes a lo largo del tiempo, su grafía. A eso me voy a dedicar este próximo año".
Llegará justo a tiempo, en el verano de 2008, para el encuentro con los Knörr de Baviera, que en esta ocasión se celebra en Vitoria.
Las críticas del ayudante de Mitxelena
Henrike Knörr, recién licenciado en Filosofía, ingresa en la cárcel durante un año por repartir propaganda. Son los primeros años setenta y el joven vitoriano se encuentra con las puertas de los institutos cerradas; ahí comienza, sin el pretenderlo, un camino que le llevará a la Filología.
"Empecé a dar clases en una ikastola de Gernika y luego en Olabide, en Vitoria. Entonces, hacia 1978, Mitxelena vino desde Salamanca para crear la cátedra de euskera y me llamó para que trabajara como ayudante. De este modo, en lugar de seguir el camino de Filosofía pura, comencé a trabajar en la tesina y en la tesis sobre Filología vasca", explica el hoy catedrático. "Pero nunca me he inclinado por la barbarie de la especialización; sigo leyendo de todo", añade. Y reflexionando sobre la actualidad más allá del ámbito académico.
No está satisfecho con el momento que vive la lengua vasca. "Me gustaría que nos pareciéramos a Escandinavia, donde la gente habla su dialecto, su lengua estándar, las lenguas vecinas y, luego, inglés, alemán, francés...", declara. "Creo que nuestro pequeño país ha fracaso en la normalización del euskera", añade, a sabiendas de que entra en un tema tabú.
"Después de tantos años y tantos esfuerzos, el uso no aumenta, y hay un desapego tremendo hacia la lengua, la cultura y el país". Knörr considera que "es más importante que el euskera sea necesario, y no que sea obligatorio". Pone un par de ejemplos: "La literatura en euskera está en unas cifras risibles; y ETB es un auténtico fracaso". Y recuerda una frase de Federico Krutwig, que decía que "hace más por una lengua Sofía Loren que la pastorcilla Bernardette de Lourdes". "La gente busca modelos, y el arrastre de piedras, los segalaris y la pelota no me parecen incentivos para elegir un canal de televisión".
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