Un tipo con agallas
Eric Ullenhag tiene 38 años y es ministro de Integración en Suecia. En su trabajo se ocupa de las minorías: uno de sus desafíos es intentar facilitarles las cosas a los 50.000 gitanos que viven en su país. Es abogado, parlamentario desde 2002 y ha sido secretario general del Partido Liberal Sueco. Un día estaba haciendo las maletas con su mujer para irse a vivir a Jerusalén, donde le habían ofrecido a ella un excelente trabajo. Sonó el teléfono. Vaya, lo acababan de nombrar ministro.
¿Qué hacer? Pues realizarse como personas, tal como establecen los cánones: ella en Jerusalén; él, en el ministerio. ¿Y los críos? Decidieron que mejor se quedaban en casa. Eric Ullenhag se ocuparía de ellos, de sus hijos de dos y seis años. Así lo ha hecho, y de ahí procede su fama. Es en Suecia el superpadre. Un tipo con agallas que ha logrado hacer compatible la vida personal con una responsabilidad en el actual Gobierno. Se ocupa de los gitanos, por ejemplo, pero también del paro. Su cargo incluye el de viceministro de Empleo, un auténtico marrón en medio del infierno de la crisis.
Las cosas ya no son lo que eran. Si fuera cierto lo que se cuenta en la última película de los hermanos Coen, que tanto ha bailado en la noche de los Oscar, en el Lejano Oeste un tipo con agallas era más bien el que manejaba con rapidez la pistola, bebía mucho whisky, arrastraba un pasado turbulento a sus espaldas y, de acuerdo, le echaba arrojo a las situaciones difíciles.
Hoy una situación difícil ya no es meterse en el territorio de los indios para perseguir a un asesino. Lo complicado es poder ocuparse de los propios hijos. Más aún: lo verdaderamente heroico es tener vida personal. Y mucho más si uno es ministro. Se nos ha transmitido de ese oficio que lo realizan unos servidores públicos que trabajan 25 de las 24 horas que tiene el día. Quizá, entonces, el verdadero mérito de Eric Ullenhag no sea tanto el de ser un superpadre (que no está mal) como el de haber encontrado tiempo para sí mismo en ese tipo de empleos en el que se dice que nunca hay tiempo para nada. Cuestionar un sistema que ha hecho del trabajo una religión que todos han de profesar, ese es su verdadero mérito. Haber demostrado que, de verdad, no es para tanto.
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