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LA COLUMNA | OPINIÓN
Columna
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Un nuevo sujeto político

Josep Ramoneda

El año 1968 representó la aparición de la juventud como nuevo sujeto político. De Tokio a Berkeley, de México a París, de Milán a Praga, un sinfín de movilizaciones antiautoritarias, cada una de ellas con sus peculiaridades locales específicas, dieron cuenta de que el aumento de la esperanza de vida daba coherencia social y significación política a una franja de edad a la que hasta entonces no se le habían atribuido intereses propios: los jóvenes. Aquellos jóvenes, al meter una cuña en las viejas estructuras culturales y morales de las dos culturas de la guerra fría, abrieron la transición liberal que culminaría con el hundimiento de los sistemas de tipo soviético.

Ahora, las revueltas árabes de 2011 es probable que queden para la historia como símbolo del momento en que nació otro sujeto político: las redes sociales. Con la clase obrera fragmentada en grupos de intereses diversos y, a menudo, contradictorios, con los valores de la burguesía desvencijados por la arrogante hegemonía del poder financiero, se venía buscando un nuevo sujeto de cambio. Ya está aquí.

Un nuevo modo de producción -la sociedad de la información- necesita nuevas formas políticas. La crisis ha acabado con la utopía del fin de la historia, de la superación del conflicto y de la inutilidad de la política. Y han aparecido estos nuevos sujetos políticos que identificamos como redes sociales. Empieza otro flirteo entre lo nuevo y lo viejo que cristalizará en nuevas formas de institucionalización.

No estoy haciendo pronósticos sobre el destino de las revoluciones árabes. En Egipto, técnicamente lo que tenemos es un golpe de Estado incruento que ha llevado a una junta militar a asumir todos los poderes. Las primeras promesas son esperanzadoras: nueva Constitución, nuevas elecciones. Pero Mohamed Tantaui, el líder de los militares, es un hombre involucrado en el régimen anterior hasta las cejas. ¿Será el buen traidor, como fue el rey Juan Carlos entre nosotros, o será el encargado de cambiar lo mínimo para que no cambie nada? La explosión ha llevado las reivindicaciones sociales a la calle, lo que puede tensar las cosas. El estado de revuelta es por definición provisional. El día después siempre lleva consigo limitaciones y frustraciones. Pero la irrupción de las redes sociales como motor de cambio es ya irreversible.

Naturalmente, el primer problema que aparece es cómo traducir la indignación de las redes sociales en proyecto político. Y todo el mundo está pensando en qué partidos políticos asumirán la representación de la revuelta. El propio El Baradei ha pedido a los militares que retrasen las elecciones para dar tiempo a crear los partidos que Egipto hoy no tiene. Pero la cuestión es: ¿pueden salir de las redes sociales partidos como los que conocemos? ¿O tenemos que empezar a pensar en organizaciones de otro tipo más permeables, menos cerradas y, por tanto, menos abocadas a la obediencia incondicional y a los incontrolables manejos de los aparatos? Todo nuevo sujeto político es portador de una utopía. En este caso, quizá el defecto utópico esté en la forma de organización.

Las informaciones de Wikileaks sobre el enriquecimiento de los autócratas árabes han sido uno de los catalizadores de las protestas. En contra de lo que dice el simplismo occidental, las revueltas no tienen tanto que ver con la miseria y la desesperación como con el deseo de los ciudadanos de disponer de sus vidas y de acabar con la humillación sistemática a la que les someten Gobiernos indecentes. La estrategia de las redes sociales ha ido directamente al objetivo: descabezar el régimen, sin perderse en rodeos por las vías tradicionales del antiamericanismo y del antisemitismo. Lo cual es una relevante novedad en el mundo árabe. Las líneas fronterizas de los combates ideológicos están cambiando.

Las redes sociales significan la multiplicación y la propagación de la información hasta límites insospechados. Es una nueva cultura que mezcla la relación punto a punto -el individualismo, la gran conquista de la modernidad que ha llegado a amenazar la misma idea de sociedad en los últimos años- con la realidad de una conexión constante, creativa y amplificada con los demás. Este fenómeno transversal que son las redes rompe la sumisión al Uno que, como explicó La Boétie, ha conformado la servidumbre voluntaria y la cultura del miedo que tiene atrapados a los ciudadanos. Todo lo oculto puede disolverse con los rayos de las redes sociales. Esta es la gran arma y el gran problema. ¿Se lo van a permitir? ¿Se lo podrán impedir? No hay consolidación de un nuevo sujeto político sin confrontación.

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