El hervidero tras los atentados de Bombay
Bombay (que hubo de pasar a denominarse Mumbai a causa de las presiones de los fanáticos hinduistas) quedará grabado en la memoria de la humanidad. Tras los atentados allí ocurridos, hay que resaltar dos factores. Uno, el terrorismo de los fundamentalistas islámicos está a la ofensiva. Dos, no habrá solución al gigantesco arco de crisis que va desde el Mediterráneo oriental (Palestina) hasta el Mar de China, pasando por Afganistán, hasta que se produzca un acercamiento real entre India y Pakistán. Tal acercamiento no será del todo genuino mientras no se reduzcan de modo significativo las tensiones interestatales y la conflictividad generada por actores no estatales.
Sin embargo, el yihadismo no debe combatirse al grito de "van contra Occidente". Es obvio que una minoría militante de musulmanes, imbuidos de "guerra santa", pretende asaltar Occidente. Pero los eslóganes simplifican y caricaturizan la realidad, esconden los matices y pueden estigmatizar a toda una cultura o civilización. Hay que evitar que el otro lado reaccione simétricamente con un "van contra Oriente".
Es crucial que EE UU y Europa cooperen para consolidar en Pakistán un poder civil y democrático
Asia meridional es un hervidero de tensiones y conflictos. Allí se concentra la mayor población musulmana del planeta, a propósito de la cual debemos hacer todo lo posible para que, colectivamente, nunca lleguen a deducir que "vamos a por ellos". En este marco, la conflictividad interestatal más peligrosa es la indo-paquistaní a causa de Cachemira -que ambos disputan- pero también a causa de Afganistán. Hay que resaltar que el nuevo presidente paquistaní, Ali Zardari, está haciendo claros gestos de paz hacia India, uno de ellos muy importante un par de días antes de la matanza de Bombay. Apartándose de la tradicional doctrina nuclear de Islamabad, Zardari proclamó que Pakistán nunca sería el primero en utilizar el arma nuclear en caso de guerra. Reiteró además su propuesta de propiciar un tratado de no proliferación nuclear en Asia meridional, que no tiene visos de prosperar, debido, precisamente, a la oposición de Nueva Delhi, que no se fía de China, otro de los Estados conflictivos y la mayor potencia nuclear de esa parte del mundo.
Cachemira no es el único contencioso entre uno y otro Estado: Afganistán también los enfrenta. India extiende su influencia en diversos países de la región, entre ellos Afganistán, donde ha realizado significativas inversiones. Kabul -que considera a Pakistán una de sus mayores fuentes de problemas- aprecia la presencia india. El recelo de Islamabad hacia Nueva Delhi reviste tintes casi paranoicos: sus servicios secretos afirman que la reciente apertura de varios consulados indios en el sur de Afganistán tiene como objetivo favorecer el separatismo en Baluchistán, provincia paquistaní limítrofe con pueblos baluchis del lado afgano.
La conflictividad de actores no estatales está protagonizada por movimientos separatistas y/o terroristas. Debido al reciente y enorme impacto mediático logrado en Bombay, los cachemiros van en cabeza. Pocas dudas caben de que los autores de la barbarie eran militantes de la organización cachemira paquistaní Lashkar-e-Taiba (traducible como Ejército de los Puros, o piadosos). El presidente Zardari afirma que los combate, al tiempo que prodiga señales de amistad hacia India. El problema estriba en que no todo el poder paquistaní hace lo propio. Y, además, las proclamas proindias de Zardari irritan al sector del servicio secreto paquistaní (ISI) que, desde el principio, desarrolla una política autónoma, no sometida al Gobierno (propia de un Estado dentro del Estado), respecto a Cachemira y a los talibán, tanto los afganos como los paquistaníes.
¿Cabe la posibilidad de que unos y otros (Puros e ISI) hayan planeado boicotear la distensión que patrocina Zardari (tanto hacia Nueva Delhi como hacia Kabul) llegando incluso a cooperar en el desastre de Bombay? En cualquier caso, el Gobierno indio no confía en las buenas intenciones del presidente paquistaní. Es consciente de que es muy difícil -mientras no se lleve a cabo una profunda reforma- que Zardari pueda convertir sus promesas en realidades.
Todo indica que en la actualidad tiene lugar en Pakistán un intento serio del poder civil para imponerse sobre el militar, pero no parece que su actual debilidad se lo facilite. La cuestión es complicada, porque no se trata sólo de gestionar la crisis entre India y Pakistán. Las fuerzas -minoritarias, pero cada vez mejor organizadas- que combaten valores acendrados en Occidente, que amenazan la democracia paquistaní, que intentan descomponer a la mayor democracia del mundo, la india, y que pretenden imponerse en Afganistán son diversas, pero muy bien relacionadas entre sí. Y cada vez actúan de forma más coordinada.
La violencia es simple y las alternativas a la violencia complejas, pero merece la pena intentarlo. En el litigio entre India y Pakistán, este último país constituye la parte más débil. La Administración de Obama y la Unión Europea deben aunar esfuerzos para ayudar a Pakistán. Washington y Bruselas tienen ya sendas y sólidas asociaciones estratégicas con Nueva Delhi. Ahora hay que ayudar a Islamabad a que asiente el poder civil y democrático, de modo que pueda controlar a los piadosos, bloquear a sus talibanes y contribuir a combatir a los que operan en Afganistán.
Emilio Menéndez del Valle es embajador de España y eurodiputado socialista.
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