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Entre 'dedazo' y primarias, congreso

En el proceso que ayer culminó con la toma de decisión del presidente del Gobierno de no repetir candidatura en las elecciones de 2012, todo parecía encaminado a producir el más irreparable de los deterioros posibles al gobierno del Estado, a las perspectivas electorales del PSOE y a la confianza de los electores. Más aún, parecía como si estuviera diseñado por los estrategas del Partido Popular (PP), de tanto flancos como dejaba abiertos a la ofensiva contra un gobierno muy limitado en su autonomía para ejecutar políticas propias: centrar la actual campaña electoral en cuestiones que nada tienen que ver con la vida municipal ni con las Comunidades autónomas y ahondar la desconfianza de los electores socialistas, muy irritados ante el espectáculo de una duda carente de la dramática grandeza de ser o no ser, puesto que ya no se era.

El primer congreso que se convoque debe elegir un nuevo secretario general del PSOE

La cuestión hoy, resueltas las dudas, no se refiere al anuncio de una decisión forzada, tampoco a si no hubiera sido mejor, puesto que la tomó, según nos dice, hace siete años, haberla anunciado antes, por ejemplo, al presentarse por segunda vez como candidato, sino a las posibilidades que quedan abiertas para enderezar una marcha que conducía a una estrepitosa derrota. Y a este respecto, una cosa es clara: la incorporación a los estatutos del sistema de primarias para decidir el candidato a la presidencia de gobierno no puede dejar de provocar tensiones en un partido que elige a su secretario general, y le dota de un fuerte poder sobre la organización, en un congreso.

Porque, a pesar del silencio que ha mantenido sobre su futuro como secretario general del partido, la renuncia anunciada ayer abre no solo una crisis sucesoria en la candidatura a la presidencia del Gobierno, sino, lo que es tan importante, un vacío de poder en la dirección del partido: la actual comisión ejecutiva del PSOE tiene ya, como el Gobierno, los días contados. Lo lógico sería que la primera renuncia a la candidatura se complemente a su debido, pero no muy lejano, tiempo con una segunda renuncia a la secretaría general y que, por tanto, el primer congreso que se convoque proceda a elegir un nuevo secretario general que quedaría capitidisminuido si no fuera nominado candidato a la presidencia.

De hecho, esa fue la lógica seguida por Felipe González desde la refundación del PSOE en 1974; y esa fue, punto por punto, la misma lógica de José Luis Rodríguez Zapatero en su camino a la presidencia del gobierno en 2004. Primero, llenar el vacío de poder por el que atravesaba el partido con sus respectivas elecciones como secretarios generales en sendos congresos; segundo, designación -sin primarias- como candidatos a la presidencia; tercero, triunfo en las elecciones.

Esa es, por lo demás, la tradición asentada en la historia del partido, solo interrumpida por las primarias de 1998, que condujeron a la inapelable derrota electoral de 2000 después de un tenso periodo de bicefalia. La lección entonces aprendida puede resumirse en un axioma: este partido no funciona -o al menos, históricamente no ha funcionado- si el secretario general no es, además de cabeza orgánica, cabeza política, ya lo sea, según las situaciones, como candidato a la presidencia, como presidente de gobierno o como líder de la oposición.

Lo cual quiere decir que la tarea pendiente es la recomposición del liderazgo en el partido; tarea ardua, dadas las premuras de tiempo y las nuevas variables de generación y de género que han hecho acto de presencia en las escaramuzas previas a la renuncia del presidente de Gobierno, como si ser de una u otra generación, o ser hombre o mujer, añadiera algún mérito a quienes acarician la idea de presentarse a unas primarias. Sin necesidad de dar la tabarra con la historia, quizá no esté de más recordar que al PSOE lo tuvo paralizado, en circunstancias muy dramáticas y con resultados catastróficos para la República, su división de 1935, consumada en plena guerra civil, entre caballeristas y prietistas; y luego, en fechas recientes, la escisión en la cima entre felipistas y guerristas, que lo tuvo noqueado durante varios años y acabó por abrir de par en par las puertas al Partido Popular.

Por supuesto, nada hay en esa larga historia que marque el camino del futuro; con todo, el orden de los factores, en política, afecta siempre a la calidad del producto. Y en este caso, quizá fuera conveniente tener un oído abierto a una tradición bien asentada en la práctica socialista de poner el carro detrás, y no delante, de los bueyes: un congreso -ordinario o extraordinario, tanto da- que elija un secretario general, y un partido, recompuesto en sus órganos directivos, que designe un candidato a la presidencia.

Los únicos candidatos que, hasta ahora, han logrado dar el último paso y alcanzar la presidencia son los que no pasaron previamente por unas primarias, método de designación muy válido para otra clase de partidos y de sistemas políticos, pero de resultados mediocres, por no decir nefastos, para un partido que, entre dedazo y primarias, puede optar muy democráticamente por un congreso para solventar las crisis de liderazgo.

Santos Juliá es historiador

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