Jugar con fuego
La nueva agresión de Corea del Norte desestabiliza la región ante la pasividad de Pekín
El ataque artillero norcoreano contra la disputada isla surcoreana de Yeonpyeong, junto a la demarcación marítima occidental entre ambos países, señala una nueva y peligrosa escalada del régimen comunista. La refriega -dos muertos y numerosas viviendas arrasadas-, continuación de otras en esas mismas aguas, ha puesto a Seúl en máxima alerta, elevado la tensión en el norte de Asia y suscitado una generalizada condena, encabezada por la ONU. Washington ha recordado su compromiso militar con Seúl y hasta Rusia se ha mostrado inusualmente enérgica. China, actor principal del tablero y único aliado poderoso de Corea del Norte, evita condenar abiertamente a su régimen vasallo.
Pyongyang ha utilizado esta vez como pretexto los ejercicios de tiro surcoreanos en una zona próxima a la del duelo artillero. Pero el aislado régimen norcoreano lleva décadas empleando calculadas provocaciones militares para cobrar notoriedad internacional y ventajas negociadoras, sobre todo en su suprema aspiración de forzar a Estados Unidos a un compromiso de no agresión. Este mismo año, uno de sus submarinos (según una comisión internacional de expertos) hundió una corbeta surcoreana con 46 marineros.
Esa estrategia, asumiendo que nadie fuera de la camarilla gobernante conoce las intenciones de un régimen autista, es parte de la explicación de la renovada beligerancia norcoreana. El régimen trata de cobrar peso con vistas a la eventual reanudación de las conversaciones a seis sobre su programa bélico nuclear -que Pekín considera imperativas- mientras el dictador Kim Jong-il se dispone a traspasar poderes a su hijo más joven, carente de capital político propio, y justo después de que Pyongyang haya mostrado a un experto estadounidense una instalación avanzada para enriquecer uranio que EE UU desconocía, pese a su espionaje permanente. Por segunda vez en tres días, Corea del Norte ha puesto a prueba la política de paciencia estratégica de Barack Obama.
El riesgo de una guerra intercoreana es menor que la posibilidad de que provocaciones crecientes y repetidas acaben fuera de control en la frontera más militarizada del planeta. En este juego siniestro, solo China, valedor de Pyongyang y su escudo ante el Consejo de Seguridad, tiene las cartas decisivas. Pekín es el único poder capaz de impulsar un cambio funcional en Corea del Norte, antes de que su paranoia pueda desembocar en conflagración.
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