Intelectuales y judíos
Por mucho que se haya escrito acerca de la aportación de los judíos a las artes, la ciencia y el pensamiento contemporáneos, el fenómeno siempre será difícil de compendiar debido, precisamente, a su misma amplitud. Lo primero que se suele destacar es el papel protagónico de los judíos en el seno de ese colectivo de tan difusos contornos como es el de los intelectuales, a mitad de camino entre la política y el pensamiento especulativo. La aparición de esa figura, hará unos ciento cincuenta años, vino a coincidir con la del movimiento sionista y, al igual que los miembros de éste, el intelectual solía ser laico y de izquierdas. Ahora bien: tanto los intelectuales en general como los tres nombres concretos que suelen mencionarse para ilustrar el peso de la presencia judía en la Historia Contemporánea -Marx, Freud y Einstein- son sólo una parte del fenómeno. A lo largo del último siglo y medio, los judíos -siempre una exigua minoría respecto a la población total de cada país- han destacado en los terrenos más diversos, empezando por el de la novela (Proust, Kafka) y siguiendo con el del pensamiento (Wittgenstein, Benjamin, Canetti), la pintura (Ernst, Kandinsky) o la composición y la interpretación musical (Mahler, Schoemberg, Stravinsky, Oistrach, Menuhin, Rostropovich), para terminar con las principales ramas de la ciencia. ¿Quién puede abarcar con conocimiento de causa materias tan dispares?
En cierto modo, la propia magnitud del fenómeno tiende a encubrir el aspecto verdaderamente clave de la cuestión, esto es, el por qué ese fenómeno se produce. Una magnitud, por otra parte, que en España no debiera sorprender a nadie si consideramos el papel de los escritores con apellido de cristiano nuevo en la literatura de los siglos XVI y XVII. Antes incluso, si contamos con los autores de La Celestina, además de San Juan de la Cruz o de Santa Teresa, de Góngora o de Cervantes. Si algo sorprende, es que no se haya estudiado debidamente la relación existente entre el florecimiento de escritores españoles de ascendencia judía -sin paralelo en otras literaturas europeas de la época- con la irrupción de artistas, pensadores y científicos del mismo origen en todo el mundo a partir de mediados del siglo XIX. Judíos, a fin de cuentas, los hubo, tanto como en España, en muchos otros países de Europa. Sólo que, si raro es hoy el español que no cuente con algún apellido de cristiano nuevo entre los de sus abuelos, es porque esa forzada conversión forzó también, a diferencia de lo sucedido en otros países, una mayor integración social. Una forzada conversión que, probablemente, no dejó de ejercer su influjo en el asunto que nos ocupa.
Es enormemente significativa, en este sentido, la advertencia de Yehuda Haleví, expresada en plena Edad Media, acerca de la relación causa/efecto que cabe establecer entre el cultivo de las artes y del pensamiento y la pérdida de la fe religiosa. Poetas como Omar Jayam y filósofos como Avicena o Averroes, contemporáneo éste de Yehuda Haleví, eran, en efecto, el mejor ejemplo de hasta qué punto las figuras más destacadas de la por aquel entonces dominante cultura musulmana se habían distanciado de la fe islámica. Una situación impensable de la Europa cristiana de la época al igual que siglos más tarde seguía siéndolo para la Inquisición española, siempre más preocupada por la posible secreta adscripción de los conversos a su antigua fe que por el descreimiento puro y simple, que tal vez juzgaba inimaginable. Resulta esclarecedor a este respecto entender los conflictos con las comunidades judías a todo lo largo de la Edad Media, el Decreto de Expulsión y las nuevas formas de discriminación establecidas respecto a los cristianos nuevos, como las diferentes fases de una larga contienda civil abierta en el seno de la sociedad española, anterior y de mayor trascendencia que otros enfrentamientos y exilios producidos posteriormente, como el de los afrancesados o el de los republicanos. Algo esencialmente distinto, por su naturaleza, a la lucha contra el islam o contra las tropas napoleónicas.
Los temores de Yehuda Haleví respecto al alejamiento de la religión mosaica que supone el mero hecho de escribir o de entregarse a la especulación filosófica son perfectamente aplicables a los escritores conversos españoles. Pues por más que San Juan de la Cruz y Santa Teresa sean los dos mayores poetas místicos de la literatura española, la limpieza de su fe estuvo siempre bajo sospecha, y ni Góngora ni Cervantes, por no hablar ya de los autores de La Celestina, fueron precisamente escritores piadosos. La advertencia de Yehuda Haleví también conserva su validez, ni que decir tiene, referida a la larga lista de intelectuales, artistas, escritores, pensadores y científicos judíos de todo el mundo que pueblan la vida cultural de los últimos 50 años. Es decir: a partir del momento en que salen del gueto y se distancian de la sinagoga sin dejar por ello de ser judíos.
El desarraigo que supone sumar el alejamiento de las propias tradiciones a la dificultad de integrarse en otras, ¿pudo influir en esa particular aptitud o predisposición intelectual de algunos judíos? ¿Pudo afilar su percepción y su inventiva el haber vivido este tipo de experiencia? Seguramente. Más aún, es la única explicación que se me ocurre a ese protagonismo intelectual judío: su visión, limpia de adherencias, no ya de la sociedad, sino también del mundo y de la naturaleza humana. El que su presencia, en la actualidad, parezca haber disminuido comparativamente, se debe, en parte, a que a lo largo del siglo XX las sociedades occidentales han cambiado mucho. Pero también, posiblemente, a que la época de las grandes síntesis teóricas parece haber pasado, a que la ciencia se compartimenta cada vez más y a que los tiempos parecen poco propicios tanto para el pensamiento especulativo como para la creación artística y literaria. La paulatina desaparición del panorama de este tipo de figuras bien pudiera ser indicio de que es la propia capacidad creadora del ser humano lo que está en retirada.
Luis Goytisolo es escritor.
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