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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Clinton en India

EE UU actúa en función de su interés nacional, evitando el ideologismo de la era de Bush

La secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton, ha planteado su reciente visita a India no sólo en clave bilateral, sino también regional y estratégica. Clinton regresó a Estados Unidos con un importante paquete de acuerdos en materia militar, espacial y científica, con su correspondiente traducción en contratos para empresas norteamericanas. Una de las más importantes economías emergentes se convierte, así, en un socio preferente de Washington, necesitado de estabilizar su presencia en la región con la vista puesta en las duras pruebas que le aguardan hasta el próximo año. Será entonces cuando la revisión del Tratado de No Proliferación (TNP) obligue a tomar posiciones de fondo sobre el programa nuclear iraní y sus múltiples consecuencias sobre el equilibrio general, en particular sobre el pulso indo-paquistaní.

Estados Unidos ha tratado de promover un acercamiento entre estos dos países influyendo en un reciente encuentro entre sus primeros ministros en El Cairo. Una eventual distensión entre los dos enemigos históricos permitiría que Pakistán se concentrase en la lucha contra los talibanes, facilitando la tarea cada vez más compleja de EE UU y sus aliados en Afganistán.

Pero la visita de Clinton a India y, sobre todo, los acuerdos suscritos con el Gobierno de Nueva Delhi conllevan, además, un implícito mensaje para el régimen paquistaní: si la deseada distensión no llegara a producirse, EE UU se encontraría, en principio, más cerca de India que de Pakistán.

Tras la visita de Obama a Moscú, la de Clinton a India ha vuelto a mostrar que la diplomacia de la nueva Administración se rige por el principio del interés nacional norteamericano y no por imperativos ideológicos como los que dominaron los dos mandatos de Bush. De ahí la decepción expresada por los ecologistas que esperaban de Clinton mayor presión sobre las autoridades indias para que redujesen las emisiones de carbono. O el malestar de los pacifistas, que confiaban en que la secretaria de Estado obtuviera el inequívoco compromiso de India de firmar el TNP antes de auspiciar un contrato para que empresas norteamericanas construyan dos centrales nucleares.

La visita de Hillary Clinton a India prueba que la diplomacia de Obama tiene menos dificultades para corregir los errores de planteamiento de la era Bush que para evitar el regreso a estrategias anteriores, en las que el interés nacional norteamericano primaba sobre cualquier otra consideración.

La condescendencia con India en materia medioambiental puede ser una concesión más o menos obligada, pero no constituye un buen augurio. Tampoco lo es la cooperación militar sin condiciones, en particular, en el terreno nuclear.

La obcecación ideológica de Bush no arruinó una diplomacia exitosa, sino que agravó hasta extremos insospechados sus errores de muchos años.

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